Por: Pr. Carlos Berges ! Iglesia Cristo Visión de Fe
Marcos 1:27 “¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva con autoridad!”
Si Jesús hubiera venido a cualquiera de nuestras congregaciones el día de hoy, también hubiera sorprendido no solo al pastor, pero también a todas las personas que se congregan entre nosotros.
Es más, creo que no se le volvería a invitar a predicar. Especialmente si pertenecemos a congregaciones serias, en donde todo es pulcritud y orden. En donde no se permiten ciertas manifestaciones que no están en nuestros códigos teológicos.
Todo porque no nos gusta lo nuevo. No queremos el vino nuevo porque somos y seguiremos siendo odres viejos. Bien lo dijo nuestro Maestro.
El episodio que narra Marcos en este capítulo es sorprendente y sobrecogedor. Todo ocurre en la sinagoga, el lugar donde se enseña oficialmente la ley, tal como es interpretada por los maestros autorizados. Sucede en sábado, el día en que los judíos observantes se reúnen para escuchar el comentario de sus dirigentes. En este marco, comienza Jesús a enseñar por vez primera.
Nada se dice del contenido de sus palabras. No se nos dice que mensaje predicó. No es eso lo que aquí interesa, sino el impacto que produce su intervención. Jesús provoca asombro y admiración. La gente capta en él algo que no encuentra en sus maestros religiosos. Jesús “no enseña como los escribas, sino con autoridad”.
Los especialistas de la teología enseñan en nombre de la institución. Se atienen a las tradiciones, citan una y otra vez a maestros ilustres del pasado, su autoridad proviene de su función de interpretar oficialmente la ley. La autoridad de Jesús es diferente, no viene de la institución. no se basa en la tradición, tiene otra fuente. Está lleno del Espíritu Vivificador de Dios.
Lo van a comprar enseguida. De forma inesperada, un poseído interrumpe a gritos su enseñanza. No la puede soportar. Está aterrorizado. Reclama: “¿Has venido a acabar con nosotros?”. Antes aquel hombre se sentía bien al escuchar la enseñanza de los escribas. Como decimos en mi tierra, cuando ellos predicaban, para este endemoniado ni fu ni fa. No le afectaban los mensajes profundos y rebuscados que predicaban. Se sentía tranquilo en medio de todos. No había nada que lo inquietara. ¿Por qué se siente amenazado ahora?
Y aquí es donde nos encontramos con la cruda verdad nuestra. Nuestros mensajes no tienen poder. No tienen nada de sorprendente. No hay nada nuevo, ninguna revelación, ninguna sorpresa de lo que el Señor quiera darle a su pueblo. Rutina y más rutina. Domingo a domingo, las personas llegan, se echan su siestecita, ofrendan unas cuantas monedas (antes le llamaban “suegra”, ¿recuerda?), se despiden con un aburrido “amén” y regresan a sus aburridas vidas de siempre. Por lo menos ya cumplieron con el rito dominical de asistir a poner contento a Dios con su presencia. Nos vemos. Chau.
No tenemos el Poder el Espíritu Santo en nuestras vidas. No tenemos la hermosa experiencia de permitir que él nos llene con su Presencia renovadora, que nos ayude a renovar el espíritu de nuestra mente y que eso nos haga dejarle el espacio que él necesita en medio del pueblo al que él quiere bendecir. ¿Acaso no fue enviado para eso? ¿Para llevarnos a toda Verdad? ¿Para enseñarnos el Camino al Señor Todopoderoso? Pero tenemos miedo que nos “desordene” nuestros cultos ya predeterminados. Todo está en la agenda. Todo está, minuto a minuto, ordenado por el liderazgo. No se admiten cambios de última hora. No señor. Aquí manda el pastor y nadie más. Si a él no le gusta el Espíritu Santo, a nadie le debe gustar.
No es extraño que, al confiar su misión a los discípulos, Jesús los imagine no como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como sanadores de enfermedades, como libertadores de cautivos, como consoladores de los que lloran. Si leo bien mi Biblia, repetiré lo que he encontrado en ella: “Proclamad que el reino de Dios está cerca: curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad fuera demonios”. La primera tarea de la Iglesia no es celebrar simplemente un culto, elaborar teología, predicar moral ni contar chistes. Es curar, liberar del mal, sacar el abatimiento, sanar la vida, ayudar a vivir de manera saludable.
Esa fue la orden de nuestro Maestro. Pero hemos caído en el mismo lugar donde están ciertos hermanos que han hecho a un lado la Escritura y ponen en primer lugar lo que dice una de sus teólogas: La señora fulana de tal. Con razón al Diablo no le sorprende en nada lo que escucha desde los púlpitos de hoy en día. Nos hace falta el Poder. Pero el Poder que viene de lo Alto.