Génesis 29:16-17 “Labán tenía dos hijas; el nombre de la mayor era Lea, y el nombre de la menor, Raquel. Y los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de bella figura y de hermoso parecer…”
Comencemos desde el principio. La Escritura dice que Raquel tenía hermosos rasgos y una hermosa tez y lo único que descubrimos sobre Lea es que sus ojos eran tiernos.
Es claro, entonces, que estas dos hermanas amaban a su esposo Jacob, pero la mujer de la que vamos a hablar -Lea-, estuvo en una situación completamente diferente: no solo Lea no fue amada, sino que la palabra principal que encontramos en la Biblia con respecto a ella así como la palabra principal de su propia descripción, es «odiada». ¿Cómo lidió Lea con eso? ¿Y cómo lidió Dios con eso?
A veces hay “pequeños” detalles en las Escrituras que brindan ideas sorprendentes y pueden ser absolutamente reveladores y, sin embargo, podrían pasarse por alto fácilmente, de la misma manera, podemos recopilar mucho de los nombres de los hijos de Lea: si prestamos mucha atención a sus nombres, veremos no solo su dolor, ¡sino también su increíble viaje espiritual!
Leemos:
“Y vio el Señor que Lea era aborrecida, y abrió su matriz; pero Raquel era estéril. Y Lea concibió y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Rubén, porque dijo: “Porque el Señor ha visto mi aflicción, pues ahora mi marido me amará”. Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo; y dijo: “Por cuanto oyó el SEÑOR que yo era aborrecida, me ha dado también este hijo”, y llamó su nombre Simeón. Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo; y dijo: “Ahora esta vez se unirá mi marido conmigo, porque le he dado a luz tres hijos”; por eso se llamó su nombre Leví».
Vemos entonces que está claro que los nombres de sus tres primeros hijos lo delatan todo: ¡lo único que le importa a Lea en este momento es su esposo! ¡Ella está pidiendo, suplicando, llorando por el amor y el afecto de Jacob! ¿Cuántas lágrimas derramaron sus tiernos ojos? ¿Cuántas noches sin dormir estuvo llorando en su cama, sintiéndose rechazada, no amada, odiada? Aunque Lea habló de Dios viendo su aflicción, de hecho, el nombre de Rubén tiene el verbo «ver» en plural, y por lo tanto, implica múltiples testigos. Como si Lea estuviera diciendo: ¡Miren, todos! ¡Tengo un hijo! Las implicaciones son claras: le di un hijo, ¿no creen que debería ser suficiente para que mi esposo me ame?.
Lea necesita ser sanada del rechazo y aborrecimiento del que era víctima por parte del hombre que debió amarla.Esta historia tenía que ser una historia de sanidad: Lea no podía convertirse en una mujer libre si su corazón no sanaba, si finalmente no alcanzaba la paz, si no se reconciliaba con sus circunstancias y su vida. Sí, obviamente pasó por años de continua humillación y dolor; pero a través de este dolor, Dios había estado tratando con ella y sanándola. No sabemos cuántas lágrimas derramaron sus tiernos ojos ni cuántas horas pasó llorando desesperadamente ante el Señor, pidiéndole que limpiara su corazón de envidias y celos, que la fortaleciera y le diera paz. Sin embargo, al final de Génesis 29, vemos claramente esta sanidad consumada en el nombre de su cuarto hijo, ya que leemos un informe completamente diferente: “Y concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y dijo: “Ahora alabaré al SEÑOR; por eso llamó su nombre Judá”
¡Cuán diferente es este nombramiento de los tres primeros hijos! Ahora vemos a la mujer que quiere alabar al Señor –alabarlo sin importar sus circunstancias–. Las circunstancias no cambiaron, por cierto: seguía siendo la esposa menos amada, todavía sufría por eso, no dejaba de amar a su marido, no dejaba de añorar su amor y su cariño. Sin embargo, el camino espiritual que acabamos de trazar, nos revela a la mujer que sabe alabar al Señor, pase lo que pase, y por eso se convierte en una de los ejemplos de libertad espiritual.
Hermana, recuerde lo que dice el Señor: Yo soy tu marido, tu hacedor. No lo olvide.