“Lucas 7:19-22 “Y llamando Juan a dos de sus discípulos, los envió al Señor, diciendo: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? Cuando los hombres llegaron a Él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, diciendo: «¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro?». En esa misma hora curó a muchos de enfermedades y aflicciones, y malos espíritus, y a muchos ciegos les dio la vista. Y respondiendo Él, les dijo: Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído”
Bueno, mis amigos: una cosa es decir y otra es hacer. Esto que hace Jesús, para muchos de nosotros no tiene mucho sentido ya que los discípulos de Juan llegan a preguntarle si él era el Mesías que estaban esperando o quizá era otro el que llegaría a su pueblo.
Lo curioso de este segmento de la Escritura es que para nuestra mente latina las cosas no están muy claras desde el momento en que Jesús no responde como lo haríamos nosotros: con si o un no. Así de sencillo.
Pero, como digo muchas veces, Jesús ni es salvadoreño ni chapín ni mexicano. Jesus nació en Judea y su educación, cultura y costumbres fueron siempre las de ese lado del mundo. Por lo tanto, para poder comprender la conducta de nuestro Señor, tenemos que ir hasta allá y estudiar cómo era la costumbre de responder de los maestros de Israel.
Cuando un rabino de aquellos tiempos tenía que responder preguntas, siempre respondía con otra pregunta. Por ejemplo, el clásico diálogo entre Jesus y los fariseos: “Jesús, ¿es lícito dar carta de divorcio a la mujer?. Jesus responde a la mejor manera rabínica: ¿Que dice la Escritura? Es decir, ustedes conocen la Escritura, por lo tanto, saben la respuesta. Si no la saben, quémense, como decimos en Guatemala, las pestañas y estudien.
Por lo tanto, cuando los discípulos de Juan llegan a preguntarle si él era el Enviado por Dios, Jesús inmediatamente empieza a hacer lo que sabe hacer: Sanar a muchos enfermos, echar fuera demonios, dar vista a los ciegos y otras cosas que solo el Hijo de Dios podía hacer por el Poder del Espíritu Santo.
Después de haber hecho esos prodigios, les dice: Bueno, ya vieron sanos a los ciegos y escucharon hablar a los mudos, ya vieron como los demonios salieron de los poseídos. Ahora vayan de regreso con su líder Juan y diganle lo que han visto y oído. Es decir, su respuesta está a la vista. Ustedes juzguen si soy el que había de venir o esperen a otro.
Ahora hablemos de nosotros los que vivimos en esta parte del mundo. Si me preguntan: “¿usted es pastor?” mi respuesta lógica es si. Porque estoy seguro quien soy y que hago. Pero…¿tengo las pruebas para demostrarlo? ¿Puede mi esposa y mis hijos dar testimonio de esa respuesta? Es por eso, mis queridos lectores, que muchos pastores y líderes evangélicos se engañan a sí mismos, haciendo creer a los demás que son siervos de Dios. Y lo hacen trabajando en algún ministerio de la Iglesia, cuidando carros en el parqueo las noches de culto, sirviendo los elementos de la Santa Cena cada servicio, limpiando sillas antes de cada reunión y muchas cosas más, incluyendo los que predicamos con una elocuencia admirable.
Pero cuando muchas veces se le pregunta a la esposa: “¿y su esposo es pastor entonces?” he escuchado con mucha pena la respuesta: “él dice que si…” ¿Como está eso? ¿Por qué ella responde de esa manera? ¿Acaso no vive con él pues? ¿Acaso no comparte con él su cama, su mesa de comedor, su televisor de la sala? Ah, precisamente por eso, Pastor Berges. Por eso. Porque vivo con él no creo que sea el pastor que ustedes ven en el púlpito. Yo sé por qué se lo digo. Y terminan con una frase lapidaria: “preguntele a él”. Y, claro, él me va a decir que si. Así a secas.
Yo creo que en estos tiempos de tanta confusión ministerial tenemos que volver a releer los evangelios, especialmente lo concerniente a lo que enseñó nuestro Maestro Jesús. Él nos da la clave para responder a esas preguntas que muchos se hacen y a veces no se atreven a exteriorizarlas por miedo o temor a ser regañados. Pero es necesario tener un testimonio vivo, una prueba indubitable, no perfecta, pero sí convincente que somos lo que decimos ser. No se trata de llenar sillas de un templo, no se trata de tener un parqueo para cientos de carros, se trata de lo que dicen en nuestra casa, en nuestra intimidad, en nuestros lugares secretos.
Ser líder de alabanza, ser líder de acomodadores, ser líder de púlpito y ser ministro de Dios no es solo tener en la pared un par de Diplomas, Maestrías y Doctorados. La respuesta va mucho más allá de esos cartones que con el tiempo se van a poner amarillos. La respuesta tiene que verse, tiene que notarse, tiene que venir de otra boca y no de la nuestra. Ya lo dijo el Señor: alábete otro y no tu propia boca.
Como se dice: A las pruebas me remito.
Gloria a Dios!
Nuestro Señor Jesús sea siempre exaltado! El Maestro de maestros!