Hechos 9:11 “Y el Señor le dijo: Levántate y ve a la calle que se llama Derecha, y pregunta en la casa de Judas por un hombre de Tarso llamado Saulo, porque, he aquí, está orando…”
Todos hemos estado allí.
Todos hemos tenido esa experiencia que ha trastornado y transformado nuestras vidas. En esa calle llamada Derecha hemos estado aquellos que un día, sin saber cómo, perdimos la vista de lo que antes veíamos y algo como escamas empezaron a cubrir nuestra visión. Algo como escamas que no nos permitían ver con claridad qué estaba pasando mientras esperábamos que todo el asunto se resolviera.
Pasaron…¿cuantos días? ¿cuanto tiempo? ¿varios meses? ¿Varios años? No lo sé con usted, pero conmigo y con Pablo bastaron unos días para que las escamas que no nos dejaban ver lo que habíamos dejado atrás cayeran y unos nuevos ojos se nos abrieran en el corazón para ver lo errados que andábamos. Yo, por mi parte, viviendo la vida militar en donde me enseñaron que un hombre no debe llorar por nada. Hombre duro. Disciplinado hasta lo impensable. Exigente con migo y con los demás. Con un corazón endurecido por años de entrenamiento y anulación de las emociones. Hasta que me encontré en la calle Derecha…
Eso y más le sucedió a Saulo. Iba echando humo por las narices de la cólera e ira de que había gentes que andaban por allí adorando y confesando que un delincuente que había sido crucificado por los romanos tiempo atrás, era digno de ser adorado y enaltecido, reconocido como Dios. ¿Cómo se atrevían esos ignorantes a creer tal cosa? Y, lo que era peor, lo andaban promocionando apartando a muchos del pueblo judío a esas falsas creencias.
Hasta que un día, sin saber como y por qué, se encontró sentado, con escamas en los ojos, sin hambre ni sed, solo con muchas preguntas. Tres días bastaron para que un desconocido llamado Ananías llegara y con cierto miedo, le pusiera las manos en la cabeza y declarara una profecía que Saulo no entendió en absoluto. Solo sabía que “antes era ciego pero ahora veía”. Las escamas se le cayeron y pudo ver ante él un nuevo horizonte. Un horizonte hasta ese momento desconocido e inesperado.
Saulo había ido a Damasco a capturar creyentes en Jesús, pero ahora resulta que él fue el capturado. Llevaba cartas del sumo Sacerdote autorizándolo para que cumpliera su cometido, pero esas cartas se hicieron añicos, junto con su deseo de cumplir la Ley en la que había sido enseñado por sus padres y maestros fariseos.
Todo su pasado quedó atrás. Ante él se abrió una ventana en donde se mostraba un camino incierto pero “derecho” a hacer la Voluntad de Aquel que él buscaba pero que fue buscado al mismo tiempo. Ahora Saulo empieza a ser transformado. Cambiado no solo en su corazón, mente y alma, pero también en sus paradigmas. Ya no es el mismo. Incluso el humilde Ananías le tenía miedo. Sabía de lo que era capaz ese judío poderoso.
La noticia se regó como pólvora. Todos en Damasco se pusieron quizá a orar por misericordia para que Dios detuviera a aquel cazarrecompensas. Quizá ayunaron pidiendo al Señor que los cuidara del largo brazo de la ley farisea que los encarcelaba y los torturaba todo por creer en el Mesías Jesus. Damasco se convirtió en un nido de miedo y terror.
Mientras allá, en la calle Derecha, aquel hombre estaba siendo cambiado en otro hombre. Ya no se iba a seguir llamando Saulo. Iba a ser cambiado incluyendo su nombre. Sería llamado Pablo. Pablo el del nuevo nacimiento. Pablo el ahora predicador de la Palabra. Pablo el maestro del Nuevo Testamento. Pablo, el esclavo de Jesucristo. Pablo el intrépido.
Pero, ¿Le creyeron todos? No. Tristemente no todos creyeron en su transformación. Creyeron que era un truco para infiltrarse en las sinagogas y capturar más creyentes. No todos confiaban en él… Como quizá su esposa no cree que usted realmente se ha convertido. O quizá sus hijos no ven en usted ningún cambio. O que me dice de sus amigotes que le siguen invitando a tomar sus tragos sabatinos. O su jefe que todavía no confía en su palabra. Incluso el pastor que oró por usted puede estar dudando de su conversión. O tal vez su amante no cree que tenga que dejarla porque ahora se le cayeron las escamas y se dio cuenta de su adulterio.
¿Qué me pude decir, usted hermana, que nadie cree en su conversión a Cristo? Porque todos la recuerdan como la rompecorazones de la escuela. Como la rebelde de la casa. Como la oveja negra. Como la que siempre cuestionaba todo a sus padres. Como la que siempre andaba en malas compañías y por eso terminó como terminó…
Y es que nadie estuvo con usted en la calle Derecha. Por eso no creen en usted. Al igual que Saulo, al igual que quien esto escribe, al igual que con ustedes, amigos, todavía hay personas que no creen que un día estuvimos encerrados en una casa de la calle Derecha…
Solo nosotros y nuestro amado Dios…