Por: Pr. Carlos Berges | Iglesia Cristiana Visión de Fe
Marcos 2:18 “Los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando; y vinieron* y le dijeron*: ¿Por qué ayunan los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos, pero tus discípulos no ayunan?”
Los cristianos tenemos la mala costumbre de mezclarlo todo. Mezclamos las comidas, los colores al vestirnos, las amistades y hasta nuestros vicios. Y, lo peor: Mezclamos la fe.
Mezclamos la santidad con lo profano. Escuchamos música que dice que es cristiana, pero en realidad le estamos cantando a las cosas, personas, cucarachas, amistades y hasta al amor. En realidad, no sabemos vivir el Evangelio de Cristo. Tenemos nuestro propio evangelio. Lo hemos inventado y lo hemos pasado de generación en generación.
Cuando Marción, cautivado por el Dios del perdón y de la misericordia revelado en Jesús, rechazaba toda posibilidad de armonización con el Dios del Antiguo Testamento, estaba alertando a los cristianos de la fácil tentación de mezclarlo todo, olvidando la novedad única de Cristo.
Marción fue condenado como hereje, pero, como sucede tantas veces, su herejía nos recuerda una gran verdad: que hemos de asumir sin temor la novedad de Cristo. Que su mensaje fue uno de liberación, perdón y restauración. No un mensaje de libertinaje en donde podemos, a la par de decir que somos sus discípulos, vivir bajo nuestras propias normas de conducta.
La tragedia de nuestro cristianismo es que nuestra vida se configura según los criterios y esquemas de una sociedad que no está inspirada por el evangelio. Pretendemos seguir a Jesús, sin conversión. Por eso el evangelio no logra introducir un cambio en nuestro estilo de vivir.
Creemos en el amor, la conversión, el perdón, la solidaridad, el seguimiento a Jesús, pero vivimos instalados en el consumismo, la búsqueda egoísta de bienestar, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno.
Por un lado, hay cristianos que siguen el mensaje de Juan: El hacha ya está lista para cortar a todo pecador mentiroso sin darle la más mínima oportunidad de arrepentimiento ni perdón de sus pecados. El hacha es lo importante. Eso enseñó Juan. Todo el mensaje del Bautista se concentra en el anuncio de un juicio terrible de Dios. Nadie podrá librarse. La única salida es hacer penitencia y volver al cumplimiento de la ley para huir de la ira “venidera”.
El mismo Bautista se convierte en símbolo de este mensaje. Se retira al desierto a hacer penitencia y a promover un bautismo de purificación. No cura enfermos, no bendice a los niños, no acoge a los leprosos ni perdona a las prostitutas, no expulsa demonios. El Bautista entiende la religión sobre todo como la espera y preparación de un juicio severo de Dios. Los cristianos -según él-, han de vivir de manera ascética y penitente teniendo como horizonte ese juicio divino.
Y aparece otro Mensajero: Jesús. Aparece con un vino nuevo. Pero fue rechazado por los que no quisieron ser cambiados de sus odres viejos. Porque Jesús dijo que el vino nuevo debe echarse en odres nuevos. El mensaje de Jesús es confrontativo con los odres viejos. Y muchos cristianos aún tienen sus odres viejos dentro de ellos. Siguen viviendo a la manera del mundo. Para la noche del veinticuatro muchos quemaron su dinero para celebrar lo que el mundo celebra. Muchos participaron de las comilonas sin freno y uno que otro brindis para celebrar el nacimiento de un niño que nada tiene que ver con el Rey de los judíos que llegaron a buscar los sabios del oriente.
Jesús no vino a salvarnos y a presentarnos su Vino Nuevo para que sus seguidores continúen con su vieja manera de vivir. Ya es hora, y ahora es, cuando los que le adoren lo hagan en espíritu y en verdad. Que haya un verdadero cambio de vida, como Jesús, que vino a cambiar los paradigmas de la vieja escuela de Juan Bautista por un nuevo estilo de conducta. Porque Jesús vino a comer con los pecadores, a sanar enfermos y limpiar leprosos. Todo eso éramos nosotros. ¿Qué estamos devolviendo a cambio? ¿En verdad hemos entendido eso del vino y los odres nuevos?