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viernes, mayo 3, 2024

Buscando…¿Qué?

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Juan 1:38 “¿Qué buscáis?”

Hace ya varios años que me entregué al Señor Jesus para que él fuera mi Rey y mi Dios, recuerdo que llegué al encuentro con él buscando un poco de remanso y paz para mi corazón.

Días antes había terminado de leer la Biblia buscando a un poeta que Cabral había mencionado en una de sus charlas y que me cautivó desde el momento que el trovador había mencionado uno de los poemas más bellos que he escuchado: El Sermón del Monte.

Como yo no conocía la Biblia como la conozco ahora, empecé buscando a su autor Mateo desde el principio, desde Génesis. Cuando llegué al libro de Mateo ya estaba cautivado por el amor que encontré en las páginas de ese maravilloso libro que me hablaban de un Hombre que iba a conocer cuando llegara el momento.

Y ese momento llegó cuando ya habiendo recorrido un buen trecho de la Palabra de Dios encontré a Jesus. Fui cautivado desde ese mismo instante. Recuerdo  un dicho de los sabios judíos: “Cuando el alumno está listo, aparece el maestro”.  Yo ya estaba listo para encontrarme con la Verdad.  Desde ese momento Jesus cautivó tanto mi corazón que cuarentipico años después ha ido aumentando mi respeto y mi amor hacia él.

¿Que andaba buscando cuando entregué mi vida a Jesus? Quizá no les guste mi respuesta pero no puedo hablar falsedades. Yo no llegué buscando dinero. No porque tenía, de ninguna manera.  Pero es que no era mi prioridad.  Tampoco andaba buscando prestigio ni fama. Lo que andaba buscando era qué otros versos me podía enseñar Jesus. Es decir, si escuchando a Cabral encontré esa hermosa perla didáctica que es El Sermón del Monte, pensé qué más podía Jesus enseñarme.  Lo que yo andaba buscando era aumentar mi caudal de conocimiento poético.  En el ejército tuve la oportunidad de leer muchos libros que hablan de  poesía y los diferentes estilos literarios de escritores latinoamericanos.  Pero nunca había leído ni escuchado sobre la poética de Jesus. Para aquel momento, cuando leí el libro de Mateo no pude más que buscar al autor de tantas bellezas literarias: A Jesus. Y tuve la dicha de encontrarme con él.

Es por eso que cuando Juan Bautista ve de lejos a Jesus, no duda en decirle a sus alumnos: “He allí el Cordero de Dios. Síganlo”.  Inmediatamente dos de ellos abandonaron a Juan y buscaron a Jesus. Pero Jesus no los recibió con bombos y platillos. Los recibió con la pregunta con que nos ha recibido a todos: “¿Qué buscáis?”

Porque hay quienes lo buscan para que los sane de sus enfermedades y dolencias. Otros para que les pague las deudas que les están ahogando. Otros para que les arregle su matrimonio que se está yendo a la deriva. Y aún otros para que les ayude a ganar los exámenes escolares de fin de año.

Hay una diversa cantidad de motivos del por qué queremos seguir a Jesus. Y es que Jesus no se traga la excusa que de primas a primeras lo buscamos para amarlo, servirlo y ser sus esclavos. No señor. Eso no se lo cree nuestro sabio Maestro. Es más, en las historias del Nuevo Testamento, vemos gente buscando a Jesus para que sane a una hija que está al borde de la muerte. Otro soldado lo buscó para que sanara a uno de sus siervos. Una mujer lo buscó para que detuviera el flujo de sangre que la estaba dejando sin defensas. Y un par de hermanas lo buscaron para que resucitara a su hermanito.

A todos ellos, Jesus los atendió. Aún a una mujer extranjera le hizo el milagro de liberar de demonios a su hija, aunque el pan que él predicaba no era para los perrillos.  Y si Jesus ha atendido a quienes le buscaron con intereses egoístas y  personales, como saciar su hambre, como ser sanos y libres de problemas, cuánto más hará con aquellos que lo buscan para adorarlo. 

Pero eso, para ser claros, viene después. Después, claro, si permanecemos. Ahora puedo decir que sigo buscando a Jesus para rendirme a sus Pies y honrarlo con un poquito de mi adoración y alabanza que solo él merece.  Desde aquel primer encuentro que tuve con la Majestad buscando como enriquecer mi acervo cultural poético, han pasado varios años que aún lo sigo buscando de madrugada. Y creo escuchar en el silencio del silencio, las mismas palabras que nos hace desde el principio: ¿Que buscas?. 

Y aquí, con todo respeto, me atrevo a preguntarle a usted también: Cuando va a la iglesia, cuando dobla sus rodillas, cuando eleva sus oraciones al Cielo… ¿Que busca…?

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