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viernes, noviembre 1, 2024

Ananías y Safira

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Hechos 5:3  “Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del terreno?”

Estamos en los inicios del nacimiento de la Iglesia de Cristo. Según los apóstoles que nos cuentan la historia en el libro de Hechos, la convicción de un nuevo estilo de vida cristiano ha estado haciendo impacto en la vida de aquellos que han entrado a poseer el Reino de Dios inaugurado por Jesucristo.

Se ha despertado entonces un sentimiento de solidaridad que antes de ese ambiente no se había conocido. El amor de Dios derramado en la vida de aquellos que estaban siendo enseñados en un nuevo estilo de vida ha nacido un deseo urgente de que nadie de ellos pase necesidad. Empezó un nuevo y raro estilo de vida. Ha llegado la Luz a la vida de los que estaban en oscuridad. Ha llegado un sentido de vivir ya no solo para sí mismos sino para los demás. Jesús se ha ido a su Lugar en el Cielo junto al Padre, pero ha enviado al Otro, al Consolador para recordarnos sus palabras. Para recordarnos sus enseñanzas. De allí el axioma ante cualquier asunto de la vida: “¿que haría Jesús?”.

Así las cosas, las personas que se estaban empezando a reunir en los hogares y casas de los hermanos empezaron a darse cuenta quienes estaban allí entre ellos. Eran los necesitados. Eran los hambrientos de un plato de comida y de un abrazo. Eran los parias del Imperio romano abandonados a su suerte y eran los abandonados de la religión, los que no hallaban dentro de sus paredes lujosas de su Templo el consuelo a sus tristezas y un bocado de pan que llevarse a la boca.

Allí empezó una nueva revolución cultural. Allí se empezó a ver en realidad el Carácter de Aquel que había dicho: El que me ama, amará a su hermano. Y esas palabras empezaron a convertirse en un credo de acción. Todos empezaron a vender sus propiedades y llevar el dinero a la congregación para que los líderes lo repartieran entre los necesitados.

Pero, contrario a nuestro estilo de vida dizque cristiano, en aquel entonces no habían inventado la cámara fotográfica. No existían los periódicos cristianos y no había nada que publicitara las acciones de compañerismo y amor por el prójimo que muchos empezaron a mostrar. Todo se hacía en el anonimato. Todo se hacía cumpliendo aquel mandamiento “no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”.

Pero no todos pensaron así.

Un matrimonio quiso emular lo que se estaba haciendo por otras personas. Este matrimonio también tenía sus posibilidades financieras como para vender también unas tierras que seguramente ya no utilizaban por estar estériles y tomaron la decisión de llevar el dinero a las manos de los pastores para repartirlas entre los necesitados.  El problema fue que este matrimonio confundió las cosas. Creyeron que haciendo tal obra iban a ganar un diploma, un puesto de importancia o quizá una mención honorífica, o si mucho, un nutrido aplauso de la congregación cuando pasaron frente a todos a entregar su donativo ya que no la podemos llamar ofrenda.

Ananías y Safira hicieron lo suyo. Se pusieron de acuerdo. Era mucho dinero. Y tomaron la peligrosa decisión de querer engañar al mismo Dios. Olvidaron la sentencia: “Dios no puede ser burlado”. Mintieron descaradamente con respecto al precio en que habían vendido la propiedad para quedarse con una porción del mismo.  Lo mismo que sucede hoy con algunos “ricos” que piensan que si le entregan los diezmos correctos a la Iglesia o al pastor, le “puede hacer daño” porque es mucho dinero para él solito. Hay que protegerlo de la lujuria y la ambición, dicen. No se dan cuenta que lo que dijo Jacob, fue: “De todo lo que me des el diezmo apartaré para Ti”. De todo. No de lo que yo piense.

En fin, Ananías y Safira querían sentir la ilusión que todavía eran humanos y que tenían corazón cristiano, pero se engañaron porque estaban dando lo que les sobró después de su negocio. Lo peor fue que quisieron engañar al Espíritu Santo y con Él no se juega amigos.  El modelo de sociedad y de convivencia que configura nuestro vivir diario está basado no en lo que cada persona es, sino en lo que cada persona tiene. Lo importante es “tener” dinero, prestigio, poder, autoridad. Este matrimonio esperaba fanfarrias de parte de los necesitados pero se ganaron dos metros bajo tierra como premio a su burla.

Y, si me lo permiten, una palabra para los padres: Desde los primeros años al niño se le educa para “tener” más que para “ser”. Lo que interesa es que se capacite para que el día de mañana “tenga” una posición, unos buenos ingresos, un nombre, una seguridad financiera. Así, casi inconscientemente, preparamos a las nuevas generaciones para la competencia y la rivalidad. El que posee esto sale adelante y triunfa en la vida.  El que no logra algo de esto queda descalificado.  La demanda de afecto, ternura y amistad que late en todo ser humano es atendida con objetos.  La comunicación queda sustituida por la posesión de las cosas.

La historia de Ananías y Safira nos recuerdan estos errores que nos llevarán al fracaso moral y espiritual.

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