Génesis 38:14 “…porque veía que Sela había crecido, y ella aún no le había sido dada por mujer”
Viuda, hermosa y llena de sufrimientos. La vida se le está pasando, su condición biológica está a punto de expirar y su matriz muy pronto dejará de ser fértil. El hombre que le prometió darle a su último hijo, Sela, no le ha cumplido su promesa. Y ella sabe que tiene que hacer algo. Hacer lo que ninguna mujer se atrevería con tal de lograr su cometido. Ser madre, para ella, era la prioridad número uno. Así tenga que rebajarse al extremo de la condición social. Su suegro, Judá, se ha olvidado o no ha querido exponer a su hijo a la posible muerte si se casa con ella. Y tiene cierta razón: Ya se han muerto dos de sus hijos y no quiere exponer al último que le queda.
Así que le dice, como para tapar el sol con un dedo, que se espere. Que espere que Sela crezca para dárselo por esposo y que le levante posteridad de su linaje. Es la ley del Levirato la que les obliga tanto a Judá como a ella seguir con esa ordenanza. Pero Judá tiene miedo y no cumple ni con su palabra ni con la Ley de Dios.
Y el tiempo pasa. Las cosas cambian. La belleza se añeja. La piel cambia de forma y de color. Las manos pierden firmeza. Los ojos se van apagando. La vejez amenaza con terminar con la vida. Y Tamar, nuestra heroína tiene que tomar acción. Debe hacer algo para no dejar que las mentiras y el miedo de su suegro le aborten su sueño. Y toma la decisión más difícil de su vida: disfrazarse de ramera. Compra el disfraz, se arregla el manto para cubrir sus facciones, se sienta a la orilla del camino por donde cree que pasará su suegro que irá a apacentar sus rebaños y lo atrae con sus insinuaciones sensuales.
El hombre cae en la red. Sucede lo que tiene que suceder y ella termina su objetivo. A la hora de cobrar por su servicio, él no tiene dinero, solo tiene lo que se acostumbra en aquellos tiempos para emergencias financieras: Un bordón con su nombre impreso, su cinto que a la vez era algo donde se guardaban documentos y dinero y su sello como signo de autoridad. Él se los deja en prenda mientras le envía el cordero ofrecido como pago. Cuando la buscan, ella ya no está y le dicen al mensajero que allí nunca ha habido ninguna prostituta. Judá se da por complacido. Ha cumplido su palabra y ha enviado el pago pero ella no aparece. Asunto terminado. Si, para él, pero no para ella. Ella espera el tiempo propicio para culminar su proyecto. Pasan tres meses y le avisan al “impecable juez” Judá, que su nuera ha fornicado y que está embarazada a saber de quien.
El juez, Judá, dicta sentencia: Tiene que morir quemada. Es la ley y hay que cumplirla. Pero antes que enciendan el fósforo, ella pide la palabra: Génesis 38:25 “Del hombre a quien pertenecen estas cosas estoy encinta” Notemos algo importante: Ella no avergüenza a su suegro, no menciona públicamente que él ha sido el que la ha embarazado. No le recuerda aquella cita a escondidas que tuvieron hace varios meses. Ella no le grita en la cara que es un hipócrita y mentiroso al no haberle dado a su hijo Sela por esposo. No. En privado le envía sus cosas. Él se da cuenta de su tremendo pecado y es cuando expresa las famosas palabras:
Génesis 38:26 “Judá los reconoció, y dijo: Ella es más justa que yo, por cuanto yo no la di por mujer a mi hijo Sela” Si, Judá la avergonzó en público. Pero Tamar ocultó el secreto, que todo quedara entre él y ella. Que el nombre del juez Judá no fuera vituperado. ¡Qué mujer más valiosa mis amigos!
Tamar es el vivo ejemplo de los que no se dejan vencer por los fracasos. Es el ejemplo que todos debemos seguir para levantarnos de las caídas emocionales, financieras o sociales. Tamar no se dejó intimidar por el qué dirán de su tiempo. No permitió que las mentiras de un hombre le dejaran tirada en el fango del rencor y las miasmas de la amargura. Tamar no permito que su condición de mujer la hiciera ser menos que cualquier persona que busca como lograr sus metas y sueños. Tamar es admirable hasta el día de hoy porque nos enseña que cuando se quiere se puede. Que no hay montaña tan alta que no se pueda escalar. Que no hay red vacía sin que se pueda llenar al otro lado, como dijo Jesus. Tamar, mis amigos, es admirable porque buscó la forma de salir vencedora, luchó contra el tiempo, contra la adversidad, contra el estatus quo de la sociedad en la que vivía. Luchó contra la moral establecida y no se dejó vencer por el infortunio que la rodeaba por el miedo de quienes la rodeaban. Tuvo gemelos. Uno de ellos es el antepasado del mismo Jesus. ¿Su nombre? Fares. O Peretz.
Porque el corolario del esfuerzo, la tenacidad y firmeza de carácter de esta valiente mujer lo vemos en Rut 4:18: “Estas son las generaciones de Fares: Fares engendró a Hezrón, Hezrón engendró a Ram, Ram engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró a Booz, Booz engendró a Obed, Obed engendró a Isaí e Isaí engendró a David”
¿Que tal, queridos? ¿Como la ven? ¿Valió la pena la vergüenza, la humillación, el trabajo, el disfraz, la aventura, la burla y todo lo demás con tal de conseguir llegar a la cima? Juzguen ustedes. Para mi, esta mujer vale oro. Me ha dejado una cátedra sobre el valor y la dignidad de no permitir que las circunstancias de la vida la dejaran tirada en el lodazal de la miseria.