2 Crónicas 12:7-8 “Cuando el SEÑOR vio que se habían humillado, vino la palabra del SEÑOR a Semaías, diciendo: Se han humillado; no los destruiré, sino que les concederé cierta libertad y mi furor no se derramará sobre Jerusalén por medio de Sisac. Pero serán sus siervos para que aprendan la diferencia entre servirme a mí y servir a los reinos de los países”
Nos quejamos que Dios no nos bendice. Lloramos de dolor e impotencia porque vemos nuestras vidas financieras al borde siempre de la línea roja de la quiebra. Nos angustiamos cuando vemos que apenas llegaremos a fin de mes sin poder cancelar todos nuestros compromisos.
En fin, la angustia y el estrés que todo eso conlleva consume nuestras vidas, nuestra salud y nuestra paz familiar. Algunos se dan por vencidos y se van al mundo. Otros buscan un traficante humano para que los lleve a otro país en busca de la solución que necesitan para su bienestar familiar. Si, todo por la familia. Todo por sustentar la esposa, los hijos y la casa. Claro, son buenas intenciones, pero la solución no está allí, mis queridos hermanos.
Cuántos cristianos se han quedado a medio camino de su vida espiritual. Habrá muchos que añoran volver a estar en los servicios de su Iglesia la cual abandonaron por conseguir un mejor empleo, un mejor sueldo y un mejor ambiente laboral. Si, todo por la familia. Encomiable pensamiento, es cierto, pero equivocado.
La solución no está en eso. Hay que buscar más a fondo qué pasó para que el Señor no nos envíe su bendición como lo promete. Porque lo que él dice es la verdad. Siempre es la verdad. Pero somos nosotros los que perdemos el rumbo. Ya se nos ha enseñado que no es Dios quien se mueve del centro de gravedad, somos nosotros los que nos hemos movido de su Voluntad. Allí está el quid de la cuestión.
Es inevitable que si nos apartamos del Camino en que debemos andar con respecto al Señor todo lo que hemos recibido de su Mano se esfumará como el aceite en la mano dice el proverbista. No le preguntemos al Señor por qué no nos prospera, mejor preguntémonos a nosotros mismos qué hemos dejado de hacer para que él no lo haga.
Roboam, el heredero del trono de Judá había servido al Señor en sus inicios con mucha fidelidad y amor a Dios. Salomón le había dejado toda la riqueza y sabiduría para que hiciera lo bueno ante el Dios que lo había bendecido. Y así fue. En el principio de su reinado Roboam honró a su padre y al Dios que lo había bendecido.
Pero…siempre hay un «pero». Lea lo que dice al Escritura: 2 Crónicas 12:1 «Cuando el reino de Roboam se había afianzado y fortalecido, él abandonó la ley del SEÑOR y todo Israel con él» Roboam olvidó un principio de liderazgo: Todo lo que haga el líder lo replicarán los que lo siguen. Y el pueblo de Israel, mientras Roboam honraba a Dios, ellos también lo honraban. Pero sucedió lo que nunca debió haber sucedido. Roboam se volvió carnal, descuidado y empezó a deshonrar a Dios en su conducta, en sus vicios y en todo lo que su naturaleza pecaminosa le permitió hacer. Lo peor de todo, el pueblo de Israel hizo lo mismo. Y Dios no se pudo quedar quieto. Tuvo que intervenir para darles una lección. Levantó a Sisac para que les diera un buen susto. Que los atacara en donde más les dolía: en sus riquezas.
¡Qué difícil es para un cristiano vivir en abundancia! La historia de Roboam es una advertencia para nosotros hoy. Cuando el Señor nos bendice jamás debemos olvidar que seguimos siendo sus siervos y servidores. Que todo lo que recibimos es por su Gracia y Misericordia. Es por eso que el Señor no dudó en enseñarles una lección dolorosa: La esclavitud a otro rey.
No era el plan de Dios que Sisac los gobernara, pero Roboam y todo su pueblo Israel tenían que aprender la diferencia entre servir a Dios y servir al hombre común y corriente. Algo le salió bien a Roboam y su pueblo: se humillaron cuando se dieron cuenta de su pecado. No era Sisac el ingrato, eran ellos que habían abandonado la Ley de Dios. Habían abandonado la adoración, la honra y el servicio al Dios que los había bendecido. Y entonces el Señor suavizó las cosas. Pero tenían que aprender la lección.
¡Tengamos cuidado entonces cuando el Señor nos bendiga y nos prospere!