Éxodo 3:2 “Y se le apareció el ángel del SEÑOR en una llama de fuego, en medio de una zarza; y Moisés miró, y he aquí, la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía”
Si de algo debemos tener cuidado es de nuestro propio corazón. Debemos evitar a toda costa que nuestros triunfos -si es que los tenemos-, no se nos suban a la cabeza.
Mantener, delante de Dios, una actitud de humildad es necesaria para que Él pueda manifestarse en nuestras vidas y ministerio.
Una buena mayoría de líderes cristianos caen si no en pecados horrendos, si en pecados que desdicen mucho de su vida espiritual. Hoy que tenemos al alcance de nuestras vidas y mentes una cantidad tremenda de información, hoy que tenemos la facilidad de estudiar en línea en las mejores Universidades y que incluso, podemos pagar altas sumas de dinero en concepto de ingreso a las mismas, se nos ha facilitado la educación teológica. Ya no es necesario comprar aquella abundante colección de libros en papel para formar nuestra biblioteca cristiana. Hoy todo lo tenemos guardado en un disco duro o en la memoria de nuestra computadora. Todo se ha facilitado.
El problema, mis amigos, es que si no sabemos manejar esta bendición, todo el conocimiento que Dios nos ha puesto en el camino para enseñarnos más y más de su Palabra nos puede hacer daño si nuestro corazón no ha desarrollado ese sentido de humildad que debemos mantener a medida que los maestros nos van inculcando.
Es una verdad que mientras más sabemos, más podemos enseñar. En lo personal, a mis setenticinco años de edad, aún estoy estudiando bajo la tutela de maestros que se ocupan de transmitirme su conocimiento de los misterios que para mi son desconocidos. Porque, como dijo el sabio: yo solo sé que no se nada. Mantener una actitud de simpleza y humildad nos hace ser personas que estamos dispuestos a ser enseñados. Ser de esa clase de hombres y mujeres es muy importante para que el Espíritu Santo de Dios nos instruya y nos enseñe lo que tiene reservado para cada uno de nosotros.
La zarza es un arbusto de lo más humilde que podamos conocer. No produce ninguna flor digna de lucir en algún recipiente de vidrio soplado. No es una planta que despida algún aroma que sea agradable al olfato humano. No tiene nada de belleza externa. Es una planta con espinas y cardos que no son agradables al tacto.
Entonces, ¿por qué la escogió Dios para hacer resplandecer en ella su Luz y su Presencia? ¿Por qué fue que Dios se ocupó de manifestar en ella a diferencia de hacerlo en otros árboles frutales o más finos, por ejemplo? Pudo haber escogido un roble majestuoso y productivo. Pudo haber sido un cedro con su fina madera olorosa y perfumada. O quizá un pino con su blancura y altura admirables. Pero no. Dios no escogió nada de eso.
Escogió una zarza. ¿Que tiene de especial la zarza en este caso?
Alegóricamente, el bajo arbusto espinoso simboliza al hombre simple y sincero, mientras que la gente estudiosa y exitosa son como árboles frutales prodigiosos. Aunque el hombre simple sea inferior en temas de logros, su incesante deseo por Dios nunca se consume; en este sentido, son espiritualmente superiores a aquellos que pueden estar justamente satisfechos con sus logros y por lo tanto propensos a la complacencia. Al escoger a la zarza para manifestar su Presencia ante la vida de Moisés, Dios le estaba enseñando una gran lección: No son los sabios, no los más doctos, no los inteligentes académicamente hablando quienes son los escogidos por Dios para manifestar al mundo que Él y solo Él es Señor. Eso fue lo que nos dijo el Apóstol Pablo: Porque lo vil del mundo escogió Dios. Dios sigue buscando zarzas, hombres y mujeres humildes, que no presuman tanto de su intelecto sino que se ocupen en silencio de buscar su Presencia y humillarse ante su Majestad.
Al aparecerse a Moises en una zarza ardiente, Dios le indicó que para poder ser un verdadero líder y redimir a su pueblo, tendría que reconocer el intrínseco valor de una persona simple. Para poder recibir las tablas de la Ley, que une al hombre finito con el Dios infinito, Moisés tendría que apreciar y enseñarles a los otros a apreciar el anhelo no correspondido hacia Dios que solo un hombre simple demuestra tan elocuentemente.
En la aparente simpleza de carácter, de educación y de presencia social o ministerial es donde la Shequiná se depositará porque entonces es sabido que se le dará la Gloria y la Honra al único que la merece. Y ese es nuestro Señor Jesus. Jesus sigue buscando zarzas donde hacer arder el Fuego de su presencia.