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sábado, noviembre 23, 2024

¡Oh, almas adúlteras…!

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Romanos 1:16  “Porque no me avergüenzo del evangelio…”

La Iglesia le está fallando a Dios y a su pueblo.

Los predicadores le estamos fallando a Dios y a los hombres. Estamos siendo los culpables de que la gente que se reúne a escuchar una plática de unos treinta minutos cada domingo salgan de los templos tal como entraron, solo que con un poco más de retos y desafíos para hacer dinero, para alcanzar sus metas y sueños de tener puestos de más importancia dentro del sistema del mundo. Pero cada vez más lejos del conocimiento de la Verdad.

Estamos siendo culpables que el pecado de ignorar la Palabra de Dios no penetre en los corazones de las personas que se saben de memoria los cantos, los coritos e incluso, los versos de los salmos que se leen de memoria. Pero no estamos enseñando el verdadero Evangelio de Cristo.  Estamos enseñando nuestro propio evangelio. A lo malo le estamos llamando bueno y viceversa.  Ya no hablamos del pecado, ahora le llamamos enfermedad. Ahora le llamamos problema de conducta. Incluso, hay congregaciones que al lado del templo que se llena cada domingo, tienen un apartado para que asistan los que tienen “problemas” con el alcohol, las drogas y las neurosis.  Porque es mejor que los encargados de seguir sus doce pasos les ayuden a salir de sus “problemas” porque la iglesia no tiene ni el tiempo, ni las ganas ni las herramientas para echar fuera a todos los demonios que los aquejan. Mejor que les impartan sus placebos sicológicos para que se liberen.  Que ellos hagan lo que no puede hacer Dios.  Los adictos no son pecadores, solo es que tienen problemas.

¡Qué tristeza realmente empequeñecer de tal manera el Poder de nuestro Dios que él mismo se llama El Poderoso. Ese es nuestro primer pecado queridos hermanos pastores y maestros de la Palabra de Dios. Tenemos que volver a las sendas antiguas como dice la Escritura.

Y es que la iglesia de hoy (así, con minúsculas), ya no es la Iglesia de Cristo ni la de Pablo. Ahora es nuestra iglesia. Y por ser nuestra, el evangelio que predicamos es el nuestro y no el de quienes la fundaron.  Por eso es que tenemos que “reinventarnos”, tenemos que hacer “reingeniería” espiritual y revisar lo que la gente desea escuchar y no lo que necesita conocer. Ya la santidad se ha perdido.  Basta con observar como se presentan las damas con sus ropas provocativas, sus tatuajes en los hombros para llamar la atención de los hombres, sus pantalones rotos en las piernas mostrando ciertas partes de su piel para luego acusar a los varones de acoso sexual de tanto mirarlas. Ya los pastores que antaño eran modelo del vestir con ética y respeto por el púlpito y ante el mismo Dios que decían representar, ahora se visten como los artistas de la farándula, imitando los estilos de los ejecutivos de Apple, dando a entender que un ministro de Dios también es “tan humano” como cualquier hombre de la calle.

Y de los encargados de la alabanza ni mencionarlos porque ahora resulta que pueden subir al “escenario”  con sombreros, ropajes estrafalarios, pelo largo y despeinado para dar a entender que están “a la moda”, como si el Señor en su Palabra no hubiera dejado las instrucciones para los encargados de la alabanza de su Casa con órdenes bien claras.  Si David estuviera vivo y nos visitara junto con Asaf, Hemán y Jedutún, estos quedarían espantados ante el show que ahora vemos en nuestros músicos.

Un prisionero muy famoso en su tiempo, fue llevado ante el tribunal que lo iba a juzgar por sus delitos. En el trayecto dice la historia, iba feliz, platicando con sus guardias, haciendo bromas y carcajeándose a todo pulmón. El delincuente iba feliz a encontrarse con el juez que lo iba a juzgar. No tenía ninguna preocupación por ese encuentro porque había comprado al juez. Lo había sobornado para que lo dejara libre. Pero ¡qué horror!, cuando llegó al juzgado, se dio cuenta que habían cambiado al juez y el que estaba en el estrado era un juez justo, celoso y muy estricto con la conducta de los delincuentes.  El reo se quedó petrificado del terror de enfrentarse a un juez que no conocía ni había sobornado.

Eso va a suceder cuando muchos de nosotros nos presentemos ante el Tribunal de Cristo. No estaremos ante un cristo flojo, sobornable con actitudes hipócritas ni teatrales. No estaremos frente a un dios que nos hemos fabricado por culpa de querer rebajarlo a nuestro nivel, porque no hemos hablado de  un Dios tres veces Santo y que por lo tanto, exige que sus hijos y siervos sean también santos. Y es que realmente amigos, nos hemos avergonzado del Evangelio de Cristo. La levadura del pecado nos ha leudado tanto que ya no estamos en sintonía con lo que debemos vivir, enseñar y reflejar.  Ahora nos parecemos más al mundo que a nuestro Creador. Hemos perdido su Imagen y Semejanza.

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