Génesis 3:8 “Y oyeron al SEÑOR Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día…”
El Señor siempre ha querido tener en la tierra un lugar de reunión con su creación más sublime: el hombre.
Aunque no terminemos de comprender este misterio, Dios no quiso estar solo. Tiene ángeles que le adoran, que le sirven. Tiene ancianos que le cantan todo el día alabanzas a su Nombre. Tiene una pléyade de astros, estrellas y firmamentos que declaran su Gloria. Pero para él lo más importante era tener con quien hablar, con quien platicar y con quien disfrutar de un buen tiempo de amistad.
Eso era el Huerto del Edén para él. Era su lugar de reunión. Era el sitio donde había puesto al hombre y la mujer para que cuando él quisiera platicar con alguien que le respondiera con libertad y confianza, estuvieran allí, si, allí precisamente, en el lugar donde él quería y deseaba comunicarse y ser correspondido.
De alguna manera, Dios se había hecho un Templo, lugar de reunión entre él y su creación. Pero, ¿qué pasó? Se arruinó el Huerto por intromisión del pecado. Se contaminó no solo con la presencia del Satán en la serpiente, sino en la debilidad de sus hijos Adán y Eva que dejaron de confiar en él y pusieron su confianza en otro ser.
Ese Templo debió ser eliminado. El hombre y la mujer fueron expulsados de la Presencia y Comunión con su Dios que tanto les había bendecido. Ahora tendrían que sudar, trabajar y esforzarse para conseguir su sustento. La comunión con su Creador se había roto por causa del pecado. Aunque la Misericordia y la Bondad no la perdieron, sí perdieron la pureza y santidad que el Señor tenía en aquel hermoso y bello “templo” que era el huerto.
Pero Dios, que es paciente y amoroso con sus hijos, años más adelante vuelve a desear estar entre su pueblo. Ahora ya ha nacido una nación. Y a esa nación el Señor le llama Su Hijo. Se trata de Israel. Israel es ahora el centro de su atención. Los libera de Egipto después de años de esclavitud y llegado el momento les envía un libertador en la persona de Moisés. Éste los lleva por el desierto y es en donde el Señor muestra una vez más su deseo de tener un lugar en donde reunirse con sus amados: El Tabernáculo.
Le muestra a su siervo Moisés cómo debe ser hecho su nuevo Templo. Moisés lo construye y tiempo después es consagrado el Lugar de reunión. El Tabernáculo del desierto fue el lugar en donde el Sacerdote entraba todos los días para hacerle sacrificios al Señor. Sin embargo, Dios hablaba solo con su siervo Moisés cara a cara. Éste recibía las instrucciones directamente de Dios y luego se las daba al sacerdote para que hiciera los sacrificios necesarios para limpiar el pecado del corazón del hombre.
Dice la Escritura que cuando Dios recibía las ofrendas por el pecado, el humo de los sacrificios subía al Cielo en señal de aceptación de dicho sacrificio y el pueblo se sentía perdonado y justificado. Al mismo tiempo, una columna de fuego se cernía sobre el Tabernáculo indicando con esto que Dios estaba presente en ese lugar. Este segundo “Templo” fue el lugar en donde el pueblo, los hijos de Dios, sabia que estaba su Señor y Salvador. Se sentían seguros y podían presentar a través de los sacerdotes sus peticiones y ruegos y Dios les respondía por su fe en él.
Pero este Tabernáculo también fue contaminado. Los hijos de Aaron lo contaminaron con muerte al haber sido consumidos por su imprudencia al tomar a juego las cosas santas del interior del Templo. El fuego Santo se convirtió en motivo de competencias, juegos y abusos. Este lugar también cumplió su tiempo y se acabó. Nuevamente el hombre se quedó sin un lugar donde reunirse con su Dios, excepto por los altares que se construyeron en los tiempos de los profetas.
Vino Jesus y vio cómo el Templo de Salomón había caído en corrupción y motivo de orgullo de su pueblo. Esta belleza arquitectónica sirvió para que los sacerdotes y fariseos se adueñaran de él y pusieran sus propias reglas en vez de permitir que fuera Dios quien hiciera de esa Casa su Casa. En los tiempos de Jesus, esa casa ya no era la casa de Dios. Y Jesus dijo claramente algo que nos debe asombrar: Ya no habitaré en ese Templo. Lo haré en templos no hechos de manos. Haré mi Templo en corazones humanos. Habitaré dentro de mis hijos. En ellos haré mi Morada.
Pero… ¿Cómo está hoy el Templo del Señor nuevamente? Hoy somos nosotros a quienes el Señor ha escogido para habitar en esta tierra. ¿Estamos conscientes de nuestra responsabilidad? ¿Estamos honrando la Presencia de Dios en nuestras vidas? Al ver la conducta de muchos hijos de Dios, de muchos que se dicen cristianos, que se llaman el Templo de Dios lo dudo. Y Jesus nos lo advirtió: Por sus frutos. No todo el que me diga Señor, Señor es mi Templo. Y Pablo lo remató: No se engañen, Dios no puede ser burlado.