Por: Pr. Carlos Berges | Iglesia de Cristo Visión de Fe
Marcos 6:19-20 “Y Herodías le tenía rencor y deseaba matarlo, pero no podía, porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo mantenía protegido. Y cuando le oía se quedaba muy perplejo, pero le gustaba escucharlo…”
La historia es digna de una buena película de intrigas, rencores y amores. Todo mezclado con una buena dosis de misterio. Hollywood ha pintado a Herodías como una mujer hermosa, hechizante, de mirada algo diabólica, un cabello lustroso y elegante, toda ella exhalando lujuria y deseos insanos. Por algo Herodes fue conquistado por esa belleza hecha mujer. Herodías primero estuvo casada con Herodes Filipo 1, su tío, y después con el hermano de éste, Herodes Antipas. Herodías fue madre de Salomé, otra mujer digna hija de su madre. Esta, en pocas palabras es la biografía de la mujer que nos ha dejado una enseñanza que trasciende los tiempos…hasta el día de hoy.
Aparece en escena un Hombre, así, con mayúsculas. Fue un Hombre valiente. Decidido a decir la verdad a toda costa. Su forma de vestir era rara para aquel tiempo, pero a la vez, profética porque los judíos tenían en mente que un día iba a aparecer el profeta Elías en persona. De manera que cuando Juan aparece en la vida pública, todos se pusieron en el avispero. Incluso los fariseos, hombres rudos, legalistas e impositivos tuvieron cierto temblor de piernas al ver y escuchar las palabras calcinantes de aquel profeta enviado por Dios para preparar el Camino. ¿De quien? Nada menos que del Deseado de las naciones. Pero ellos no lo creyeron. Juan era muy extravagante y difícil de entender. En una ocasión le preguntaron ¿quien eres tú?
Dentro de toda esta trama, el rey Herodes era un secreto seguidor de las enseñanzas de este peculiar ciudadano de su pueblo. Le gustaba escuchar sus palabras aunque sentía cierto miedo porque además de ser el rey de Israel, era miedoso, inculto, pagano y sincretista. Por allí anda un libro sobre este hombre que nos deja entrever que Herodes invitaba constantemente a Juan para que le hablara de su misión pero en secreto, sin que nadie se enterara por miedo a los judíos. Si era cierto no sé, solo sé que le tenía cierto miedo.
Así las cosas, entra en la historia la esposa. Y aquí, con perdón de las lindas mujeres, tengo que ser sincero. Pero antes que nada, no soy misógino. Las respeto, las admiro y las defiendo.
Muchas de las fugas de la Iglesia es a causa de las mujeres. Hablo de aquellas madres que mantienen a sus hijos y esposos en la congregación mientras ellas se sientan cómodas. De hecho sabemos que la mujer tiene un instinto de protección hacia su familia no superada por nada más que por el Amor de Dios por sus hijos. Quizá se dice con razón que la persona más parecida a Dios es la mujer. En cuestiones de amor no les gana nadie. Basta con ver a una madre cuidando que a su hijo preso en una cárcel de cualquier país no le falten sus “cositas” aunque ella tenga que sacrificarse y quedarse sin nada. Conozco a una de ellas que trabaja arduamente y cada mes tiene que ir a una acera bajo el sol a esperar que alguien le haga el favor de llevarle a su hijo lo que necesita. Así son ellas de lindas.
Pero para ser sinceros, a veces se les pasa la mano. Sobreprotegen a su familia a toda costa. Y ¡cuidado quien se los toca! Por algo la Biblia las compara con las osas que cuidan celosamente a sus oseznos. En fin, la Iglesia no se escapa de esta virtud que en ciertos casos se convierte en algo negativo para la familia.
El pastor puede ser un hombre muy letrado. La madre se siente muy feliz y satisfecha de tener una congregación en donde se les enseña a sus hijos buena doctrina, buena Palabra de Dios, se les aconseja con buenos principios morales y se siente feliz de estar allí. Pero…
Todo se arruina cuando el mismo pastor admirado y respetado por la hermana en cuestión, se atreve a decirle algo a sus hijos que a ella no le parece. Eso si que no. Para eso “yo soy su nana” y nadie tiene derecho de tocar la sensibilidad de mis hijos y de mi esposo. No puedo permitir que eso suceda. Si fuera chapina diría algo así: “muchá, nos vamos a otra iglesia”. Aquí ya no me gusta. Me acaban de “tocar” a mi familia. Y eso no me gusta. Chao, pastor.
Eso sucedió con Herodías. Mientras Juan lanza diatribas contra los fariseos, saduceos y pecadores del pueblo, todo iba bien. Que los exhorte, que les grite lo que quiera y que lance toda clase de advertencias contra ellos. Pero…
Cuando Juan se atrevió a hablar de su adulterio con Herodes, cuando tuvo la torpeza de dirigirse directamente a ella y su marido, cuando le señaló su pecado…ahí si la cosa se puso fea. Herodías no se fue de Israel ni salió del palacio a buscar otro lugar. No. A quien tenía que quitar de en medio fue a Juan. Había que cortarle la cabeza a ese engreído que se atrevió a “tocar la llaga” de Herodías. Y menos mal que no le dijo nada a su bebé Salomé porque quizá le hubiera ido peor. ¿No será que el espíritu de Herodías todavía anda por allí?
¿Que opinan hermanos?