Por: Pr. Carlos Berges | Iglesia de Cristo Visión de Fe
Mateo 3:2 “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”
¡Si tan solo supiéramos…! ¡Si tan solo fuéramos conscientes de la realidad del Reino de Dios! Pero tenemos que ser drásticamente sinceros con nosotros -los cristianos-, que no sabemos nada de lo que decimos pertenecer. Porque en realidad no sabemos nada del Reino de Dios ni siquiera nada de su Rey Jesus.
Hemos hecho confesión de aceptarlo. Si señor. Hemos hecho la liturgia evangélica de asistir a una iglesia. También es cierto. Hemos aceptado uno que otro privilegio como para dar el tinte de que sabemos quienes somos. Pero la realidad de nuestras vidas niega rotundamente esas medio verdades.
Porque no impactamos nada de nuestro entorno. Nadie en nuestro vecindario se interesa por seguir nuestro “buen ejemplo” porque sencillamente no lo ven. Somos evangélicos de gavetero. Nos escondemos dentro de las gavetas de nuestra casa o de nuestra iglesia para vivir un evangelio privado. En donde todos fingimos lo mismo. Pero al salir, irónicamente, seguimos siendo los “mismos”, como dicen en la política.
Si somos trabajadores de alguna empresa, nuestros compañeros o ni siquiera el jefe sabe de nuestra filiación religiosa. Según ellos somos como los del montón. Religiosos de temporada. Si somos estudiantes, nadie se entera que confesamos una fe diferente. No se nos nota ningún detalle diferente al resto de compañeros. Mismo lenguaje. Mismo estilo de vestir. Mismo estilo de corte de cabello. Mismas costumbres vulgares. Y ahora hasta los mismos tatuajes.
Si somos pastores o líderes de diaconado, nos mezclamos con los del mundo. Adulteramos como ellos. Nos ven entrando a los moteles de las colonias escondidas incluso con vehículos con logos evangélicos. Hemos perdido la vergüenza. Hemos estado jugando a la iglesita. Nos hemos engañado.
No conocemos lo que debiéramos conocer: El Reino de los Cielos. Eso dijo Jesùs. Arrepiéntanse de sus malos caminos. Vuélvanse al Padre Celestial. Empiecen a dar cambios radicales en sus vidas porque el Reino de los cielos se ha acercado y ese reino necesita mensajeros valientes, hombres y mujeres que muestren que pertenecen a una clase de personas diferentes. Hogares en donde reine la paz, la concordia, el buen trato hacia los que viven bajo ese techo, que sus vecinos vean que hay otro estilo de vida mejor que el que ellos llevan. Hombres y mujeres valientes que le digan no a la sociedad pagana y mundana entregada a los vicios de la carne.
Arrepiéntanse de sus costumbres callejeras, de sus lenguajes profanos, empiecen a dar frutos dignos de un reino celestial para que aquellos que lo busquen, lo encuentren dentro de ustedes los que se dicen mis seguidores. Los nombro mis embajadores para que me representen ante el mundo necesitado de un ejemplo fresco y vivificante de una nueva vida.
Muy pocos han entendido que esto que Jesus llama “reino de Dios” es el corazón de su mensaje y la pasión que alienta toda su vida. Lo sorprendente es que Jesús nunca explica directamente en qué consiste el “reino de Dios”. Lo que hace es sugerir en parábolas inolvidables cómo actúa Dios y cómo sería la vida si hubiera gente que actuara como él.
Para Jesùs, el “reino de Dos” es la vida tal como la quiere construir Dios. Ese era el fuego que llevaba dentro: ¿Cómo sería la vida en el Imperio si en Roma reinara Dios y no Tiberio?, ¿Cómo cambiaría las cosas si se imitara no a Tiberio César, que solo busca poder, riqueza y honor, sino a Dios que pide justicia y compasión para los pobres? ¿Cómo sería la vida en las aldeas de Galilea si en Tiberíades reinara Dios y no Antipas?, ¿Cómo cambiaría todo si la gente se pareciera no a los grandes terratenientes que explotan a los campesinos, sino a Dios, que los quiere ver comiendo y no muertos de hambre?
Para Jesùs, el reino de Dios no es un sueño. No es una utopía. Es el proyecto que Dios quiere llevar adelante en el mundo. El único objetivo que han de tener sus seguidores. ¿Cómo sería la iglesia de hoy si se dedicara solo a construir la vida tal como la quiere Dios, no como la quieren los teólogos del mundo? ¿Cómo seríamos los cristianos si viviéramos convirtiéndonos al reino de Dios? ¿Cómo serían nuestras familias y nuestros hijos si realmente vieran en los padres el reino de Dios? ¿Cómo serían las esposas de esos valientes hombres de Dios? ¿Cómo lucharíamos por el “pan de cada día” para compartirlo con otros?
¿Podríamos entonces orar “venga tu reino”?