La pregunta que presenta a este artículo, es relevante, incluso para los que se confiesan protestantes o evangélicos. Y aquí, nos apartamos de los que creen en su independencia religiosa y hacen como si no les importara o afectara.
Pongamos las cosas en perspectiva: los gobiernos del mundo, toman muy en serio los pronunciamientos teológicos católico romanos (en la iglesia romana los llaman “encíclicas”). Porque muchas veces tocan temas humanos, muy humanos. Por ejemplo, la universalmente conocida Carta Encíclica Rerum Novarum (sobre las cosas nuevas) del sumo pontífice León XIII sobre la situación de los obreros.
“Los aspectos comentados o el enfoque asignado de política social, se desarrollan ampliamente en el tema de los valores, las creencias y las ideologías y los derechos humanitarios desde una perspectiva católica. Por tanto, deben considerarse como los pronunciamientos de la Iglesia Católica ante los cambios de la sociedad y el mundo y por tanto prescripciones normativas de lo correcto y justo.
Históricamente representaron en su comienzo, sobre todo Rerum Novarum, una respuesta a las demandas y agendas políticas de los partidos y movimientos políticos de orientación obrera o socialista o anarquista. Siendo la base para la creación del socialcristianismo como movimiento social y político desde fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Además, han servido como marco conceptual en las actividades de los sociólogos de orientación católica. La amplitud social dentro de las encíclicas es grande si bien las primeras se referían a los derechos sociales de los trabajadores, también hacían referencia a los patrones y la relación entre ellos. Posteriores encíclicas tratan del rol de diversas instituciones en la vida social como lo son las comunicaciones sociales y el pacifismo. En el caso de Latinoamérica sirvieron de inspiración en la redacción del Documento de Puebla (1979). Así como la base, aunque no apoyada oficialmente, de la Teología de la Liberación” (Fuente: Wikipedia).
Toda esta introducción, que más parece una especie de declaración en sí misma, tiene como meta, referirnos a la muerte de uno de los papas más importantes dentro del catolicismo romano moderno, como lo ha sido Joseph Ratzinger, quien adoptó el nombre de Benedicto XVI.
Bajo la tutela de Juan Pablo II, Ratzinger estuvo a cargo de la llamada Congregación para la Doctrina de la Fe, el organismo que vigila y persigue toda sombra de heterodoxia en la Iglesia Católica. El nombre anterior (a partir de la Reforma Protestante del siglo 16) era Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición. En la propia página web del Vaticano aseguran que nació “para defender a la Iglesia de las herejías”. Y los protestantes lo supieron de primera mano, cuando fueron encarcelados, torturados y asesinados a manos de los celosos sacerdotes que querían terminar con “aquella herejía”.
Joseph Ratzinger, no es uno de nuestros personajes favoritos. Y no lo es, porque ayudó a encubrir muchos casos de la nefasta pedofilia que tanto daño le ha hecho a individuos y familias afectadas por la desviación y la lujuria de hombres que supuestamente buscan el bienestar de aquellos niños, a los que Jesucristo se refirió como sus hermanos pequeños…
No sabemos, ni podemos imaginarnos si el catolicismo puede, históricamente, dar una explicación racional a este desvío antinatural del abuso de hombres formados y fuertes ante niños indefensos.
Por esto, es que nosotros, hoy concluimos, que la Iglesia Católica y Apostólica Romana no es relevante, como tampoco lo son sus papas. Porque la autoridad les ha abandonado. Y por eso, también, es que la muerte de uno de ellos, no tiene importancia, excepto para sus seguidores -y los hay, y suman millones-, porque aquella expresión religiosa, no es más que una gota en el mundo de hoy que prefiere no creer en nada y tratar de encontrarle sentido a su vida.
Fue Jesucristo, quien dijo aquella frase directa: “¿Hallará fe en la tierra, cuando el Hijo del hombre vuelva a esta tierra?” Cada uno de nosotros, debe responder a esa pregunta, según su creencia y su fe. Y ninguna religión, por grande o numerosa que parezca podrá responder por cada uno de los habitantes de este gastado planeta, porque en última instancia, se trata de una decisión personal, muy personal.