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viernes, abril 26, 2024

Lo que otros callan

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Marcos 1:44 “y le dijo*: Mira, no digas nada a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu limpieza lo que Moisés ordenó, para testimonio a ellos…”

Este milagro tiene mucho que enseñarnos, especialmente a los pastores.

El caso de este leproso, era un hombre que estaba sellado para ser un paria. No tenía permitido entrar al Templo a orar porque la Ley ordenaba que ningún leproso podía entrar al Templo. Era un exiliado en su propia tierra. No tenía derecho de visitar a su familia, no tenía amigos que quisieran o pudieran ayudarlo por temor a quedar contagiados y contaminados con esa impureza.

Es decir, tenemos frente a nosotros a una persona sin ninguna esperanza de ser limpiado y sanado. La lepra lo hacía inmundo y tenía que vivir separado de los demás.

Ahora bien, esa lepra no se trataba de una bacteria como la conocemos hoy. No era la enfermedad de Hansen. Esa lepra era producto de la mala lengua. Es decir, este tipo era un chismoso. Era un criticón de los demás y esa debilidad le fue mermando su temor a proferir palabras y comentarios sobre su prójimo que poco a poco lo fue llevando a esa situación en la que lo que había dentro de él empezó a manifestarse afuera.

Tenemos ese detalle en la historia de María, la hermana de Moisés. Cuando Moisés se casa con una morena, María -dice la Escritura-, fue con Aarón y juntos comentaron sarcásticamente ese matrimonio de su líder y hermano. Craso error. María quedó leprosa inmediatamente y tuvo que ser sacada fuera del campamento en el desierto y esperar el tiempo señalado para que Dios -que era y es el único que puede hacerlo-, sanara a María.  De allí que los comentaristas judíos nos enseñan que ese tipo de lepra era causa del mal hablar. Especialmente de los demás.

Sintiéndose solo, abandonado, sin esperanza, sin consuelo, con sus sueños mutilados y planes fallidos, este hombre no tiene a donde ir. Indudablemente era un hombre con familia. Amaba a su esposa y sus hijos. Deseaba estar en su casa con los suyos pero la Ley le cerraba el paso.  Los médicos no podían hacer nada por él, no existía cura para su enfermedad. Sencillamente porque él no estaba solo enfermo de la piel, también estaba enfermo del corazón. El orgullo, la petulancia, el alto concepto que tenía de sí mismo le había hecho hablar mal de otros y eso produjo su estado tan calamitoso.

Es por eso que cuando supo que cerca de donde él estaba iba a pasar el Mesías llamado Jesus, que sanaba y liberaba a los enfermos, acude a Él en espera que le haga el milagro tanto tiempo deseado. Notemos las palabras de la Biblia cuando nos cuenta el encuentro de estos dos hombres: Marcos 1:40 “Y vino* a Él un leproso rogándole, y arrodillándose le dijo: Si quieres, puedes limpiarme”  Primero vemos que fue y lo buscó. Sabia que su mal no podía ser curado por ningún médico.  Segundo: llegó rogando. No exigiendo ni tan siquiera reclamando. Tercero: Se arrodilló. Reconoció que estaba frente a un Rey y no un simple curandero que tanto abundaban en esa época (y en la nuestra también). Por último: pidió que si quería que lo limpiara. ¿Por qué limpiar y no sanar? Porque él se había dado cuenta, como judío que era y conocía la Escritura desde niño, que ese mal era producto de algo interno, era la suciedad de su alma la que necesitaba ser limpiada y no solo su piel.

Y aquí viene una buena lección: Marcos 1:43 “Entonces Jesús lo amonestó severamente y enseguida lo despidió…” ¿O lo contempló porque era pobrecito, enfermito, incomprendido, rechazado y otras cosas? No. Jesus lo regañó duramente advirtiéndole que dejara su mal hábito de hablar mal de otros.  Y, como corolario, viene la instrucción más importante: Anda y preséntate ante el sacerdote y cuando te pregunte quien te sanó, dile que fui yo, el Mesías prometido, que ya estoy aquí en Israel, que he hecho lo que tengo que hacer: Limpiar a los leprosos.  Pero, oh, pastores: ¿Que pasó con el sacerdote? No le creyó. No podía ser que un simple hombre del pueblo fuera el Hijo de Dios, el Enviado de las naciones. No, no era posible. ¿Que hizo el ahora exleproso entonces?  Vv. 45 “Pero él, en cuanto salió, comenzó a proclamarlo abiertamente y a divulgar el hecho…” Lo que no quiso hacer el sacerdote quien era el único autorizado para proclamar la llegada del Mesías prometido, lo hizo este hombre restaurado, limpiado y vuelto a la vida social y familiar.

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