Nosotros, los verdaderos cristianos salvadoreños, tenemos el privilegio de celebrar, en una fecha tan especial como el 31 de octubre, tanto el Día Nacional de la Iglesia Evangélica de El Salvador como el Día de la Reforma Protestante.
Estas festividades nos llevan a reflexionar sobre la esencia pura y liberadora del evangelio de Jesucristo. Nos desafían a mantenernos fieles a la Palabra de Dios, a priorizar siempre la gracia divina sobre cualquier intención humana, y a reconocer la importancia de una relación personal y directa con nuestro Señor y Salvador.
La Reforma Protestante, que tuvo inicio en 1517, estableció un antes y un después en la historia de la iglesia, subrayando la necesidad de regresar a las Escrituras única fuente de autoridad y verdad. Dios ocupó a los reformadores para provocar un examen de conciencia entre los verdaderos cristianos de entonces, quienes rápidamente observaron la necesidad de una profunda reforma teológica. Un regresar a la Biblia y su evangelio. La tesis 62 de Lutero resume muy bien el significado de la Reforma Protestante: “El verdadero tesoro de la Iglesia es el Santísimo Evangelio de la gloria y de la gracia de Dios”.
¿Qué conmemoramos entonces, como iglesia evangélica en nuestro Día Nacional, teniendo en cuenta nuestras raíces y herencia reformada? Celebramos el día en que la luz del Evangelio de Jesucrito anunciado en la Sola Escritura, alumbró al mundo en medio de las tinieblas. Exaltamos la justificación que emerge de la Sola Gracia de Dios, por medio de la Sola Fe en Solamente Cristo Jesús. Y alabamos que Solamente de Dios es toda la Gloria en esta obra de redención.
Hermanos evangélicos de El Salvador, en esta dual conmemoración, recordemos el constante llamado de Dios a nosotros Su iglesia, en nuestra nación: ser la luz y la sal del evangelio de Su gracia, siendo reflejo de su amor y misericordia en cada esfera de nuestra sociedad.
Es mi oración que, como iglesia evangélica y protestante en El Salvador, sigamos fortaleciéndonos en la fe, que nos unamos más que nunca en amor fraterno, y que continuemos siendo instrumentos de paz, justicia y esperanza para nuestra nación. Que en cada congregación, en cada casa y en cada corazón, resplandezca el amor de Cristo y que, juntos, trabajemos para que su Reino siga edificándose en los corazones de los salvadoreños. En este día especial, extiendo un cordial y fraterno saludo a todos los cristianos de nuestra nación. Celebremos con gozo y gratitud, recordando las palabras de Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.