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domingo, noviembre 24, 2024

Dolor y sufrimiento

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Génesis 1:2 “… y las tinieblas cubrían la superficie del abismo…”

No nos engañemos: Primero vamos a encontrar tinieblas en nuestro caminar por la vida. Pero somos los encargados por Dios de llevar luz en donde hay tinieblas.  Para poder conocer la luz, primero tenemos que pasar por las tinieblas.  Las tinieblas preceden a la luz. Lo primero que tenemos que aprende es a luchar con las tinieblas para poder llegar a disfrutar de la luz.

Posiblemente en estos momentos haya alguien que está pasando por momentos en los que no sabe que hacer, no sabe a donde ir para resolver sus problemas que le acosan en la oscuridad de su vida, no sabe donde pedir ayuda. Pero cuando llegan esos momentos, son momentos también de encender la luz de la Palabra de Dios, la luz de la fe, la luz del dar, la luz de la oración. La oscuridad tiende a producir miedo en nosotros, a veces pensamos que no tenemos miedo a las cosas, pero no nos damos cuenta que tenemos miedos agazapados en nuestro interior.

Por supuesto que hay dos clases de miedos. El miedo racional y el irracional.  El miedo racional es el que nos ayuda a ser precavidos, a mirar la calle antes de cruzarla, a evitar amistades dañinas, a cuidar nuestras boca para no equivocarnos, eso nos ayuda y nos protege de mucha disciplina y castigos.

Pero hay un miedo que nos aterra, que nos subyuga y nos mantiene prisioneros de él mismo, causándonos pavor y desconfianzas, es el miedo irracional. En nuestros cerebro hay un banco de información que ha registrado todos los eventos de cada suceso emocional de nuestra niñez o juventud. Fueron cosas que sucedieron y que no los pudimos evitar y tampoco los supimos gestionar. Son esos miedos que llevamos a todas partes porque quedaron grabados en lo profundo de nuestro cerebro y que se convierten en una carga emocional donde quiera que vayamos.

El miedo irracional se muestra con pensamientos irracionales. Nuestro cerebro nos defiende de las cosas que nos dañaron y que no deseamos repetir cuando ya somos adultos. Ese miedo nos enferma y nos castiga.  Por ejemplo, la muerte de un ser querido, el rechazo de nuestros padres, eventos catastróficos que dañaron enormemente nuestra autoestima, el abuso de alguien, la traición de un amigo, la deslealtad de un cónyuge, el abandono de un padre o una madre cuando más lo necesitaba, un insulto o una violación. Una humillación o un menosprecio o una burla a nuestros actos.

Todo eso ha quedado registrado en nuestro cerebro que los guarda como un dolor y sufrimiento. Dolor porque es evidente que nos causó dolor, malestar, incomodidad, aflicción. Y sufrimiento porque no supimos responder al dolor apropiadamente. Cuando una experiencia de dolor atormenta la vida entonces usted mismo convierte el dolor en sufrimiento. Son dos cosas distintas.  Están relacionadas pero son diferentes. Nadie le puede causar sufrimiento, pero si dolor.

Solo usted y yo podemos causarnos sufrimiento. Es por eso que necesitamos conocer las diferencias entre ambos estadios. Cuando no sabemos manejar el dolor que nos causaron antes, ese dolor se va convirtiendo en sufrimiento y es cuando nacen los celos en el matrimonio porque el dolor de haber sido traicionados por la persona que debió amarnos nos abandonó y nos dejó en soledad, ahora queda ese miedo a repetir esa historia y se va convirtiendo en un sufrimiento de pensar que ese episodio se volverá a repetir. Es cuando el cónyuge que no ha sabido gestionar ese dolor vive atormentado por el sufrimiento de pensar que en cualquier momento le volverán a dejar solo. La pobreza es otra experiencia dolorosa que nos hace sufrir y no vivimos satisfechos con lo que podemos llegar a tener. Nunca será suficiente.  Una persona puede experimentar dolor pero no sufrimiento. Y otra persona puede estar sufriendo sin necesidad que haya dolor. El sufrimiento es pasajero, pero el dolor es constante. Ese es el miedo malo porque siempre están a la defensiva porque viven desconfiando de otros, no pueden mantener relaciones sanas porque los asfixian con sus celos y desconfianzas. El haber pasado hambre en la niñez produce un miedo a repetir esa historia y se vive con el dolor y el sufrimiento de que todo se termine y volver a tener necesidad. Es el síndrome del estómago vacío.

Es por eso que en Génesis se nos enseña que antes que Dios hiciera la luz, primero tuvo que haber tinieblas. No podemos llevar luz a otros si todavía vivimos en las tinieblas del dolor. Es triste que muchos hijos de Dios vivan con el dolor constante que les roba la paz y la armonía que podrían disfrutar con sus seres queridos, con una buena pareja que les ayude a salir de ese tormento y que puedan ver que detrás de cualquier acto de tinieblas, hay una luz que resplandece a su favor.  Es Cristo, nuestra Luz eterna.

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