Estamos en un tiempo de fervor evangélico, y con justa razón: conmemoramos 507 años de la Reforma Protestante, cuyo clímax tuvo lugar el 31 de octubre de 1517, cuando Martín Lutero, el fraile agustino, clavó sus 95 tesis en Wittenberg. Aunque la Reforma comenzó mucho antes y se extendió después de este evento, esta fecha marca un cambio profundo en la historia de la iglesia cristiana. En El Salvador, el 31 de octubre también tiene una relevancia especial como el «Día Nacional de la Iglesia Cristiana Evangélica Salvadoreña», celebrado oficialmente desde 2013 por decreto legislativo.
Además, la iglesia salvadoreña celebra la llegada del primer misionero evangélico, Samuel A. Purdie, en 1896, enviado por la Misión Centroamericana (CAM o MCA). Este evento histórico dio inicio a la predicación organizada del evangelio en el país, y el primer culto oficial se celebró el 24 de octubre de ese año, marcando 128 años de presencia evangélica formal en El Salvador. Estos momentos históricos motivan una gran celebración, recordándonos la fe de aquellos que desafiaron su contexto y crearon un camino de fe y transformación.
El valor de la euforia evangélica
Esta euforia evangelica se ve reflejada en eventos significativos, conferencias, predicaciones, enseñanzas, imágenes, escritos formales e informales, plenarias, publicaciones en redes sociales y muchas expresiones más. Sin embargo, en medio de esta efervescencia, es válido reflexionar: ¿esta euforia evangélica sirve para algo más que para recordar? ¿Hay evidencias de que, una vez pasado octubre, se produce un cambio en la vida de los creyentes? ¿Se traducen estos eventos en una transformación visible en la vida de los discípulos y en las comunidades de fe? ¿Conectan estos eventos con las generaciones emergentes, especialmente con los jóvenes y niños? Las preguntas son relevantes porque, para que estas celebraciones tengan un impacto verdadero, es necesario que cada creyente y cada comunidad de fe haga una evaluación sincera de su compromiso con los principios reformadores y con el evangelio.
El desafío
Considero que todos estos actos de celebración, memoria y enseñanza sobre los hitos de la Reforma y gratitud por el evangelio en El Salvador, son esenciales. Sin embargo, para que tengan un impacto duradero, deben superar el simple recuerdo y convertirse en un medio de transformación genuina. La Reforma Protestante, en su esencia, no fue solo un movimiento de oposición, sino un llamado profundo a volver al evangelio y vivir conforme a la Palabra de Dios. La llegada del evangelio a El Salvador, fue un movimiento misionero y evangelistico que rompió esquemas, estructuras y trajo la luz de Jesucristo a este país. En este contexto casi siempre surgen preguntas cómo: ¿Necesita la iglesia actual una Reforma? ¿Necesitamos “reevangelizar” a El Salvador? Reflexionar en estas preguntas es importante.
En este sentido, propongo dos áreas fundamentales en las que la iglesia contemporánea necesita renovar su compromiso para ser agentes de transformación por medio del evangelio.
1. Una reforma centrada en la Palabra
Para que la transformación sea auténtica, debe tener sus raíces en la Palabra de Dios. Sin el estudio y la meditación de las Escrituras, no hay cambio verdadero. El apóstol Pablo lo expresó claramente cuando dijo que “toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16-17). Cada líder, pastor y discípulo de Cristo debe profundizar en las Escrituras no solo a nivel académico o intelectual, sino con devoción y entrega, buscando escuchar la voz de Dios y vivir conforme a ella.
El verdadero desafío es amar la Palabra, escucharla y obedecerla en toda circunstancia. Como Jesús enseñó: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). La reforma que hoy necesitamos debe llevarnos a un estudio bíblico comprometido y transformador, en el cual cada creyente vea en la Escritura la guía que necesita para vivir una vida coherente con el evangelio.
2. Una reforma comunitaria
Además de la renovación personal, necesitamos una reforma en nuestra vida comunitaria. La iglesia es llamada a ser una manifestación visible de la gloria de Dios en su unidad y amor mutuo. Jesús oró por la unidad de sus seguidores diciendo: “para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti” (Juan 17:21). Esta unidad en el cuerpo de Cristo se traduce en respeto mutuo, ausencia de divisiones y un compromiso genuino de cuidar unos de otros, sin envidias ni contiendas.
La unidad visible fortalece el testimonio de la iglesia ante el mundo y abre puertas para que el evangelio transforme vidas. Esta reforma no puede basarse solo en esfuerzos individuales, sino en un compromiso colectivo de obedecer y vivir la Palabra de Dios como comunidad. Debe surgir una disposición a trabajar juntos, a honrarse mutuamente y a apoyarse en la misión común de ser luz en el mundo.
Un llamado a la Iglesia Evangélica Contemporánea
Hago un llamado a cada discípulo de Cristo y a cada comunidad de fe a comprometerse con una reforma genuina que transforme la vida de la iglesia en todos sus aspectos. Que esta celebración no quede en un evento anual, sino que se convierta en el impulso que necesitamos para vivir una vida de transformación integral, donde justicia, misericordia y humildad sean principios cotidianos (Miqueas 6:8).
Invito a los líderes eclesiales a que estos actos de memoria sean una herramienta para impactar a las nuevas generaciones, conectando el legado de la Reforma con los desafíos actuales. Y exhorto a la iglesia en El Salvador a ir más allá de las estructuras religiosas y el statu quo que muchas veces la limitan, permitiendo que el evangelio de Jesucristo renueve y moldee cada aspecto de la vida. La misión del evangelio no solo implica predicar las buenas nuevas, sino encarnar la justicia, la misericordia y la humildad en nuestro día a día, viviendo los valores del Reino. De esta manera, no solo estaría la iglesia predicando el evangelio, sino también demostrando con su estilo de vida a las nuevas generaciones cómo se vive el evangelio.
Que este tiempo de celebración nos motive a ser una iglesia reformada, evangelistica, misional y siempre en proceso de transformación, viviendo en la luz y transformando el mundo que nos rodea conforme a los principios del evangelio.