Juan 9:25 “Entonces él les contestó: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que yo era ciego y ahora veo”
Cuarenta y un versos del capítulo nueve de Juan se dedicaron para contarnos una historia de cambios. Una historia de regeneración. Una historia de liberación y de milagro. Así, en singular. Porque todo se debió a un solo milagro que Jesús había hecho en un ciego de nacimiento.
Bastó un solo milagro en un necesitado para que todo el sistema religioso de los que gobernaban a Israel en tiempos del Segundo Templo se pusieran nerviosos. Todo porque quienes debían haberle hecho el milagro no fueron ellos sino un “pecador” como ellos llamaron a Jesus.
Discusiones teológicas. Análisis de pruebas. Alta Crítica. Definición de quien era el atrevido que no solo violó la regla del sábado pero también se atrevió a desafiar el sistema organizado de la religión de aquellos sepulcros blanqueados.
Igual que hoy. Que no se atreva alguien a desafiar el sistema religioso de algunos jerarcas evangélicos que no solo no dan de comer a su pueblo y no permiten que alguien ajeno a ellos lo haga. Es el síndrome del perro del hortelano. Ni come ni deja comer. Así somos los encargados de cuidar las normas y reglas que nos hemos impuesto y hemos cargado a los demás para sentir que estamos haciendo algo en favor del Reino de Dios, sin darnos cuenta que lo que hemos hecho es cuidar nuestro propio reino.
Eso le sucedió a Jesus y a Pablo y a Pedro. Y a uno que otro atrevido de nuestros tiempos.
Todo por un milagro.
Por eso me gusta que en un pasaje de los Evangelios, el Señor sana a un leproso. Después de haberlo sanado, le dice que se presente al Templo y ofrezca su ofrenda ante el Sacerdote “para testimonio a ellos” (Mr. 1:44). Pasaron varios años para poder comprender qué quiso decir Jesus al leproso con eso de “testimonio a ellos”. Y es que según el rito del Templo, el leproso debía presentar una ofrenda por haber sido limpiado de la lepra. Al llevar su ofrenda ante el Sacerdote, éste debía tomar para sí la parte del animal que le pertenecía. Al hacerlo, estaba disfrutando de algo que no se había ganado, nunca oró por el leproso, nunca hizo nada por este necesitado de sanidad, sin embargo, ahora que le presentan al Señor una ofrenda, muy campante toma el lomo del animal para disfrutarlo en un buen asado a la parrilla. Es decir, el exleproso le está diciendo: “Sacerdote, aunque tú nunca hiciste nada por mi, aquí te presento mi ofrenda al Señor. Toma lo que te pertenece”. El Sacerdote debió preguntarle al leproso quién lo había sanado para pregonar que ya estaba presente el Mesías de Israel, pero este perezoso religioso no preguntó nada, por lo tanto, solo se aprovechó de su privilegio y fue el sanado quien empezó a pregonar su milagro.
¿Como te sanó ese hombre? ¿Que fue lo que te hizo? ¿En verdad tú naciste ciego? ¿Y como hiciste para llegar al estanque a donde te envió a lavarte? ¿Que dicen tus padres sobre eso que te pasó? ¿Cuando llegaste al estanque ya veías o fue después de lavarte? ¿O quizá fue el barro que te untó lo que te sanó?
Fueron muchas preguntas para una sola respuesta. El ciego no necesitó ir a un seminario teológico, no necesitó ganar un Doctorado ni una Maestría en Divinidad para responder con la sencillez con que lo hizo. Y es que no necesitaba darle tantas vueltas al asunto. Una sola era la respuesta y eso fue lo que hizo: Responder. “Yo no sé nada de lo que ustedes discuten señores. Yo solo sé que nací ciego y ahora veo”
Y es que la razón humana no puede comprender como es que este que escribe era un soldado rústico, mandón, coqueto, adúltero, vanaglorioso, presumido y muchas cosas más hacia abajo, que una noche se encontró ante un Altar de una Iglesia allá en Guatemala y sin quererlo, de sus ojos brotaban lágrimas de dolor, de vergüenza y humillación cuando el Espíritu Santo me presentó a Jesus y pude ver toda la miseria en la que había vivido por tanto tiempo, ignorando que había otro estilo de vida muy diferente a lo que yo llamaba “vida”.
Y mis oficiales no lo entendieron. No les pude explicar por qué dejaba el Ejército. Por qué colgaba las botas y entregaba mi fusil porque algo había sucedido en mi interior que ya no me permitía continuar con ese estilo de vida. Porque como el ciego de la historia, yo no supe nada más que antes era un militarote gritón (como me dice mi esposa) y esa noche algo o Alguien me convirtió en una oveja.
Que otros discutan quien me transformó. Yo lo que se es que fui transformado.