Juan 4:14 “El que beba el agua que yo le daré no volverá a tener sed”
¿Religión? no le faltaba. ¿Adoración? la practicaba en cada reunión. ¿Entrega? Era absoluta en sus relaciones. Entonces: ¿Que le faltaba a esta hermosa mujer? ¿Qué fue lo que Jesús vio en ella como para sentarse en el pozo en aquel caluroso día, esperando que “ella” llegara? Tenía todo lo que según ella era necesario para la vida diaria. Todo… Menos amor.
Y a eso llegó Jesús: A enseñarle el verdadero amor. El amor sin condiciones. Sin ambages ni limitaciones. A darle el Amor que quita la sed de amor.
Jesús tiene la iniciativa en todo momento. Comienza acercándose a la mujer pidiendo algo. Pide antes de ofrecer y antes de dar. No empieza pidiendo algo que esté fuera de su alcance, sino simplemente un poco de agua. También Elías se acercó a la viuda de Sarepta, que se estaba muriendo de hambre, y lo primero que hizo fue pedirle un poco de pan, consumiendo su último puñado de harina y sus últimas gotas de aceite “Primero haz una torta pequeña para mí y tráemela”. ¿Crueldad? ¿Egoísmo monstruoso? ¿ingratitud hacia una pobre viuda?
Jesús muestra una gran delicadeza en el trato con la mujer. La espera cansado junto al pozo. La aborda, saltándose los prejuicios y tabúes que dificultan el trato entre varones y mujeres, entre judíos y samaritanos. Él sabía perfectamente que la mujer difícilmente le iba a dar de beber de su cántaro. Porque siendo Jesus judío no iba a contaminarse bebiendo del mismo vaso que ella. Sin embargo, en su Sabiduría empieza a romper el hielo con esa petición: Dame agua.
Comencemos viendo a la mujer en su dimensión psicológica. En un lenguaje psicoanalítico profundo, la sed de la mujer representa la insatisfacción radical del hombre, cuyo deseo no puede ser saciado por ninguna criatura. La sed más profunda del hombre es la sed de amar y ser amado. Sabemos que en el fondo de esa sed hay un deseo de Dios, y Jesús le ayuda a la mujer a descubrir en ese “oscuro objeto del deseo”, una sed de agua pura, de la cual ella misma no es del todo consciente. En la lectura de los salmos hubiese descubierto que hay una “sed de Dios, del Dios vivo” que brota en una tierra “reseca agostada, sin agua” y también “una sed de escuchar la palabra de Dios”.
Aquella mujer había emprendido diversas aventuras sentimentales, pensando que cada una de ellas le iba a aportar la verdadera felicidad. La samaritana es un personaje muy de hoy. El hombre y la mujer posmodernos tienen miedo de un amor demasiado comprometido y exigente. Prefieren sucedáneos más baratos, pero por supuesto de inferior calidad. Hoy no se habla del amor, sino más bien de las parejas de hecho y de las “aventuras sentimentales superficiales y pasajeras” Hoy no se habla de matrimonio, de pacto, de compromiso. Hoy se habla de “mi pareja”. ¡Cómo se ha perdido la moral!
Esta es también la historia de la samaritana. En cada hombre con el que fue conviviendo sucesivamente esperaba encontrar el verdadero amor donde calmar su sed. Había bebido del agua de cinco pozos, pero de cada uno de ellos había salido desengañada y con más sed. Jesús promete no un agua estancada, sino un agua de manantial, un agua viva que tiene un sabor diferente y que calma la sed definitivamente.
La samaritana es el ejemplo de aquellos que han andado en cinco tipos de religión buscando como saciar su sed de Amor: Budismo, hinduismo, catolicismo, Testigos de Jehová y Mormonismo. Todos ellos nos dejan con sed. Y seguimos buscando incluso en el ateísmo hasta que, un día encontramos a Jesus sentado en nuestro pozo para pedirnos que le demos lo que no tenemos. Hasta que descubrimos que lo único que nos pide es nuestro corazón. Porque de él mana la vida nos dijo. Y nunca más hemos vuelto a tener sed. Porque él es la fuente de agua para vida eterna.