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domingo, abril 28, 2024

Un valiente más (otro poco de mi)

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2 Samuel 23:15 “David sintió un gran deseo, y dijo: ¡Quién me diera a beber agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!”

No, me cuesta entender como hay cristianos que ignoran el llamado del Señor cuando les quiere enviar a dar su Palabra a quienes les necesiten. O cuando les quiere usar en su Reino.

Con mucha pena y con vergüenza debo contarles que he sabido de predicadores que antes de ir a alguna congregación a predicar preguntan cuantas personas se reúnen, cuanto dura el culto y lo mejor, cuanto darán de ofrenda.  Me parece ridículo y aberrante que hagan ese tipo de preguntas cuando en realidad es un honor que Dios quiera usarlos como sus mensajeros para bendecir al pueblo que él desea bendecir. No, no lo entiendo.

Pero así es el mundo cristiano. Parece que estoy en contra del evangelio cuando escribo estas cosas que permanecen ocultas para la mayoría de las personas que asisten a las iglesias y que estoy desprestigiando la fe y el evangelio de Cristo. Pero me siento mal ante estas personas que se niegan a aceptar que todo lo que somos y tenemos es por pura Gracia. Que no merecemos nada de lo que tenemos porque sencillamente, antes de conocer a Jesus no éramos nada ni nadie. 

Que, como Abram en sus inicios, se encuentra con el Señor del Cielo y le ordena que deje todo y que tome sus bártulos y se vaya a una tierra desconocida. Que él, el Señor, se encargaría de engrandecerlo, hacerlo famoso y proveerle todo lo que necesite para el camino. Eso sí, tiene que dejar todo, incluyendo a su propio padre que deja enfermo y solo en Harán. Abram no era de nuestra época. Era de la época en que cuando Dios hablaba, el hombre obedecía. Así de simple. Abram nunca hizo preguntas excepto cuando le pidió un hijo. Por lo demás, nunca cuestionó al Señor, nunca le pidió explicaciones sobre sus planes para el futuro. Y ese debe ser nuestro mejor ejemplo. 

Esta madrugada que estaba platicando con el Señor como es mi costumbre desde hace unos cuarentipico años que me convertí al evangelio, le daba gracias al Señor porque me tiene en su lista de mensajeros.  A veces me siento inútil y abandonado por él cuando pasan las semanas y no me envía a ningún lugar para llevar el mensaje de sanidad y bálsamo que tanto deseo, pero también he comprendido que esos momentos son para retomar fuerzas, estudiar su Palabra y compartir con mi esposa porque sé que vendrán tiempos en que no tendré esa oportunidad cuando él me asigne alguna tarea.

Y en esa plática fue que nació este escrito.  Porque le decía en mi plática  gracias por tomarme en cuenta para ir a trabajar a su viña y llevar el bálsamo a tanto corazón que necesita sanidad. Porque debo confesar que desde que lo conozco, nació en mi interior un deseo profundo por servirlo. Cuando vi mi vida pasada, llena de fracasos emocionales, materiales y personales, cuando hice una catarsis interna y me di cuenta que mi vida estaba vacía de propósito, que no había sueños que realizar y proyectos en que invertir mi vida futura, llegó él y se introdujo en mi corazón cambiando totalmente mi perspectiva de lo que realmente era yo. Después de haberme bautizado y empezar mi caminar en sentido contrario al que iba, se incrustó en mi un deseo ferviente de servirlo. No solo como un servidor rutinario sino un servidor con sentido de agradecimiento por lo que había hecho en mi interior cuando me hizo ver que había una luz al final de túnel.

Que la única manera de agradecerle la vida que me acababa de dar y el futuro que me esperaba, era tomar su yugo, aprender a negarme a mi mismo y ponerme a su servicio como Marta que le cocinaba sus alimentos a pesar de todo. No ha sido fácil, pero a medida que ha pasado el tiempo se ha incrementado aquel deseo irrefrenable de serle útil. Y eso fue lo que me vino a la mente esta madrugada. Cuando David está en medio de una batalla y sabe que los enemigos están en Belén. Allí precisamente está el pozo de agua del que él, en algún momento, siente deseos de beber un sorbo. Sus soldados están regados por el campamento y David expresa en voz alta su deseo: “¡Quien me diera a beber del agua del pozo que está en Belén!”. Nadie se mueve. Quizá todos han escuchado esa expresión de su rey pero el pozo está en territorio ocupado por los filisteos. Nadie hace nada.

Pero hay tres desconocidos que amaban entrañablemente a David. Los había transformado en otros hombres cuando llegaron a refugiarse bajo su mando en la cueva de Adulam. Llegaron inútiles, pobres, endeudados e insignificantes. Y David los transformó. Los hizo mejores hombres. Mejores padres. Buenos guerreros. Ellos estaban en deuda con él y la única manera de mostrarle su agradecimiento era complacer ese deseo. Y no lo pensaron dos veces. Se metieron entre las filas enemigas y mientras dos de ellos con sus espadas en mano se abrían paso, el tercero seguramente llegó al pozo, llenó un odre de agua y se presentaron ante el rey llenos de sangre enemiga, sudorosos, manchados de barro y sus rostros pálidos por el esfuerzo realizado.  Pero satisfechos de haber saciado un pequeño deseo de su líder, de su maestro y su rey.  Con su acción le dijeron: “Aquí estamos, David. Sacia tu sed”. 

Y, si me perdonan el atrevimiento, yo quiero ser otro de sus valientes. No importa la hora, el lugar, la distancia, el esfuerzo ni el precio a pagar. Quiero mostrarle mi agradecimiento por todo lo que ha hecho y sigue haciendo por mi. Es la única manera de decirle “¡Gracias Jesus! yo iré y llevaré tu Palabra a donde me envíes”.

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