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sábado, noviembre 23, 2024

Invencibles

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Marcos 16:3  “¿Quién nos removerá la piedra…?

En el Antiguo Testamento hay muchas citas que nos invitan a buscar la sabiduría. En el libro de proverbios una y otra vez se nos enseña a buscarla a toda costa. La Sabiduría “estaba con Dios, la Sabiduría es Dios”. No importan tanto los tesoros pasajeros que el mundo nos  pueda ofrecer, la Sabiduría sobrepasa cualquier tesoro terrenal.

Buscar a Jesús es buscar la verdadera sabiduría.

Jesus ha sido sacrificado en la cruz del Calvario.  Bueno, no tanto que haya sido sacrificado. Él entregó su Vida por nosotros. Sus discípulos se han escondido por temor a las represalias de los romanos. Ahora su Cuerpo yace en una tumba prestada. Es el tercer día y acaba de amanecer. La luz del sol empieza a lo lejos, en el horizonte, a anunciar que un nuevo día está a punto de empezar. Una nueva esperanza. Un nuevo sueño. Un nuevo proyecto. Así es el sol.

En una humilde casa hay unas mujeres que han estado esperando este momento. Lo han esperado con ansias porque quieren ir al jardín en donde está la tumba que retiene -según ellas-, el Cuerpo de su amado maestro. La pregunta que se hacen con cierto temor es: ¿quien nos removerá la piedra?.  Y sin embargo se pusieron en camino, no se dejaron desanimar por los obstáculos que parecían insalvables.  Entre ellas está la mujer más valiente, invencible y amorosa como pocas del Señor Jesús.  Es una mujer que no se conforma con lo que le dicen. Ella es de las que necesitan verlo con sus propios ojos aunque tenga que remover cielo y tierra.  María Magdalena (de quien escribí una novela y que distribuye Amazon), es una mujer decidida a todo con tal de no perder de vista al Amor que la enseñó a amar. Piensa que hay un obstáculo: La piedra cerrando la tumba. Pero, vamos, muchachas, vamos y veamos qué pasa.

Al llegar al lugar se encontraron con que la piedra estaba ya corrida.

La gran piedra era signo de la muerte definitiva con la que quedaba definitivamente enterrado y aplastado el hombre.  Jesús había mandado quitarla del sepulcro de Lázaro su amigo.  Ahora la losa está quitada del propio sepulcro de Jesús.  Donde hay una voluntad, hay un camino.  Pesadas losas se desvanecen como por encanto ante quienes no se desaniman frente a los obstáculos y no dejan que la muerte tenga la última palabra. No importa el peso de la losa que pueda estar aplastando sus sueños, algo va a suceder en el camino. No importa qué tan pesada y grande sea la carga que amenaza nuestra fe, cuando vamos en busca de Jesús, todo es posible, hasta las rocas más grandes y difíciles de mover con un soplo del Aliento del Señor se moverán. ¿Acaso no dijo que moveríamos montañas si le creemos?

Sorprende la insistencia de Magdalena.  Los otros dos discípulos se fueron después de comprobar que el sepulcro estaba vacío, pero ella se quedó.  Está como imantada a ese lugar, no se puede despegar de allí.  El Señor se aparece a los que no se dan fácilmente por vencidos, a los que insisten en su búsqueda, a los que se quedan.

En su búsqueda la Magdalena pregunta al que cree que es el hortelano: “Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo iré a cogerlo”.  San Juan de la Cruz nos ha dejado un detalle que no se le pasó por alto en los absurdos que encierra esta pregunta, y la interpreta a la luz de la locura del amor.  Porque cuando se ama desde el fondo del corazón se dicen cosas que no sabemos expresar con palabras, es solo con saber la angustia de un alma desesperada por el Amado que se pueden comprender esas preguntas que para otros pueden parecer necias y sin sentido. Así es el amor. Cuando el amor habla solamente quien ama y es amado puede entender su idioma.

Aquella pregunta en libre juicio y razón era un disparate, pues está claro que si el otro le había hurtado, no se lo había de decir, ni menos iba a permitir que se lo llevara.  Pero esto tiene la fuerza y vehemencia del amor, que todo  le parece posible y todos les parece que andan en lo mismo en lo que anda el que ama, porque no cree que hay otra cosa en que nadie se deba emplear ni buscar sino  a quien ella busca y a quien ella ama, pareciéndole que no hay otra cosa que querer ni en qué emplearse sino en aquello, y que también todos andan en lo mismo.

¿Quien nos removerá la piedra que nos mutila las fuerzas para mantener la esperanza?  ¿Quien nos removerá la piedra de aquellos recuerdos de nuestro pasado vergonzoso y doloroso que nos persigue cada día?  ¿Quien nos removerá esa piedra del divorcio que tuvimos que vivir y nos dejó con más preguntas que respuestas?  ¿Quien nos removerá la piedra que cubre y obnubila nuestra visión de un futuro prometedor?

María Magdalena y sus amigas no sabían cómo, quien y cuando alguien iba a remover la piedra que ocultaba a su Maestro y Señor, pero no se dieron por vencidas por la duda. Siguieron su camino y el resultado fue: Ver al Señor resucitado.

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