fbpx
viernes, mayo 3, 2024

Tómas ¿el incrédulo?

- Publicidad -spot_img

Juan 20:25  “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré”

A todos nos ha pasado. Hay momentos en nuestras vidas que caemos en un bache de incredulidad.  Cuando llegamos a un túnel de conflictos, problemas, escaces y la oscuridad nos engulle sin darnos una posibilidad de salida, nuestra fe, como un castillo de naipes, empieza a desarmarse lentamente.  Hasta que llega la decepción.  Nos olvidamos de la fe. Nuestro corazón tan humano como es, nos traiciona y nos habla no con susurros sino con gritos que clama por ¡haz algo, ayúdate que yo te ayudaré!

Esa es la tragedia del cristiano. Y esa tragedia que no es griega sino propia de cada quien, nos lleva a veces a la postración y al desánimo. Si, seguimos yendo a la iglesia pero ya no cantamos con gozo.  Si, seguimos orando, pero sin expectativas ni esperanzas. Seguimos pareciendo cristianos pero todo es pura fachada.

Hasta que llega Jesus ¡otra vez!  Porque, si soy sincero, esto se repite de cuando en cuando. Sé que me ama, sé que está allí, pero no lo veo. Los problemas me están ahogando y no encuentro su Mano ni escucho su Voz y eso me hace sentir solo, abandonado, y sin esperanzas.

Pero gloria a Señor no estoy solo. Además, como premio de consolación, dice Pedro que por allí andan unos cuantos miles como yo, sufriendo las mismas penalidades.  Así que escribo esto desde el fondo de mi corazón identificándome con aquellos que deben estar tan confundidos como Tomás y como yo.  Sigamos…

Tomás es el paradigma del desconcierto y desolación profunda ante la crucifixión de Jesús y su ausencia.  Esta desolación le lleva a Tomás a cerrarse completamente a la posibilidad de la verdad que le cuentan.  El que ha sufrido ya una terrible decepción tiene miedo de volverse a ilusionar.  Tomás se reprocha a sí mismo el haber sido tan crédulo y se defiende frente a la posibilidad de volver a recibir otra herida.  Sus amigos, los otros apóstoles le decían: “Hemos visto al Señor”.  Pero él les respondió: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en su costado, no creeré”.

¿Por qué está Tomás ausente en la primera visita del Señor a sus discípulos?  El evangelio no nos da ninguna clave. ¿Fue una ausencia casual?  Quizás estuviese ya organizando su vida al margen del grupo.  Hemos conocido comunidades cristianas que se ha desintegrado después de haber vivido experiencias muy fuertes en los comienzos.  En estos casos, hemos viso cómo algunos de sus antiguos miembros han roto absolutamente con cualquier tipo de trascendencia o de compromiso, retirándose a una vida estrictamente privada.

Los discípulos de Emaús, por ejemplo, tristes y cabizbajos son la versión lucana de la decepción.  Esperaron a que finalizara el sábado, y enseguida se alejaron de Jerusalén para volver a la vida privada de la aldea.  Tomás debió haberse encontrado en una situación parecida.  La depresión nos hunde tanto más, cuanto más alta fue la exaltación precedente, y ya sabemos que Tomás había sido un gran entusiasta de Jesús.

Cuando sus amigos le dicen a Tomás que han visto al Señor, quizás, en su resistencia a creer, Tomás muestra un deje de despecho por no haberse encontrado en ese momento tan intenso y tan eufórico que los otros habían vivido con tanto gozo.  Una de las cosas que más nos deprimen es habernos perdido en la vida algo importante.  Tomás no quería informaciones de segunda mano.

Podemos imaginar su sorpresa cuando Jesús se aparece y se dirige a él directamente.  Sin recriminaciones, Jesús muestra una gran condescendencia hacia la fragilidad del discípulo.  No había olvidado que Tomás, como cualquiera de nosotros habla dado muestras en ocasiones de una gran generosidad y en otras de una gran torpeza y tozudez.  Cierto que Tomás esta vez se había puesto en un plan verdaderamente cerril.  A los discípulos les había bastado con que Jesus les mostrase las manos y el costado.  Tomás en cambio exige una comprobación más minuciosa de las heridas.

Tomás quiere ver, quiere tocar, quiere sentir. De otra manera, lo siento, no puedo creer en que Jesús está vivo. Y Jesús lo escucha. En algún lugar de la atmósfera Jesús escucha la queja doliente de su amigo. Lo escucha triste, decepcionado, angustiado y a punto de regresar a su vieja vida. Y Jesús no lo puede permitir. No puede perder a ninguna de sus ovejas. ¿Que cuentas le daría a su Padre entonces?  Tomás era importante para Jesús, como lo es usted y como lo soy yo, aunque a veces nos portamos como niños berrinchudos ante su Santidad.

- Publicidad -spot_img

ÚLTIMAS NOTICIAS

- Publicidad -spot_img

NOTICIAS RELACIONADAS

- Advertisement -spot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario
Por favor ingrese su nombre aquí