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domingo, mayo 5, 2024

Cómo ve Dios al projimo

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Lucas 10:29  “Pero queriendo él justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?”

Los esenios de Qumran era un grupo de fariseos que se habían separado del Templo y de Jerusalem porque no compartían la teología de los otros fariseos con respecto a mezclarse entre la gente de la sociedad.  Habían decidido separarse no solo teológicamente pero también socialmente.

Ellos tenían una enseñanza que su maestro les había impartido: Nadie que no fuera de su grupo tenía derecho de saber las revelaciones de la Escritura sino solo los de su comunidad. Es decir, cuando apareciera El Maestro de Justicia para llevárselos al Cielo, solo ellos se irían con él. Los demás estaban perdidos por no comprender los misterios escondidos en la Torá que ellos tenían. Además, era imposible pertenecer a su grupo ya que las exigencias para hacerlo eran extremadamente difíciles de cumplir.

Por lo tanto, veían a los demás como personas perdidas en sus deleites y pecados, especialmente los Sacerdotes y fariseos que vivían en la Ciudad Santa. Solo ellos tenían derecho de reclamar las misericordias y dones del Maestro de Justicia que era el mismo Melquisedec de la antigüedad. Ellos esperaban la pronta parusía de su Maestro Eterno.

Así las cosas, uno de ellos, encontrándose un día con Jesus, le hace la famosa pregunta: Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna? “Y Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?  Respondiendo él, dijo: AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU FUERZA, Y CON TODA TU MENTE; Y A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO.  Entonces Jesús le dijo: Has respondido correctamente; HAZ ESTO Y VIVIRÁS. Pero queriendo él justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?

Jesus le responde a esta última pregunta con una parábola. Un hombre está herido, casi muerto en el camino. Pasa un sacerdote y no lo ayuda. Pasa un levita y también evita ayudarlo. Pero un samaritano se detiene, lo atiende, lo lleva a un hostal para que lo cuiden y lo curen de sus heridas dejando una cantidad de dinero a su favor y luego sigue su camino. Después de esta parábola, Jesus le pregunta al experto en la Ley “¿Cuál de estos tres piensas tú que demostró ser prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Y él dijo: El que tuvo misericordia de él. Y Jesús le dijo: Ve y haz tú lo mismo”

Ahora viene la aclaración: ¿Quien fue el prójimo del herido? El mismo que preguntó responde lo lógico: El que tuvo misericordia del herido. Jesus pone el dedo en la llaga del orgullo de este hombre que quiso justificarse pensando que si el herido en el camino no era de su comunidad esenia no tenía derecho de ser atendido de sus heridas. Si no pertenecía a su grupo religioso, si no vivía como él que se privaba de todo, si se mezclaba con las demás personas incrédulas de su religión, no tenía por qué ser su prójimo. Su maestro le había enseñado que su prójimo era exclusivamente aquellos que convivían con él en Qumran, aquellos que se sacrificaban con respecto a la Ley de Moisés eran su prójimo. Los demás no merecían ser tomados en cuenta.

Con esta parábola, Jesus bota el mito que ellos -los esenios de Qumran-, habían levantado por una mala enseñanza con respecto al resto de la gente. Para Jesus, el prójimo es todo aquel que necesita ayuda de alguien. Prójimo es todo aquel que no forma parte de su círculo amistoso o familiar pero que está en apuros y hay que tenderle la mano para brindarle alguna clase de ayuda. Jesus amplía el circulo teológico del fariseo legalista al enseñarle que él era prójimo del herido aunque éste no perteneciera a su grupo.

Esta parábola tiene dos niveles: Un nivel social que significa que cualquier persona que tiene una necesidad, un hijo de Dios, tiene el deber de atenderlo por el hecho de confesar el mandamiento: Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo. Y el nivel teológico porque si usted nota la lectura con ojos nuevos, verá que todo el párrafo que cita el fariseo está continuado con una “y”. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, “y” con toda tu alma, “y” con toda tu fuerza, “y” con toda tu mente; “y” a tu prójimo…

Concluimos entonces que todo aquel que se dice seguidor de Jesus, discípulo del Mesías Jesucristo, y que lo ama por sobre todo, también debe amar a los demás por ser un  prójimo aunque no sean cristianos. Es por eso que el final de la historia Jesus lo sella con las palabras: “Ve y haz tú lo mismo”.  Uno de los sabios más importantes de aquella época, Hillel de Babilonia enseñó al respecto: lo que sea odioso para ti, no se lo hagas a tu prójimo.

Tristemente hoy, aún hay algunos “esenios” que no ven con buenos ojos a aquellos que no profesan su fe y su forma de adorar o predicar la misma Palabra de Dios que predican ellos. Lástima.

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