Génesis 37:1-2 “Esta es la historia de las generaciones de Jacob: José, cuando tenía diecisiete años…”
La Biblia tiene una manera muy particular de contarnos sus historias. Dios es -con el debido respeto-, tan Multifacético que si no estudiamos bien su Palabra, nos vamos a quedar a oscuras sin conocer la verdad oculta dentro de sus páginas.
Ella, la Escritura, declara que es gloria de Dios encubrir un asunto, pero gloria del rey escudriñarla. ¿Qué significa esto? Que a Él le complace cuando uno de sus reyes investiga, escarba y se esmera en buscar la perla que está escondida en ese vasto océano que es la Biblia. Cuando nos esmeramos en escudriñar en ese magma inmenso que es la Palabra de Dios, Él nos abre su buen tesoro y nos regala sus revelaciones.
Por supuesto, hay quienes se niegan a aceptar que Dios aún revela cosas ocultas en su Palabra. Académicamente hablando, hay quienes dicen que ya todo está revelado, que ya no hay más que aprender, pero personalmente soy un testimonio de lo que Dios nos enseña cada nuevo día para enriquecer nuestro conocimiento y dejarnos asombrados de lo que aún nos falta por aprender.
Dicho esto, cuando leo lo que dice el capítulo 37 de Génesis cuando nos quiere contar la historia de las generaciones de Jacob, empieza con la juventud de José. ¿Que nos quiere contar la Escritura que no vemos a simple vista sobre las generaciones del patriarca Jacob? ¿Por qué no empezó su historia desde Abraham, Isaac y sus ancestros? ¡Aquí debe haber algo que yo no he visto, Señor! ¿Podrías mostrármelo, por favor? Gracias.
Los hijos son el reflejo de sus padres. Tanto lo bueno como lo malo de los padres es transmitido a los hijos. La transmisión es biológica, sicológica y espiritual. Los genes, las actitudes y el espíritu que tienen los padre pasan a los hijos. Por eso, la historia generacional de Jacob empieza con José. En los hijos está la historia de los padres.
Las actitudes y la relación que había entre las madres de los doce hijos de Israel o Jacob, se reflejan en los hijos de manera acrecentada. Entre Lea y Raquel había una gran rivalidad, tanto que hasta los nombres que les pusieron demuestra ese antagonismo entre ellas. En ese ambiente de competición y afán de “quien puede más”, se criaron los hijos.
Además, el favoritismo que Jacob mostraba hacia Raquel y José, causó la envidia entre los demás. La tensión en la familia era fuerte. Los hermanos de José lo rechazaban con razones que saltan a la vista. Cuando uno de los padres tiene preferencia sobre uno en especial, prepárese para la tragedia que se avecina cuando ya puedan tomar sus propias venganzas.
Cuando los padres ven defectos en sus hijos, no los deben culpar por ello, sino revisar sus propias vidas y pedir al Señor perdón por aquellas cosas que le son desagradables y que han transmitido a sus hijos. Si los padres logran ser libres de estos defectos en sus actitudes y comportamientos, los hijos tendrán más facilidad para abandonar esas cosas, especialmente si los hijos siguen teniendo una relación estrecha con sus padres.
No sabemos cual era el motivo de José al contar sus sueños, si lo hacía con el espíritu de competición que reinaba entre sus hermanos, o simplemente era por que sus sueños, que venían del Señor, le impactaron tanto que tenía que contarlos a alguien. No sabemos si José quería antagonizar con sus hermanos a causa de sus sueños pero lo que logró fue el rechazo de ellos, la infamia de su corazón al tratar de matarlo y al final, ser vendido como esclavo a un pueblo extraño. Era “el soñador” como burlonamente le llamaban.
¿De donde vino esa conducta en esos hijos en quienes circulaba la misma sangre paterna? En el mal ejemplo de sus madres. En la tolerancia de un padre que no supo manejar su hogar a causa de sus preferencias y su poligamia. No podemos servir a dos señores dijo Jesus, y Jacob trató de servir a dos mujeres. Y esas hermanas, rivales entre si, heredaron esa rivalidad a sus hijos. ¿Qué vieron esos niños mientras crecían? ¿Qué expresiones de rechazo y pleitos entre sus madres escucharon y vieron esos niños? Lo mismo que les vemos hacer cuando ya son adultos. Es por eso que la trágica historia de Jacob empieza con José.
Al final, después de un periplo doloroso y lleno de vergüenzas, José nos muestra haber sanado de aquel espíritu de pleitos familiares porque es claro que logró ser liberado de él antes de tener a sus hijos Manases y Efraín a quienes les puso nombres que nos revelan ese cambio. Manases significa: “Dios me ha hecho olvidar la casa de mi padre” Y Efraín: “Dios me ha hecho fructífero”. Si Dios no interviene en las vidas de nuestros hijos, nuestras herencias les cobrarán a ellos nuestros propios fallos.
Entonces, como dijo Ernest Hemingway, no preguntes “por quien doblan las campanas, porque doblan por ti y por mi…”