La sociedad actual enfrenta un problema de inmediatez, buscando alcanzar sus objetivos con el mínimo esfuerzo, lastimosamente no todo se alcanza de esta manera, por lo menos cuando se trata de metas significativas. Un estilo de vida sin esfuerzo es una vida sin compromiso, que impide el crecimiento personal y colectivo.
Como cristianos podríamos creer que la fórmula que aplica el mundo, es la misma que podría funcionar en términos espirituales y por ello no nos esforzamos en vivir de acuerdo a los planes de Dios, sino de acuerdo a nuestras propias exigencias, pero reclamando bendición en todo lo que hacemos. Esto puede llevar a una fe superficial y a una desconexión con la voluntad de Dios, debilitando la capacidad de vivir plenamente las promesas divinas. Esta actitud puede resultar en una comunidad cristiana con una cosmovisión distante a los valores del Reino de Dios y, por lo tanto, poco efectiva en su impacto en la sociedad.
Los principios Bíblicos al respecto son claros, el esfuerzo es un tema recurrente. Moisés le dijo a Josué que se esforzara (Deuteronomio 31:7), David le dijo a su hijo Salomón que se esforzara (1º Crónicas 28:20), el profeta Azarías le dijo al Rey Asa que se esforzara (2º Crónicas 15:7). Y es precisamente este último caso, del profeta Azarías con el rey Asa, del que quiero resaltar este énfasis en el esfuerzo. Las palabras dirigidas al Rey Asa por el profeta Azarías, son una verdad que trasciende el tiempo y que puede inspirar nuestras vidas hoy. Este texto lo encontramos en 2º Crónicas 15:7“Pero esforzaos vosotros, y no desfallezcan vuestras manos, pues hay recompensa para vuestra obra”.
¿Por qué esta insistencia en el esfuerzo? Porque en cada área de nuestra vida, ya sea en el estudio, el trabajo, las relaciones o nuestra vida espiritual, el esfuerzo es el camino hacia la excelencia. Todo lo valioso requiere sacrificio, y es en esa lucha donde forjamos nuestro carácter y determinación.
Asa, después de 10 años de paz, superó con éxito una gran prueba que se le representó al enfrentar, y vencer, a un pueblo enemigo, que contaba con un ejército de un millón de hombres. Asa recibió la visita de un enviado de Dios que se llamaba Azarías y le dijo: “Esfuérzate, y no te detengas, pues hay recompensa por todo tu trabajo.” Y Dios le otorgó al Rey Asa una milagrosa victoria.
De este pasaje me gustaría, extraer tres palabras claves. La primera palabra a destacar es ESFUÉRZATE. Esforzarse no significa simplemente trabajar arduamente; implica una entrega completa a nuestros objetivos, una voluntad firme de no conformarnos con la mediocridad. La vida está llena de retos, y aquellos que buscan la excelencia están dispuestos a pagar el precio necesario. Recuerde que el esfuerzo puede parecer difícil, pero es el primer paso hacia una vida de propósito y logro.
La segunda frase a resaltar es NO TE DETENGAS. La vida es un viaje lleno de decisiones. Cada día enfrentamos la opción de continuar o de rendirnos. En momentos de dificultad, la voz de Dios nos impulsa a seguir adelante. La fe es un motor que nos permite avanzar, y cuando nos sentimos cansados, Dios está allí para multiplicar nuestras fuerzas (Isaías 40:29). La perseverancia es clave; muchas veces, la victoria está más cerca de lo que pensamos, justo al otro lado de nuestro cansancio.
Por último, recordemos que HAY RECOMPENSA. Cada esfuerzo tiene su recompensa, y aunque el camino puede ser arduo, no debemos olvidar que Dios es fiel a sus promesas. A menudo, el desánimo llega justo antes de que las bendiciones se manifiesten. Persistamos en nuestro trabajo, porque si hemos creído en Dios y sus promesas, debemos esperar su bondad.
Usted puede hacer suyos estos principios: Esfuérzate, no te detengas y espera la recompensa. Al hacerlo, estará no solo construyendo un futuro mejor para usted mismo, sino también honrando a Dios en cada paso del camino. Enfrentar la inmediatez y la falta de esfuerzo requiere un compromiso renovado con los principios bíblicos que nos enseñan el valor del sacrificio y la perseverancia. Al esforzarnos y no detenernos, no solo transformamos nuestras propias vidas, sino que también fortalecemos nuestra comunidad y nuestra fe, permitiéndonos vivir plenamente las promesas de Dios. Así, avanzamos con la confianza de que cada desafío es una oportunidad para experimentar su recompensa en nuestras vidas. Sigamos adelante, con la certeza de que nuestras batallas son ganadas con las fuerzas que nuestro Señor Jesucristo nos proporciona.