Romanos 8:35 “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”
Tenemos que comprender que el camino con el Señor no es un camino fácil. Está lleno de problemas y motivos para “tirar la toalla”. El camino de la fe consiste en confiar en el Señor para poder superar todos esos problemas y ver cambios radicales en los momentos de crisis de la vida.
Romanos 8 nos enseña: “¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?…Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” Pero cuando leemos la Escritura con ojos nuevos nos damos cuenta de detalles que se nos pasan por alto.
El camino de la fe no dice “SIN todas estas cosas somos más que vencedores” sino “EN todas estas cosas” ¿Que cosas? Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada y muerte. En todas estas cosas somos más que vencedores, no por medio de nuestros propios méritos, sino por los méritos de aquel que nos amó hasta la muerte.
Así que el camino de la fe, tanto de los antiguos hombres de Dios como para nosotros, la única solución que tenemos para cada problema que humanamente es imposible resolver, con Él todo es posible. En él somos más que vencedores.
El problema que muchos cristianos enfrentan en sus vidas es que no conocen realmente no solo a Jesus, pero tampoco su Poder. Su Poder para cambiar las cosas que nos afectan en nuestro diario caminar. Pagar deudas, arreglar un matrimonio que camina en el filo de la navaja, arreglar la conducta de un hijo que ha entrado en rebeldía, tomar la disciplina de orar diariamente, leer la Biblia con el debido respeto, son cosas que a veces vamos dejando de hacer por los avatares de la vida. Y entonces, lo poco que sabemos de Jesus se va diluyendo en nuestro interior hasta que llega el caos y nos damos por vencidos. Ya dejamos de ser vencedores por medio de Él.
¿Es esto cierto para usted en este momento? Tal vez conozca más o menos a Jesús, por lo menos en su cabeza, pero cuando la tentación es demasiado fuerte en su corazón, se rinde. Cuando el mundo está ruidoso, lo escucha por encima de su Salvador.
Cuando me he sentido de esta manera hacia el evangelio, recuerdo haber leído Marcos 15 y me identifiqué con Poncio Pilato. Él fue el gobernador que ordenó oficialmente que Jesús fuera crucificado, no porque pensara que Jesús era malo o merecía este castigo, sino porque la multitud quería que Jesús muriera.
“Como quería satisfacer a la multitud, Pilato les soltó a Barrabás; a Jesús lo mandó azotar, y lo entregó para que lo crucificaran” (Marcos 15:15).
No soy el gobernador de nada, y lo único de lo que estoy a cargo es de llevar la Palabra a una preciosa congregación un par de días a la semana; pero como Pilato, he negado a Jesús públicamente. Y he escuchado a la multitud por encima del hombre que vino a salvar mi alma. Porque, francamente, no siempre es conveniente estar junto a Él, ¿verdad?
Esa “multitud” no han sido personas de carne y hueso. Han sido los problemas para llegar a fin de mes cuando las cosas no andan bien. Es la multitud de dudas que han llegado a mi corazón y me dicen que me olvide de Jesus y de las cosas que ha hecho en el pasado y que es Poderoso para volverlas a hacer. Porque Él no cambia ni un ápice. Pero esa “multitud” que me pide que lo crucifique me vence en muchas oportunidades. Lo digo con vergüenza.
Cuando nos sentimos insensibles a la cruz, a menudo es porque estamos distraídos y, a través de nuestras elecciones diarias, estamos negando a Jesús como nuestro Salvador y escuchando a la multitud. Puede que no haya una multitud que nos grite que crucifiquemos a Jesús, pero todos los días vivimos en un mundo que grita mentiras sobre nuestro Salvador y nuestra identidad en Él. Y sin siquiera darnos cuenta, comenzamos a creer estas mentiras.
Es por eso que el escritor a los romanos nos insiste que debemos pensar siempre en lo bueno, lo agradable, lo justo, lo que es digno de ser mencionado. ¿Que nos podrá separar del amor de Cristo? Cuando leemos que nada de las cosas que nos puedan estorbar, nada de eso nos podrá separar de su Amor. Porque en él somos más que vencedores. Todo porque él ya venció a todos y todo. Bendito sea su Nombre.