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viernes, noviembre 22, 2024

¿De qué discutimos? Parte I

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Por: Pr. Carlos Berges | Iglesia de Cristo Visión de Fe

Marcos 9:33  “Y llegaron a Capernaúm; y estando ya en la casa, les preguntaba: ¿Qué discutíais por el camino?”

Voy a caer mal, lo sé.  Y lo sé porque a nadie le gusta saber la verdad. Incluyéndome a mi. No siempre me gusta que me digan que mi mensaje no le gustó a alguna persona, por eso cuando llego a dar alguno a su congregación, no llega. Porque sencillamente no le gusta lo que predico. Y mi ego se lastima. Porque, como cualquier pastor, pienso que debo ser monedita de oro para caerle bien a todos. Cosa imposible. Pero así es la vida.

Resulta que hay entre nosotros los pastores algunos grupos que se reúnen a comer juntos. O a tomarse un café en grupo. Claro, eso no es pecado de ninguna manera. Es un buen pretexto para reunirse en el mismo sentir y compartir un buen rato en compañía de hombres que profesan la misma fe.

El problema es que ¿de qué discuten mientras comen? Allí está el meollo del asunto. Normalmente -y eso lo sé porque he tenido la mala fortuna de estar en alguno de esos cafés- se habla de todo y de todos, menos de la Palabra que debe ser nuestra prioridad. Retroalimentarnos mutuamente para crecer un poco más en el conocimiento de la Palabra que es nuestra razón de ser y de vivir.

Pero no se preocupen, queridos hermanos, eso no es nuevo. Ya en el grupo de Jesús pasó lo mismo.

Mientras él les enseñaba las cosas que le iban a suceder dentro de pocos días, dice la historia que cuando llegaron a Capernaúm y a su casa, Jesús les pregunta: ¿De qué discutíais por el camino? Lógico: sus alumnos se pusieron pálidos ante tal pregunta. Fueron no solo indiscretos, ambiciosos y egoístas porque lo que estaban discutiendo mientras Jesús les hablaba de su próximo martirio y muerte en la cruz, ellos, como nosotros hoy en día, estaban discutiendo quién sería el mayor de todos, quien sería el más honrado por Dios, quien recibiría los mejores asientos en el Trono del Señor y cosas por el estilo.

Según el relato de Marcos, hasta por tres veces insiste Jesús, camino de Jerusalén, en el destino que le espera.  Su entrega a Dios no terminará en el éxito triunfal que imaginan sus discípulos.  Al final habrá resurrección, pero, aunque parezca increíble, Jesús será crucificado.  Sus seguidores lo deben saber.

Ante la pregunta de Jesús antes mencionada, los discípulos guardan silencio.  Les da vergüenza decirle la verdad.  Mientras Jesús les habla de entrega y fidelidad, ellos están pensando en quién será el más importante.  No creen en la igualdad fraterna que busca Jesús.  En realidad, lo que les mueve es la ambición y la vanidad: Ser superiores a los demás.

Y, para comprobar su visión sobre la “grandeza” que el hombre busca, Jesús toma a un niño y lo pone en medio y les imparte una cátedra sobre lo que es la verdadera grandeza: Hacerse como un niño.  Algo inédito hasta entonces. Porque esos “grandes” hombres de púlpito y corbata no están dispuestos a hacer tal cosa. Lo pueden enseñar, cierto. Lo pueden predicar, también es cierto. Pero ¿vivirlo? ¿A cuenta de qué? ¿Y qué hago con mis títulos, diplomas y certificaciones que tanto me han costado?

Ahora la pregunta obligada: ¿Por qué un niño?  Porque las primeras víctimas del deterioro y los errores de una sociedad son casi siempre los más débiles y desamparados: Los niños.  Esos seres que dependen totalmente del cuidado de sus padres o de la ayuda de los adultos.  Basta abrir los ojos y observar lo que sucede entre nosotros.  La crisis de la familia y la inestabilidad de la pareja están provocando en algunos hijos efectos difíciles de medir en toda su hondura.  Niños poco queridos, privados del cariño y la atención de sus padres, de mirada apagada y ánimo crispado, que se defienden como pueden de la dureza de la vida sin saber dónde encontrar refugio seguro.  El bienestar material maquilla a veces la situación ocultando de manera sutil la soledad del niño.  Ahí están esos hijos, hartos de cosas, que reciben de sus padres todo lo que les apetece, pero que no encuentran en ellos la atención, el cariño y la acogida que necesitan para abrirse a la vida con gozo.

¿Y mientras tanto nosotros, los encargados de enseñar la forma de vivir según Cristo, qué estamos haciendo en nuestras reuniones pastorales? ¡¡Discutiendo quién será el próximo presidente del concilio pastoral o de la asociación de pastores!!

“Si no os hacéis como niños…” dijo nuestro Maestro. Así de sencillo.

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