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domingo, noviembre 24, 2024

Como sanar el rechazo

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Génesis 31:31 «Y vio el Señor que Lea era aborrecida, y abrió su matriz; pero Raquel era estéril. Y Lea concibió y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Rubén, porque dijo: “Porque el Señor ha visto mi aflicción, pues ahora mi marido me amará”. Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo; y dijo: “Por cuanto oyó el SEÑOR que yo era aborrecida, me ha dado también este hijo”, y llamó su nombre Simeón. Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo; y dijo: “Ahora esta vez se unirá mi marido conmigo, porque le he dado a luz tres hijos”; por eso se llamó su nombre Levi”

Una de las mentiras más grandes que el Satán nos ha vendido es que debemos hacer todo lo posible para ser prósperos sin importar los medios. Nos ha dicho que la competencia todo lo justifica, aún si le provocamos dolor a las personas que debemos amar. No importan los medios, lo que importa son los resultados. El fin justifica los medios. Ese es el mantra de muchos cristianos o no cristianos.

De allí que fracasamos en nuestro intento por lograr nuestras metas muchas veces. Como en el caso de Taré que se quedó a medias en su deseo de llegar a Canaán cuando no había sido invitado por Dios, así muchos de nosotros nos quedamos frustrados y amargados muchas veces porque -y de eso culpamos a Dios-, no logramos llegar a donde deseamos llegar. Sencillamente no estamos utilizando la fe, la confianza y el propósito de Dios para lograrlo

¿De que estoy hablando aquí? Vamos a ver un poquito de la personalidad un poco conflictiva y retorcida de Lea, una de las esposas de Jacob. Su hermanita, Raquel, era bella. De hermoso rostro y buena figura. Pero Lea era un poco feíta. Lo único que tenía bonito eran sus ojos. Eran tiernos dice la Escritura. “Tiernos” Significa en este contexto “soñadores”. Pues bien, Raquel era estéril pero Lea era fructífera. Pero Jacob no la amaba. Es más, la despreciaba. La rechazaba. Por lo tanto, la lucha de Lea era conquistar el corazón de su esposo a cualquier precio. Y allí es donde empieza su periplo de lograr su fin aunque los medios eran un poco ortodoxos.  Empezó a tener hijos.  Y empezó su batalla por ganarse el favor de su esposo.

Incluso en la traducción está claro que los nombres de sus tres primeros hijos lo delatan todo: ¡lo único que le importa a Lea en este momento es su esposo! ¡Ella está pidiendo, suplicando, llorando por el amor y el afecto de Jacob!

¿Cuántas lágrimas derramaron sus tiernos ojos? ¿Cuántas noches sin dormir estuvo llorando en su cama, sintiéndose rechazada, no amada, odiada? Se vuelve aún más obvio si analizamos estos nombres en hebreo: aunque Lea habló de Dios viendo su aflicción, de hecho, el nombre de Rubén en hebreo tiene el verbo «ver» en plural, y por lo tanto, implica múltiples testigos. Como si Lea estuviera diciendo: «¡Miren, todos! ¡Tengo un hijo! Las implicaciones son claras: le di un hijo, ¿no creen que debería ser suficiente para que mi esposo me ame?

Hay una explicación interesante adjunta al nombre del tercer hijo. El nombre de la tribu sacerdotal más espiritual de Israel en realidad proviene de una idea muy práctica. El nombre Leví tiene la misma raíz que la palabra “acompañar, escoltar”. Es muy obvio por qué Lea lo llamó Leví. Y para entenderlo veamos a una madre con dos hijos: cuando tiene dos niños pequeños, todavía puede llevarlos con sus dos manos, uno a cada lado; sin embargo, una vez que nace un tercer hijo, ya no tiene manos libres, necesita que el esposo lleve a uno de los niños. Este fue el razonamiento simple y práctico de Lea detrás de este nombre: ¡ahora mi esposo no tendrá más remedio que acompañarme! Una vez más, ¡lo único que le importa es la presencia y la atención de su esposo!  ¿Vemos lo que esconde su corazón?

Sin embargo, sabemos que Lea se convirtió en una de las matriarcas de Israel, una de las cuatro, ¡y definitivamente no estaría allí si siguiera siendo una mujer amarga y miserable que suplica por el amor de su esposo! Esta historia tenía que ser una historia de sanidad: Lea no podía convertirse en matriarca si su corazón no sanaba, si finalmente no alcanzaba la paz, si no se reconciliaba con sus circunstancias y su vida. Sí, obviamente pasó por años de continua humillación y dolor; pero a través de este dolor, Dios había estado tratando con ella y sanándola. No sabemos cuántas lágrimas derramaron sus tiernos ojos ni cuántas horas pasó llorando desesperadamente ante el Señor, pidiéndole que limpiara su corazón de envidias y celos, que la fortaleciera y le diera paz. Sin embargo, al final de Génesis 29, vemos claramente esta curación consumada en el nombre de su cuarto hijo, ya que leemos un informe completamente diferente:

“Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: Ahora alabaré al Señor, por eso lo llamó su nombre Judá”. Vv. 35.

¡Cuán diferente es este nombramiento del nombramiento de los tres primeros hijos! Ahora vemos a la mujer que quiere alabar al Señor –alabarlo sin importar sus circunstancias–. Las circunstancias no cambiaron, por cierto: seguía siendo la esposa menos amada, todavía sufría por eso, y no dejaba de amar a su marido, no dejaba de añorar su amor y su cariño –y el nombre de ¡sus hijos quinto y sexto lo demuestran!–. Sin embargo, el camino espiritual que acabamos de trazar, nos revela a la mujer que sabe alabar al Señor, pase lo que pase, y por eso se convierte en una gigante de fe y de adoración aunque el dolor traspase su alma.

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