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sábado, noviembre 23, 2024

¿Dónde estabas Jesús?

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Juan 11:21  “Y Marta dijo a Jesúss: Señor, si hubieras estado aquí…”

Creo que todos hemos pasado por momentos de aflicción tal, que entramos en un túnel de dudas, tormentas y preguntas sin respuestas.  Ser cristiano significa también pasar por tratos del Señor en la vida de quienes hemos decidido aceptarlo como nuestro Señor y Dios.

Él mismo lo dice: A quien Dios toma por hijo lo disciplina.  Pero esa disciplina, aunque la leemos en nuestro devocional diario, cuando nos llega no atinamos a saber que Dios está cumpliendo lo que dijo.  Que nos iba a disciplinar.  En el lenguaje castrense, disciplinar significa enseñar, instruir, corregir, formar.  Usted puede ver a un joven que acaba de ingresar al ejército. No sabe como pararse firmes. No sabe como dirigirse a su oficial inmediato. No sabe como caminar recto. No sabe nada con respecto a la vida militar. Los primeros seis meses de entrenamiento son los más duros.  Algunos no aguantan ese tiempo y desertan. Se regresan a sus viejas costumbres. Abortan sus deseos de llegar a ser un oficial de medio o alto rango.

Pero los que soportan, alcanzaran metas que nunca habían imaginado. A los seis meses, aquel joven que no sabía obedecer, ahora conoce las reglas militares de la obediencia a su oficial quien quiera que sea. No importa el tamaño, lo que vale es el rango.

Lo mismo sucede con nuestro Padre Celestial. Él sabe que venimos de un mundo de rebeldes, malcriados, mal hablados y sin noción de lo que es el respeto a la autoridad. Después de un tiempo, de acuerdo a nuestra rendición voluntaria a su disciplina, empezamos a ver resultados en nuestro interior que se refleja en el exterior.  Es maravilloso cuando nos damos cuenta que ya no somos los mismos. Todo gracias a que nos ha tomado por hijos y nos ha enseñado a ser como él.

Eso pasó con Marta, la hermana de María y de Lázaro.  Marta sabía que Jesus los amaba. Jesus se hospedaba en la casa de los hermanos de Betania.  La experiencia traumática de la muerte de Lázaro ha venido a sacudir todas las seguridades, ha trastornado ese pequeño orden que todos intentamos introducir en nuestra existencia frágil y amenazada.  Ahora nada angustia tanto en ese momento a Marta que cuando Jesus llega cuatro días después de haberlo mandado a llamar para que sanara a su hermano, según ella, ya es tarde. Lázaro ha muerto. Las esperanzas se esfumaron. Los sueños de tener a su hermano más tiempo con ellas se ha ido volando como golondrinas en el horizonte.

Y en la mente de Marta hay un solo pensamiento: ¿Es que Dios no nos ama?  ¿Es que no le importamos a Dios?  Marta no se da cuenta que Jesus está obrando en sus vidas. Las está preparando para algo mejor.  Jesus está utilizando la disciplina del alma de estas mujeres para darles una mejor forma de ver la Voluntad de Dios que sí que las ama.

El reproche que le dirigen a Jesus las hermanas intenta expresar este desconcierto de la familia.  ¿Por qué Jesus no ha intervenido?  ¿Por qué ha estado ausente cuando más lo necesitábamos?  La hermana mayor, Marta, le rogó con mucha fe durante la enfermedad y él se mostró indiferente.  Sin amargura y sin despecho pero con una honda tristeza, Marta y María expresan a Jesus la confusión que sienten utilizando las mismas palabras:  “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.

El evangelista Juan se desvive por contestar esta pregunta.  Si Lázaro ha muerto no es porque Jesus no le amase o no amara a sus hermanas.  Ellas eran conscientes de ese amor y en ningún momento dudaron de ello.  El recado que le enviaron a Jesus en la enfermedad de su hermano decía: “El que tú amas está enfermo”.  Las hermanas tienen su agenda. Pero Jesus también tiene la suya propia.

Quizás la mejor manera de mostrar el amor, más que con palabras, es con lágrimas. Jesus no duda en mostrar sus emociones cuando frente a la tumba de su querido amigo “Jesus lloró”. Dos palabras.  Diez letras. El versículo más corto de todo el Antiguo y Nuevo Testamento, pero el más significativo y punzante en su propia brevedad.  ¿En donde estabas, Jesus cuando caí en cama?  ¿Cuando me quitaron el trabajo?  ¿Cuando mi hijo se fue de casa? ¿Cuando mi esposo nos abandonó por irse a otro nido?  ¿Cuando me dieron el diagnóstico que laceró mi corazón y mi fe?  ¿En donde estabas, Jesus? 

Jesus se estaba preparando para llorar con los que lloran. Él llora por usted y llora por mi.

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