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lunes, septiembre 16, 2024

El Perro y El Gato

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Por: Pr. Carlos Berges | Iglesia de Cristo Visión de Fe

Éxodo 20:3  “No tendrás otros dioses delante de mí”

En algunos matrimonios existen estas figuras. Es algo muy interesante de estudiar porque están en juego muchas cosas que contradicen la Palabra de Dios.

Tenemos que saber que Dios nos ha creado para llegar a ser semejantes a su Hijo Jesús. Pero en la realidad eso no está sucediendo.  Las redes, los celulares, los medios y la misma sociedad están penetrando muy fuerte en la vida y los hogares de muchos evangélicos.  No se han dado cuenta que poco a poco, esa levadura nos está leudando toda la masa matrimonial y familiar.

Los hijos están ocupando un lugar que no deben tener. Es sabido de todos que los hijos necesitan ver un ejemplo del buen vivir en sus padres. Ellos nos imitan en todo. Ellos aprenden de nosotros. Las madres, por su rol de ser más tiernas y cuidadosas con sus hijos pueden llegar a hacer más daño que bien a sus retoños.  El padre, desde luego que tiene que salir a trabajar a la calle o la oficina, ha delegado en su esposa la crianza y educación de los hijos.  Pero resulta que un hijo varón, por ejemplo, necesita ver la figura heroica que en su mente debe existir en algún lugar y quiere encontrarla en la figura paterna. Cuando eso no está al alcance en su vida familiar, lo encontrará en otro lugar. En la calle, los vicios y la violencia.

¿Qué hacer cuando un padre abandona a sus hijos a los cuidados de la esposa?  En este esquema clásico el padre es muy culpable.  El niño es débil.  Dios lo ha provisto de un protector en la persona de su padre, para defenderlo hasta que sea lo bastante fuerte como para hacerlo por sí mismo.. Se comprende que el niño quede marcado durante toda su vida con una tendencia a las reacciones débiles cuando el padre abandona este papel de protector. 

Es lo que vemos en todos los niños sin padre, sea porque ha fallecido, se ha divorciado de la madre o ha renunciado moralmente a sus deberes. Está pero no está.  Por otra parte, la madre, privada del apoyo de su marido en la educación de sus hijos, se torna generalmente demasiado temerosa respecto de la salud física y moral de ellos, y a fuerza de precauciones los convierte en personas débiles, sin carácter y consentidos.  Cosa que la vida no perdona.

El síndrome del perro y el gato en la vida de muchas familias está destruyendo las bases de la misma.  La conducta rebelde y estéril de muchos jóvenes en sus estudios, en sus relaciones con la sociedad, la falta de educación y buenos modales es lo que se está viendo hoy en día. Por supuesto, como pastor, escribo y hablo a gente que conoce la Biblia. No lo hago con incrédulos porque -con mucho respeto-, ellos no conocen las reglas morales del Dios que nos enseña y nos guía para que nosotros, a nuestra vez, guiemos y enseñemos a la siguiente generación.

Si usted lee con cuidado y hace un cruel examen de lo que sigue, quizá encuentre alguna similitud entre la conducta del perro o la del gato en sus hijos. Por supuesto, sin ningún afán de insultar a nadie. Veamos:

El perro piensa: “Mi amo me cuida, me alimenta, me lleva al veterinario, me deja dormir en su cama o en su sofá. Me saca a pasear todos los días y aunque a veces se sienta enfermo, no deja de atenderme… Ah, mi amo tiene que ser un dios. Por lo tanto, lo adoraré y obedeceré” Es el síndrome del hijo que no hace nada por superarse, su dios que es su padre o su madre están allí para decidir por él. Para ellos, sus padres son su dios.

El gato piensa: “Mi amo me cuida, me baña, me lleva al veterinario, me compra la mejor comida, me brinda cariño y nunca me golpea.  Me deja hacer lo que yo quiero y nunca me reprocha nada. Mi amo me ama por sobre cualquier otra persona. Tengo todo lo que necesito, por lo tanto, yo soy su dios  Es por eso que me adora”

¿Ya vio el panorama de muchos hijos de cristianos hoy en día?  Póngale las palabras que quiera a cualquiera de los dos ejemplos y verá qué daño se le hace a un hijo cuando, por ser permisivos con ellos, fuera de toda lógica humana, se convierten o en nuestros dioses o nosotros nos convertimos en sus dioses.

Y, por supuesto, eso riñe muy seriamente con las ordenanzas de nuestro Señor: No tendrás dioses ajenos delante de Mí. Yo Jehová. ¿Qué hijos ha creado (no criado) usted entonces?

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