Por: Pr. Carlos Berges | Iglesia de Cristo Visión de Fe
Marcos 10:17 “Cuando salía para seguir su camino, vino uno corriendo, y arrodillándose delante de Él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”
Esta historia es apasionante. Me enseñaron a leer la Biblia una y otra vez, hasta aprender a leer lo que hay entre líneas. O, como dice mi profesor, hacer una metalectura textual. Haciendo eso, encontramos una serie de enseñanzas escondidas en ese basto océano que es la Palabra de Dios.
Este episodio de Marcos está narrado con intensidad especial. Jesús va camino a Jerusalén, pero antes de que se aleje de aquel lugar llega corriendo un desconocido que cae de rodillas ante él para retenerlo. Necesita urgentemente una respuesta de Jesús.
Pero de entrada, ese joven rico y aparentemente bendecido por Dios ha equivocado el mandamiento. Le dice a Jesús “que haré para heredar la vida eterna”. Ignora que no es por obras para que nadie se gloríe. Es por Gracia. Es un Don o un regalo de Dios para quienes él ha escogido. Este joven está muy equivocado como muchos cristianos hoy en día. Creen que es por obras que se va al Cielo. No mis queridos. No es así. Es por Gracia, por el puro afecto de la Voluntad de Dios. Y es que en el ser humano hay una aspiración más profunda que la misma vida terrenal. Dentro de todos nosotros hay algo que nos impulsa a la eternidad.
Jesús, con ese amor que lo caracteriza, le responde como solo él sabe hacerlo: Lo primero es no vivir agarrado a sus posesiones. “Vende lo que tienes”. Lo segundo, es ayudar a los pobres. “dales tu dinero”. Por último, “ven y sígueme”. Los dos podrán recorrer juntos el camino hacia el reino de Dios. El joven se levanta del suelo donde estaba arrodillado, y se aleja de Jesús. Olvida su mirada cariñosa y se va triste. Sabe que nunca podrá conocer la alegría y la libertad de quienes siguen a Jesús. Era muy rico el pobrecito.
Y aquí está la perla escondida: El mensaje de Jesús es claro. No basta pensar en la propia salvación, hay que pensar en las necesidades de los pobres. No basta preocupare de la vida futura, hay que preocuparse de los que sufren en esta vida. No basta con no hacer daño a otros, hay que colaborar en el proyecto de un mundo más justo, tal como lo quiere Dios.
El joven no se esperaba la respuesta de Jesús. Buscaba luz a su inquietud religiosa y Jesús le habla de los pobres. Pero él no entiende el Evangelio de Jesús. Prefiere su dinero, vivirá sin seguir a Jesús. ¿No es esta la postura más generalizada entre nosotros? preferimos nuestro bienestar. Queremos ser cristianos sin “seguir” a Cristo. Su planteamiento nos sobrepasa. Nos pone tristes porque, en el fondo desenmascara nuestra mentira.
No quiero ser ave de mal agüero, pero debemos entender que hay algo muy claro en el evangelio de Jesús. La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos. Si pudiéramos ver el proyecto de Dios con la transparencia con que lo ve Jesus y comprender con una sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es crear fraternidad. El amor fraterno que nos lleva a compartir lo nuestro con los necesitados es la única fuerza de crecimiento, lo único que hace avanzar decisivamente a la humanidad hacia su salvación.
El hombre más logrado no es, como a veces se piensa, aquel que consigue acumular más cantidad de dinero, sino quien sabe convivir mejor y de manera más fraterna. Por eso, cuando alguien renuncia poco a poco a la fraternidad y hermandad, y se va encerrando en sus propias riquezas e intereses, sin resolver el problema del amor, termina fracasando como hombre.
Aunque viva observando fielmente unas normas de conducta religiosa, al encontrarse con el evangelio descubrirá que en su vida no hay verdadera alegría, y se alejará del mensaje de Jesús con la misma tristeza que aquel hombre que “se marchó triste porque era muy rico”
Con frecuencia, los cristianos nos instalamos cómodamente en nuestra religión, sin reaccionar ante la llamada del evangelio y sin buscar ningún cambio decisivo en nuestra vida. Hemos rebajado el evangelio acomodándolo a nuestros intereses. Pero ya esa religión no puede ser fuente de alegría. Nos deja tristes y sin consuelo verdadero.
Pregúntele a los que regresan los domingos en la tarde después de haber estado en sus lujosos ranchos de playa todo el día sin acordarse de que hay un Dios que les espera en la Iglesia para hablar con ellos, para indicarles el método de una vida verdaderamente victoriosa. Pregúnteles como se sienten en la noche después de un largo viaje de “descanso” y sé que le responderán: “Mañana es lunes otra vez… volvamos a la misma rutina…”