Genesis 41:51 “Dios me ha hecho olvidar… toda la casa de mi padre”
Amado por su padre porque era el primer hijo de la mujer que más había amado. Consentido por él, pero rechazado, odiado y segregado por sus hermanos.
Si, vestía una túnica hecha especialmente para él. Era de colores y muy elegante. Era una túnica de estudiante de Torá. Es decir, nació para ser príncipe. Fue educado para ser persona especial. Por lo tanto, era muy consagrado no solo al estudio de la Biblia pero también de otras ciencias. Quizá era un lector asiduo y consagrado de los grandes sabios de la época.
Versado en las ciencias y en las artes, tenía una facilidad innata para aprender idiomas. Y, por sobre todo, Dios lo amaba y lo había escogido para ser un paradigma llegado el momento.
Su familia adoraba a Jehová. Su padre, Jacob, era un hacedor de altares como su abuelo Abraham. En su casa se hacían altares a su Dios y se ofrecían sacrificios por el pecado y por todo aquello en que hubieran ofendido al Señor.
Eso lo vio desde pequeño y su desarrollo fue de una conducta impecable. Aborrecía todo lo que no fuera enmarcado en la vida de santidad. Dice la Escritura que cuando sus hermanos hacían cosas fuera de lo aceptable, él corría a su padre y le contaba todo lo que pasaba. Su padre le escuchaba y confiaba en sus informes para tomar cartas en el asunto.
Así que su niñez y adolescencia fue en medio de cierto caos y desorden familiar. Como en todas las familias por supuesto. Por un lado, cantaban cantos e himnos al Señor, después se dedicaban a la crítica, a la mañosería y a las trampas. Especialmente sus hermanos. Al Señor se le dio por regalarle unos sueños que en lugar de que provocaran el respeto y el asombro en su familia, sirvieron para alimentar el odio, el rechazo y la burla de sus hermanos.
Incluso su propio padre, por uno de sus sueños se enojó tanto que se burló de él. “¿Pretendes decir que yo y tu madre nos inclinaremos a ti?” Cosas por el estilo fueron las que sufrió este joven predestinado para ser grande. Y fue precisamente esa predestinación la que provocó que sus hermanos quisieran matarlo primero y luego decidieron venderlo como esclavo a unos comerciantes que se dedicaban a ese negocio.
Imaginemos el sufrimiento, la soledad y la desilusión que sufrió nuestro hermano José a causa de la doble moral que su familia tenía con respecto a la adoración y búsqueda del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Era algo incomprensible como podían, unos minutos estar frente a un altar dizque adorando a Jehová, y el siguiente minuto planeando como darle muerte.
Eso fue lo que José tuvo en su niñez y parte de su juventud. Pero ahora, en Egipto, después de un periplo aproximadamente de unos veinte años, el Señor empezó a cumplir sus sueños. Para acortar la historia, me iré al grano: José se casa con la hija de Faraón. Una egipcia que indudablemente conoció la historia de José. Seguramente para el ahora esposo de una egipcia debió ser duro contarle cómo su familia había caído tan bajo en su forma de vivir que tuvo que hacer una búsqueda personal e íntima de su Dios para encontrar las respuestas que necesitaba.
Porque para sus hermanos, la religión, las creencias religiosas, la forma en que adoraban, cómo creían en Dios, la percepción de Dios en la casa de su padre, lo que hicieron fue trastornar la imagen de Dios en la vida de José. Y eso es lo que sucede en las familias, cuando critican al pastor, critican la iglesia, critican el mensaje, mantienen conductas de amargura en contra de Dios, desdibujando la imagen de Dios ante los mismos miembros de esa familia a tal grado que para muchos es difícil creer en los pastores, en la Iglesia y sobre todo, en el Dios de Amor que tanto se enseña.
Es por eso que, ahora que José es padre de Manasés, decide ponerle un nombre que le haga olvidar. Que le haga olvidar “la casa de su padre”, o sea, olvidar aquellos malos ejemplos, aquel sufrimiento inmerecido, aquella incomprensión a sus sueños. Olvidar aquel veneno que sus hermanos tenían dentro de ellos. Olvidar el egoísmo y la prepotencia con que le trataron. Con su hijo Manasés, José tuvo la oportunidad de ser diferente. Ser un verdadero adorador, servidor y seguidor del Dios de su tierra. Un mejor esposo y un mejor padre. Quizá José conocía el consejo del Talmud: “en el lugar donde no hay hombres, procura ser el mejor de los hombres”. Y José lo logró. Primero, olvidar su pasado y luego enfrentar su presente y ser útil en el futuro.
Usted conoce el resto de su historia.