Efesios 5:25 “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella…”
Uno de los problemas que he notado a través del tiempo que tenemos mi esposa y yo de atender parejas de matrimonios en crisis ha sido que el hombre, con el tiempo, olvida que no puede darse un lujo: Olvidar que su esposa sigue siendo la misma mujer enamorada de aquel paladín que un día se le presentó bien arreglado, rasurado, oloroso a loción, con los zapatos bien lustrados y los dientes limpios.
Con el tiempo, el varón empieza a perder de vista que ahora que es esposo, ella sigue pensando en su “caballero de la armadura dorada”. Si no lo cree, pregúntele a su amada esposa si realmente está contenta y satisfecha con el hombre con el que vive ahora. Barrigón, dormilón, adicto a la televisión o al celular y que cuando la lleva a almorzar a algún restaurante -si realmente sucede, por supuesto-, él se desvive por atenderla y hacerla sentir su novia.
Son detalles que a simple vista no tienen importancia, pero por las confesiones de las esposas que nos han pedido ayuda delante de su esposo, reclaman que después de algunos años de vivir juntos, él ya no es el mismo. ¿Como así? pregunta el susodicho.
Porque para él, seguir siendo “el mismo” significa seguir trabajando para que no le falte nada. Que tenga sus pagos al día y que de cuando en cuando haya una salida a tomar un par de cafés siempre con el infaltable celular en la mano. Ya no le presta la atención que ella necesita. Ya no le escucha porque “ella habla mucho”. Ya no la toma de la mano cuando van por el centro comercial. Ya no se preocupa de comprarle su perfume favorito. Ya no, ya no, ya no…
¿Todo por qué?
Porque la mujer siempre ha dependido de la opinión de su esposo para sentirse bien. No solo amada pero también respetada, honrada y protegida. Eso tiene que hacerlo un hombre que conoce no solo la naturaleza femenina, pero también su propio rol al que fue llamado a ser por la Voluntad de Dios. Ella espera dos radios de acción de su hombre. Porque ella no olvida cómo fue que Dios los creó a cada uno de ellos.
Ella sabe que el hombre ha sido puesto por Dios como cabeza y responsable de su esposa, y, por ende, de su familia. Muchos hombres hemos ignorado nuestro verdadero rol con respecto al trato que debemos tener con nuestro cónyuge. ¿Que es lo que realmente espera una mujer de su hombre? ¿Por qué ella se acurruca en su corazón y lo nombra «el hombre de su vida»?
Aquí está la respuesta: La mujer, primero quiere a un hombre de «acero». Un hombre fuerte, valiente, que sepa dirigir sus pasos, que la enseñe, que la guíe por el buen camino social, sexual y emocional.
Un hombre de «acero» que la sepa defender de ella misma y de los enemigos de su alma. Un «hombre de acero» es uno que sabe gestionar su propio carácter.
Pero también que en algunos momentos desea «un hombre de terciopelo».
¿Que es el terciopelo? es una tela suave, deliciosa al tacto, que abriga, que produce calor, que alienta por las noches y abraza con ternura por las madrugadas. Un «hombre de terciopelo» es uno que sabe cuando llorar de emoción, porque puede ser débil en algún momento, que sabe besar los labios con ternura y suavidad, que sabe cuando dar un abrazo que la haga sentir amada, apreciada y honrada delante de sus hijos. Al mismo tiempo que ella espera tener a su lado un “hombre de acero” que la ayude en los trabajos de la casa, sea tan tierno y aterciopelado como para darle un abrazo lleno de ternura y, aunque sus brazos y torso sea de acero, sus palabras sean llenas de afecto y suavidad como el terciopelo.
No se trata de ser siempre un hombre acerado. Eso la cansa. La aburre. Pensar que siempre está la lado de un hombre tosco, rudo, defensor de ella y su familia y peleador al estilo de Charles Bronson. No, no se trata de eso. Tampoco quiere a su lado a un afeminado, aterciopelado cuando no es eso lo que desea. Se trata de equilibrio, mis amigos, equilibrio. Saber cuándo y donde ella espera que ese hombre que la acompaña en la aventura que se llama matrimonio, sepa cómo comportarse de acuerdo a la necesidad de ella.
Eso es lo que la mujer espera de «su hombre». Que sea fuerte como el acero pero suave y tierno como el terciopelo.