Juan 21:21-22 “Entonces Pedro, al verlo, dijo* a Jesús: Señor, ¿y este, qué? Jesús le dijo*: Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti, qué? Tú, sígueme”
Somos egoístas. Envidiosos. Entrometidos en las vidas de los demás. No nos gusta que el Señor le haga milagros a unos pero a nosotros nos mantiene en la sala de espera. No, no es agradable. Es parte de ser humanos y tenemos que aprender a corregir esas conductas.
En mi caso, como pastor de una vibrante congregación, por años me he preguntado por qué el Señor le ha dado a otros la capacidad de comprar su propio terreno, les provee sus finanzas para construir su Templo, su mobiliario y toda la parafernalia que se necesita para darle forma a una Iglesia… ¿y yo que?. ¿Acaso no soy su hijo también? ¿Acaso no tengo el mismo derecho de tener algo propio? Y es cuando, como Pedro, me entrometo en la vida de los demás. Cosa que al Señor no le agrada en absoluto.
Creí que ya había superado esos sentimientos, pero no fue así. Un día me encontré pensando…
Que para mi consternación, yo también tenía algunos… otros sentimientos. Pensamientos no deseados. En algún lugar detrás de mi alegría genuina, una voz sombría susurraba: yo también he estado orando por un milagro ¿por qué Dios no me ha dicho “sí”?¿Por qué a ellos y no a mí? En el momento en que esos pensamientos tomaron forma, sentí una oleada instantánea de vergüenza: ¿qué me pasa? ¿cómo pude pensar algo tan feo?
Tal vez usted también haya pasado por eso, ver a otra persona recibir aquello por lo que ha estado orando. Sintiéndose feliz por ella, pero también luchando con el infame monstruo verde de la envidia. La envidia es una de esas luchas internas complicadas que puede hacernos sentir una cantidad excesiva de vergüenza. Junto a los pensamientos envidiosos, oímos la cruel voz del enemigo que se burla, ¡cómo te atreves a luchar con la envidia! ¡eresigual que los demás!
Así que antes de abordar la envidia, vamos a desmantelar la vergüenza. Cuando mis pensamientos se desvían hacia la envidia, me resulta útil recordar la diferencia entre tentación y pecado. Todos tenemos reacciones instintivas en el momento. Por instinto, nuestra naturaleza carnal se inclina hacia pensamientos insignificantes y sentimientos egoístas. Pero simplemente tener un pensamiento envidioso en la cabeza no es pecado, es tentación.
Las Escrituras describen la tentación de esta manera: “… cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:14-15). El pecado tarda en crecer en nuestros corazones. Los pensamientos envidiosos pueden contener la semilla de un pecado potencial, pero si no los regamos, no pueden crecer. Todos tenemos pensamientos envidiosos; lo que importa es lo que hacemos con esos pensamientos. Dios nos da el poder de elegir: ¿seguiremos a la envidia o seguiremos a Jesús?
Jesús tuvo una vez una conversación con Su discípulo Pedro que cambia mi perspectiva cada vez que me siento tentadopor la envidia. Jesús estaba preparando a Pedro para su futuro, insinuándole que un día sería martirizado. Pedro, tal vez sintiendo que estaba siendo injustamente señalado para sufrir, señaló a otro discípulo y preguntó, “Señor, ¿y este, qué?”. Jesús le dijo a Pedro: “…¿a ti qué? Tú sígueme”
Jesús no está avergonzando a Pedro, Jesus no es así, solo le está enseñando que para cada uno hay un llamado que no tiene por qué ser idéntico al nuestro. Ese fue mi error al juzgar que Dios no era equitativo conmigo. Que tenía preferidos, cuando en realidad, me estaba aplicando lo dicho a Pedro: Carlos, ¿y a ti que te importa si yo quiero darle a ellos lo que quiero y a ti no? Eso fue una buena bofetada espiritual a mi orgullo y a la envidia que había brotado de mi corazón dizque cristiano.
La franqueza de Jesús aquí siempre me sorprende, como imagino que sorprendió a Pedro. Sin embargo, el Señor no estaba siendo cruel, sino sincero. Jesús le estaba recordando a Pedro que Él tiene propósitos y caminos diferentes para cada persona. Cuando logremos entender ese misterio divino, dejaremos de criticar y acusar de narcos a aquellos que Dios les ha permitido hacer y lograr lo que nosotros no hemos alcanzado.
¿Alguien dice amén?