Zacarías 3:3 “Y Josué estaba vestido de ropas sucias, en pie delante del ángel”
El sumo Sacerdote Josué hizo cosas que no debió hacer. Descuidó la educación y enseñanza de sus hijos. Sabemos que el sacerdocio ordenado por Dios era transmitido de padres a hijos hasta la cuarta generación. De manera que ser el padre en la Biblia, no forzosamente era eso, padre biológico, sino padre ancestral. Era padre por linaje aunque se remontara a dos o tres generaciones atrás.
Es por eso que encontramos que los Sumos Sacerdotes Eliasib que era hijo de Joaquín, hijo de Josué, cometió un pecado al haberle dado en el Templo un lugar donde vivir al enemigo de Josué, a Tobías amonita, quien se le opuso cuando el Sumo Sacerdote Josué estaba reconstruyendo el Templo de Jerusalén.
De igual manera, otro descendiente directo de esta genealogía, Joiada, hijo de Eliasib, se casó con una hija de otro enemigo del pueblo de Israel -Sambalat-, y que también se opuso a la tarea de reconstruir el Templo.
¿Qué tiene que ver esto con el Sumo Sacerdote Josué? Pues resulta que ahora, en la visión de Zacarías, el Señor le muestra que Josué está siendo acusado por Satanás, quien le recuerda al ángel del Señor, que Josué no merece ninguna honra a causa de sus pecados. ¿Cuales? El haber fallado en la educación y formación de sus hijos. Josué está ahora en la Presencia del Señor y Satanás le acusa de que sus vestiduras están sucias, que no merece ningún lugar especial en el Reino de Dios.
A pesar de las acusaciones, y después de reprender a Satanás, el Señor le ordena a su ángel que le ponga a Josué vestiduras limpias, que le pongan un turbante limpio en su cabeza y que le vistan de gala.
¿Qué enseñanza tenemos para nosotros en este pasaje? Lo que nos enseña es que Dios es un Dios de segundas oportunidades. Que Dios no se recordará de nuestros errores del pasado, que no tendrá en memoria lo que hemos dejado de hacer bien, de todo aquello en que hemos fallado a causa de nuestra naturaleza pecaminosa. Dios comprende que no siempre fuimos personas de bien, que no todo lo hemos hecho bien pero que por sobre todo, siempre tuvimos el corazón dispuesto a amar al Señor a través del estudio de la Palabra, a través del servicio que le prestamos y a través de entregarnos a amar al prójimo.
Es cierto, Josué no supo o no pudo instruir a sus hijos en el camino correcto de la Palabra de Dios como sacerdotes herederos de tal oficio, pero también es cierto que se dedicó en cuerpo y alma a reconstruir el Templo que estaba dañado a causa del exilio de su pueblo por Nabucodonosor.
Y eso fue lo que el Señor tomó en cuenta. El sumo sacerdote Josué no fue perfecto en su vida familiar, pero fue un hombre consagrado a servirlo y luchar contra sus enemigos con tal de honrar el Templo de aquel tiempo que era la morada de Dios.
Esa es la razón por la cual ordenó al ángel y delante de su acusador Satanás que lo vistiera con ropas de gala, que le pusieran un turbante limpio que era lo que Dios tenía reservado para su siervo que imperfecto pero consagrado a su servicio.
De esa cuenta tenemos la historia de Zaqueo que siendo un judio, conocedor de la Ley, había vivido con su propia agenda y al encontrarse con Jesus, el Renuevo prometido al sacerdote Josué, le entrega las llaves del Reino de Dios.
O a Mateo, el publicano, que siendo también de las ovejas de Israel estaba viviendo como un traidor para su pueblo a causa del amor al dinero, sin embargo Jesus, nuevamente el Renuevo prometido, lo llama a su servicio haciendo caso omiso de su pasado.
O que tal Pedro, que estaba más interesado en pescar para su negocio que en las cosas del Dios de Israel y Jesus lo incluye entre sus alumnos. O Pablo, el alumno más destacado de Jesus que abandonó su vieja manera de vivir con tal de ponerse a los pies de su Maestro. O usted que me lee o yo que escribo. Todos hemos disfrutado de lo que el sumo sacerdote Josué tuvo: Nuevas vestiduras, nuevo turbante, nueva vida. Todo por la Gracia y Misericordia de nuestro Señor Jesus, el Renuevo (Netzer) prometido.
¿Como no admirarnos de su Gran amor entonces? Tenemos a nuestro lado a un Dios de segundas oportunidades. No desmayemos. Sigamos. Levantémonos y volvamos a buscar su Rostro. Él nos está esperando.