Juan 15:16 “Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os escogí a vosotros…”
Conozco al Señor desde hace unos cincuenta años. Desde que lo acepté como mi Señor y Salvador nunca he abandonado su llamado. Fue algo impactante para mi vida espiritual. Tuve el honor de haber alcanzado algunas metas académicas. Soy oficial del Ejército de Guatemala en situación de retiro. Soy químico de profesión. Tengo una Maestría en Divinidades. Una certificación en Nuevo Testamento por la Universidad Hebrea de Jerusalem en su división Eteacher. Dos doctorados en Teología bíblica. Actualmente sigo estudiando con unos excelentes maestros de Biblia y cultura hebrea. Muy pocos saben mi historia. No acostumbro utilizar títulos ni diplomas, mucho menos menciones honoríficas. Solo presumo de que Jesús me amó, me buscó y me ha transformado.
Pero, como dijo Pablo: Todo eso no me sirvió para que Jesús me llamara. Es por eso que leyendo a Juan me encontré una gran verdad. Se la cuento:
Esta frase que encabeza mi escrito de hoy es muy interesante de estudiar, ya que para comprenderla, tenemos que acudir a la cultura hebrea del tiempo del Segundo Templo, y va así:
En el hogar hebreo, cuando un niño nace, los primeros cinco años, es la madre la encargada de educarlo, enseñarle las primeras palabras basadas en la Palabra de Dios, los buenos modales y el respeto hacia los mayores, especialmente a sus padres y maestros.
Luego, desde los seis años a los doce, lo enviaban a la sinagoga para que el maestro le enseñara a leer y escribir también utilizando la Torah, o sea los escritos bíblicos. Y les enseñaban un oficio. Este podría ser carpintero, agricultor o pescador.
A los doce años, el niño que ahora es un joven, pasaba un examen ante las autoridades educativas y entre ellos estaban los grandes rabinos que enseñaban otro nivel de aprendizaje y educación con respecto al conocimiento de las Leyes de Dios y sus misterios en el Tanak.
Cuando pasaba el examen, si lo aprobaba con buenas notas, y que tristemente eran pocos, los rabinos escogían a los mejor preparados y les decían una sola palabra: “Sìgueme”. En ese momento, el alumno y la familia se llenaban de gozo ya que su hijo había sido “escogido” para estudiar a los pies de ese gran maestro.
Podemos imaginar el dolor, la vergüenza y el sentido de desprecio cuando un alumno no había sido aprobado por los grandes maestros de Israel, era un sentimiento de desprecio sufrido tanto por el joven como por su familia. Se sentían miserables ante los demás que los despreciaban por ignorantes.
De manera que solo les quedaba dedicarse a vivir del oficio que se les había enseñado desde jóvenes. Ya no había ningún futuro para ellos que fuera brillante ni digno de respeto al no formar parte de ninguna elite social y religiosa en Israel.
De pronto aparece en Israel un Rabino que empieza a buscar a sus alumnos para enseñarles otro nivel de educación: recorre las playas y encuentra a pescadores. Va por la ciudad y encuentra a un recaudador de impuestos. Camina por las calles de las aldeas y se encuentra con Zaqueo, un agiotista. A todos les dice una sola palabra: “sìgueme”
Ante ese llamado, ellos, que nunca la habían podido escuchar en sus tiempos de estudiantes y de boca de los grandes maestros de la Ley, ahora sienten algo especial en su corazón cuando un desconocido las dice con especial ternura: Es por eso que “inmediatamente” dejan todo y lo siguen. Es Jesùs, el Maestro Perfecto.
Ahora podemos comprender por qué a Pedro le dijo: Yo te haré pescador de hombres. El examen que perdiste en tus estudios, yo te los voy a aprobar. Yo haré que aquellos que no vieron “frutos” en ustedes, yo los enseñaré a producirlos. Síganme.
Entonces, ¿quien nos escogió a nosotros? ¿Y para qué? ¿Fue por mis logros académicos o porque nadie se había fijado en mi? ¿Porque, a pesar de todos mis logros, era considerado la hez del mundo, lo vil y menospreciado, un ignorante de las grandes Verdades que el Cielo me ofrecía? Bendito sea el Señor. Él me escogió para avergonzar a los sabios de este mundo. Me escogió porque no era digno de recibir ningún favor de parte del Maravilloso Dios del Universo. Esto es una gran bofetada por aquellos que lucen en sus tarjetas de visita sus títulos que realmente no les dan ningún valor en el Reino de los Cielos.