Juan 18:17 “¿No eres tú también uno de los discípulos de este hombre? Y él dijo*: No lo soy…”
Yo no sé si usted alguna vez se ha sentido como Pedro en el patio del sumo Sacerdote Caifás la noche que Jesus fue entregado a sus verdugos, martirizado y enjuiciado para luego ser crucificado.
¿A que me refiero? Quizá usted ha votado por un candidato que lo encandiló con sus promesas de cambio en la sociedad. Cuando eso sucede, muchos corren a las urnas a votar por el hombre que les ha prometido la panacea a sus necesidades. Luego de poco tiempo, resulta que ese hombre era un farsante, un mentiroso y ladrón. Cuando todo sale a la luz, usted seguramente, como Pedro, pudiera decir: Yo no voté por él. No está negando que había escuchado las promesas que había hecho en sus cantos de sirena. Solo está negando que usted no era de sus seguidores. ¿Por qué es esto así? porque de alguna manera nos sentimos frustrados y engañados por un personaje que supo encandilarnos con su verborrea y fuimos tan crédulos que le dimos nuestra confianza llevándolo a la primera Magistratura del país, esperando los cambios que había prometido. Cuando eso no sucede, sus seguidores se avergüenzan de haber sido tan débiles y crédulos ante ese personaje que decepcionó su confianza en sus promesas.
Algo así sucedió con Pedro… El relato de la negación de Pedro en el patio del sumo sacerdote es uno de los pasajes que más me ha intrigado. Mi profesor de Nuevo Testamento me enseñó que para poder discernir un poco los misterios encerrados en la conducta de los protagonistas en el entorno de Jesús, debo vestirme del personaje que estoy estudiando. Psicológicamente hay una razón para lo que hicieron.
Jesús ya le había dicho a Pedro que lo iba a negar tres veces antes que el gallo cantara. Pedro no le creyó. Creemos que nos conocemos a nosotros mismos mejor de lo que Jesús nos conoce. He ahí el error. Por eso fracasamos. Nos mentimos a nosotros mismos.
Dentro del palacio del sumo sacerdote, éste interroga a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. En ese mismo momento “su discípulo”, el que le ha oído, está negando cualquier tipo de relación con él. Con ello traiciona su vocación principal de discípulo que es “dar testimonio”.
En realidad Pedro no niega a Jesus, sino solo su identidad como discípulo de Jesús, repitiendo en las tres negaciones las palabras “no soy”. ¿Era Pedro cobarde? Aquí entra el análisis psicológico de la mente y el corazón del hombre. Nos damos cuenta que Pedro no era cobarde. No negó a Jesús por cobardía, sino por vergüenza.
En el huerto, Jesús era todavía un profeta poderoso, por quien valía la pena dar la vida. En el palacio del sacerdote Jesús aparece privado ya de todo su prestigio, humillado, solo y desprestigiado.
Cuando los guardias se acercaron a él en el huerto, todavía tenían mucho miedo. Jesús tenía poderes, había hecho milagros. Quizá les podía fulminar con un rayo. Pero cuando ya le han puesto las manos encima, se dan cuenta de que es inofensivo. Y entonces se sienten ridículos de haberle tenido tanto miedo y respeto. Se van envalentonando, y descargando con golpes y burlas toda la tensión de aquella noche, como quien se pone a dar de palos a un perro cuando comprueba que no muerde.
También a Pedro le da vergüenza el que públicamente le identifiquen con Jesus, una vez que éste ha quedado ya desacreditado. Le da vergüenza de que se rían de él diciendo que es ingenuo y manipulable, que se ha dejado embaucar fácilmente. Por eso niega haber sido discípulo, niega haberse dejado seducir y convencer por su palabra y figura.
Pedro era un hombre valeroso. Le ofreció a Jesús ir con él hasta la muerte. Pero ver a su paladín, a su héroe, a su paradigma de la Hombría hecho un guiñapo, sangrando y recibiendo escupitajos y golpes sin siquiera defenderse…eso le dio vergüenza.
Ahora entendemos el inmenso amor de Jesús para buscarlo cuando resucitó: Era necesario mostrarle a Pedro en la orilla del lago que todo eso tenía una razón de ser. Que Jesús no le había fallado. Solo tenía que pasar por esa copa amarga para completar el Plan del Padre.
Por eso sus tres preguntas cuando caminaban juntos: Pedro, ¿me amas? Usted sabe el resto.