Génesis 34:1-2 “Y salió Dina, la hija de Lea, a quien esta había dado a luz a Jacob, a visitar a las hijas de la tierra. Y cuando la vio Siquem, hijo de Hamor heveo, príncipe de la tierra, se la llevó y se acostó con ella y la violó…”
Lo que van a leer no les va a gustar a algunas mujeres feministas. Y no les va a gustar porque la Palabra de Dios, que no esconde ninguno de los actos vergonzosos de los humanos, en este pasaje rasca dolorosamente no solo el pasado pero también el presente de las mujeres.
Así es Dios. Tanto habla de las virtudes de sus amigos como también sus falencias. Dios es Justo. Y su Justicia nos aplica a todos. Como dice el inglés: No choice.
Primero veamos algo interesante: El primer caso de abuso sexual en la Biblia sucedió en Egipto. La esposa de un magnate que había comprado un esclavo hebreo llamado José, lo lleva a su casa para que se ocupara de su servicio. La esposa, de quien no se nos da el nombre y que tampoco viene al caso, se enamora de él. Lo empieza a acosar día y noche, invitándolo a que tuviera relaciones con ella. José se niega una y otra vez, hasta que llega cierto momento y presión que ya no soporta más y la mujer los desviste, lo seduce y está a punto de cometer adulterio físico, cuando el joven sale huyendo de aquella habitación para ponerse a salvo del acoso sexual al que estaba siendo sometido.
La ley, como siempre, defiende a la mujer y ponen al hombre en la cárcel. Pero, mis amigos, pongámonos serios. ¿Quien acosó a quien? ¿Quién persiguió a quien? Algo para las mujeres: No siempre son ellas las víctimas. En una buena medida, el coqueteo insolente, la muestra de su piel más allá de lo permitido éticamente, la violación a las leyes de la decencia y el respeto que una dama debe tener de sí misma, puede provocar que los hombres pierdan el sentido de la distancia y se vean tentados, por su propia concupiscencia, por supuesto, a cometer algún ilícito contra ellas. Todo porque el hombre funciona a través de los ojos.
Lo demás es historia.
Dina, la única hija del patriarca Jacob, hermana de sangre de Simeón y Leví, siendo una niña consentida por su padre y muy amada por sus hermanos, sale un día a conocer a otras jóvenes que no eran de su raza. Eran -dice la Escritura-, hijas de la tierra, término que significa que eran gentiles, no creyentes en el Dios de Jacob. Y sucede que el hijo del príncipe de esa tierra, Siquem, se enamora perdidamente de ella.
Si este joven tenía a su alcance a tantas jovencitas de su tierra a cuales más hermosas entre sí, ¿que vio en Dina como para que haya perdido la cabeza por ella? ¿Que tenía de especial esta joven como para enloquecerlo de amor a primera vista? No lo sabemos. Vamos a creer que Dina se vestía decorosamente como cualquier joven temerosa de Dios. Vamos a suponer que su presencia física no tenía nada que despertara lujuria en la carne y los ojos de Siquem. Sin embargo, Siquem pierde los estribos y comete un imperdonable pecado contra ella: La viola. Destruye su juventud y su futuro. Su acción está fuera de toda lógica.
Pero vamos a estudiar con ojos nuevos este episodio y veremos que no fue solo Siquem el culpable de este vergonzoso acto. Porque: ¿Qué estaba haciendo la hija de un Patriarca, hombre que conocía la Ley de Dios, hombre temeroso del Dios de sus padres Abraham e Isaac mezclándose con las hijas de la tierra? ¿Qué anda haciendo una jovencita que pudo haber tenido un futuro brillante al lado de su padre y sus hermanos, saliendo a conocer una cultura que no seguía las más mínimas reglas de honestidad y decencia?
Además, no seamos infantiles: para que Siquem se la haya “llevado” quiere decir que Dina accedió a tener amistad con este joven que no tenía ningún temor por el Dios que Dina seguramente conocía. Si Siquem se sintió tentado a abusar de ella fue porque Dina le dio la oportunidad para mantener cierto acercamiento con él, ciertas pláticas que fueron drenando poco a poco la voluntad de la joven que fue conquistada en algún momento por la gallardía y guapura del hijo de un príncipe. Dina se expuso, no inocentemente; sino atraída por la aventura de conocer un mundo ajeno a sus creencias. A Dina no la podemos excusar de haber sido incauta de lo que se le avecinaba. Confió seguramente en las palabras y la galantería de Siquem quien supo endulzarle el oído con sus zalamerías y palabras que vulneraron su confianza en sí misma. Para Siquem era normal violar jóvenes de su pueblo.
Para Siquem el sexo libre no era algo sagrado. Era parte de su cultura pagana. Era asunto de saciar apetitos carnales. Pero no para Dina. Pero cuando se dio cuenta de su tremendo error ya fue muy tarde. Su futuro había quedado roto para siempre.
Mis amigos: No siempre es el hombre el culpable totalmente de una situación así. La mujer tiene mucho que ver en este fenómeno que hoy sigue vigente.