Por: Pastor Carlos Berges | Iglesia de Cristo Visión de Fe
Marcos 8:36 “Pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?”
Antes de la Revolución Francesa y la Ilustración, en el siglo diez y ocho, el ser humano pertenecía a un grupo. Se tenía en alto concepto el estado de la familia, los clanes y las relaciones sociales entre los habitantes de un país como en Francia, por ejemplo.
Pero después del pensamiento filosófico de la Ilustración, el ser humano tomó otro principio. Nace lo que se conoce hoy como “el individuo” Ya la familia, los clanes y el concepto de aldea fue relegado para empezar el movimiento individual de las personas. Es decir, nacen los derechos humanos, los derechos individuales de las personas y nació lo que hasta hoy se conoce como las libertades civiles.
Nació el individualismo. Ya nadie tiene el derecho de meterse en la vida de los demás. Cada uno haga lo que bien le parece. Somos libres de pensamiento, obra y acción. Y ese veneno empezó a leudar la conducta humana. Ya no se pudo educar al hombre como un ser social. Cada uno decide cómo comportarse a su libre albedrío que, en realidad, para nosotros los cristianos, no existe tal cosa. O somos siervos de Dios o siervos del pecado. Punto.
Es por eso que hoy, los que nos llamamos cristianos y profesamos la fe en nuestro Señor Jesucristo, encontramos en las sillas de la iglesia a mucha gente que cuando un mensaje de la Palabra los vulnera y los descubre en sus vidas de doble moral, ya no les gusta tal congregación y se cambian a otra en donde no se les recuerde la vida miserable y mediocre que llevan. Deciden seguir viviendo bajo esos parámetros dando mal ejemplo no solo a sus hijos, pero también a sus vecinos y compañeros de trabajo que los observan vivir ese doble discurso de bajas pasiones.
Hoy, nosotros vivimos de ordinario ocupados en muchas cosas. Llenamos nuestra vida de muchas experiencias y, sin embargo, no terminamos de sentirnos satisfechos. Nos dejamos arrastrar por muchas metas, y en ninguna de ellas parece que encontramos descanso.
¿Qué falta en nuestra vida? ¿Qué hay que hacer para acertar a vivir la vida abundante que Jesús vino a traernos? ¿Tener éxito en todo? ¿Ganar mucho dinero? ¿Llegar a ser un personaje? Esa fue la pregunta que Jesús hizo en la sinagoga de Capernaúm ¿recuerdan? ¿Qué hacemos hoy sábado? ¿Hacemos lo bueno o lo malo? ¿Salvar al hombre con la mano seca o dejarlo inservible?
Aunque los hayamos olvidado casi totalmente, los seres humanos estamos hechos para hacer el bien, para ayudar, para infundir vida en los demás. Ese es el deseo íntimo y oculto de nuestro corazón. Crear vida, regalar esperanza, ofrecer ayuda y consuelo, estar cerca de quien sufre, dar lo que otros puedan necesitar de nosotros.
Pocas veces nos preguntamos qué quedará, al final, de todos nuestros esfuerzos, trabajos y luchas, qué permanecerá de consistente, de hermoso y valioso, de todo lo que hayamos emprendido. La respuesta de Jesús es clara. De todo lo que hayamos poseído solo quedará lo que hayamos sabido dar. De todo lo que hayamos trabajado solo subsistirá lo que hayamos vivido animados por el amor y la solidaridad.
A veces pensamos que hacer el bien y ayudar al hermano es algo que va contra nuestro propio ser. Hemos de recordar que hacer el bien es precisamente lo que nos conduce a la plenitud. Un día nos moriremos con una pena. La de no haber amado más, la de no haber sabido infundir más vida a nuestro alrededor.
Ese es el problema del individualismo que la Ilustración nos legó: El hombre está ahí tratando de vivir lo mejor posible y viene Dios a “complicarle” las cosas. Le impone unos mandamientos que debe cumplir, le señala unos límites que no debe traspasar y le prescribe una prácticas que obligadamente ha de añadir a su vida ordinaria. Aún hay muchos en la iglesia que hablan de un Dios salvador, y son bastantes los que siguen pensando que, sin él, su vida será más libre, espontánea y feliz.
Y es que la primera misión de la Iglesia hoy no es dar recetas morales sino ayudar al hombre moderno a que descubra que no hay un solo punto en el que Dios imponga algo que va en contra de nuestro ser y de nuestra felicidad verdadera. Él solo vino a este mundo a darnos ejemplo. Ejemplo de cómo vivir rechazando esos conceptos de que “nadie tiene porqué meterse en mi vida”. No es así mis queridos amigos. No es así. Todos pertenecemos a todos.