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lunes, abril 29, 2024

El misterio de dar

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Deuteronomio 20:5-7  “Y los oficiales hablarán al pueblo, diciendo: «¿Quién es el hombre que ha edificado una casa nueva y no la ha estrenado? Que salga y regrese a su casa, no sea que muera en la batalla y otro la estrene. ¿Quién es el hombre que ha plantado una viña y no ha tomado aún de su fruto? Que salga y regrese a su casa, no sea que muera en la batalla y otro goce de su fruto. ¿Y quién es el hombre que está comprometido con una mujer y no se ha casado? Que salga y regrese a su casa, no sea que muera en la batalla y otro se case con ella”

¿De que está hablando la Escritura aquí? ¿Como podemos interpretar correctamente estos dichos que han salido de la Boca de nuestro Dios? Como me enseñó mi profesor en la Certificación de Estudios Bíblicos, debo tratar de hacer una metalectura del texto para poder comprender su significado y enseñanza.

La Palabra de Dios le da un valor incalculable al amor. No solo al amor al prójimo pero también al amor a uno mismo. Y es que aprendemos que amar es dar. Dios nos ha dado el primer y eterno ejemplo cuando dice que “de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo…” Quien ama da. Si no, vea cuando una pareja está en pleno cortejo. Ambos se dan uno al otro regalos, presentes y muestras tangibles de lo que sienten el uno por el otro. En el matrimonio funciona igual. Cuando una persona ama más que la otra, lo demuestra en el nivel de sus presentes y atenciones. Lamentablemente hoy en día esto se está perdiendo en aras del egoísmo y el egocentrismo. Ya los matrimonios no existen para dar sino solo para recibir.

Es por eso que la generación actual no quiere tener hijos. Las jóvenes se niegan a dar amor a sus bebés por las exigencias que eso conlleva. Prefieren besar perros y mascotas que besar las tiernas mejillas de un bebé.  El bebé exige demasiado y ellas no están dispuestas a que se les pida que den. O quieren dar lo justo, lo que desean, no lo que se les pide.

Sin embargo hay un tipo de amor más grande que el que estamos viendo. Es el amor que Dios ha depositado en algunos corazones. Como solo él sabe quien puede disfrutarlo, ha puesto ese principio en algunos seres humanos dispuestos a hacer el sacrificio que el dar significa.  Este tipo de amor puede ser muy profundo; observemos lo que está escrito en la Biblia.

Dios está dando instrucciones a su pueblo cuando salgan a la guerra. Les está enseñando principios que se deben obedecer y cumplir por amor a aquellos que han empezado algo y no han tenido ocasión de disfrutarlo. Es decir, dejaron inconclusos algunos de sus deseos.

Encontramos allí que entre las categorías de hombres a los que se permite retornar a su hogar antes de una batalla están los siguientes: “Quien ha construido una casa nueva y no la ha consagrado… y quien ha plantado un viñedo y no lo ha disfrutado….y quien ha desposado una mujer no la ha llevado a su hogar.

A todos se les trata exactamente en la misma forma: al edificador de la casa y al plantador de un viñedo; en términos iguales al nuevo marido que está envuelto en la más íntima de las relaciones humanas. La Biblia nos revela así que el amor que dirigimos al fruto de nuestro trabajo es comparable al amor de un hombre por su esposa. No hay duda alguna que éste es un ejemplo del amor producido por el poder de dar

Si doy algo a alguien, me siento cercano a él, tengo una participación en su vida. Se concluye que si empiezo a hacer el bien a todo mundo con el que me pongo en contacto, sentiré pronto que todos son mis parientes, mis seres amados, tengo ahora participación en todos ellos, mi ser se extiende a todos ellos. Ese es el misterio que encierra el dar. Entregarse a otros para convertirlos en personas no solo cercanas a mi propia vida, pero hacerlos partes de mi mismo.

Quien ha alcanzado este sublime nivel puede entender el mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” en forma literal: como a ti mismo: sin distinción; como a ti mismo: de hecho.

Al darle de ti mismo hallarás en tu alma que tú y él son de hecho uno, hallarás con toda claridad posible que él es en verdad «como tú mismo». Creo que no es difícil entender por qué la Biblia nos repite una y otra vez que es más bienaventurado dar que recibir.

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