Basado en 2 Samuel 6:16-23
¿Te has sentido alguna vez atrapada en pensamientos que no puedes controlar?
¿Has comparado tu vida con la de otras mujeres y, sin darte cuenta, esa comparación te ha robado la paz?
La envidia es como una telaraña invisible: te atrapa, te envuelve y te impide avanzar. Se disfraza de juicio, de crítica, de comentarios que parecen inofensivos, pero en el fondo revelan un corazón herido. Muchas veces criticamos a quien logró lo que aún no hemos alcanzado, o juzgamos sin saber el precio que esa persona pagó por estar donde está. Y, en ese proceso, enterramos nuestros propios talentos, sueños y propósito.
Mical, hija de Saúl y esposa de David, fue testigo del gozo con que su esposo danzaba para Dios. Pero en vez de alegrarse, lo despreció. Sus palabras no solo revelaban su molestia, sino también lo que había en su corazón: amargura, orgullo herido y tal vez una profunda insatisfacción. El resentimiento la cegó. En lugar de unirse al mover de Dios, se estancó emocional y espiritualmente.
Muchas mujeres viven así: atrapadas por heridas pasadas, por celos, por comparación, por críticas que ellas mismas lanzan o han recibido. A veces, no avanzamos porque nos hemos convencido de que no somos suficientes, y esa inseguridad se transforma en rechazo hacia otras.
Pero Dios quiere romper esa telaraña. No fuiste creada para vivir atrapada en la amargura ni para perder el gozo por mirar a otros. Fuiste creada para celebrar, para florecer, para avanzar con libertad en el propósito que Él diseñó solo para ti.
Hoy es un buen día para reconocer lo que nos estanca, perdonar, pedir perdón y avanzar. Porque la envidia, la crítica y la amargura solo apagan el alma… pero el amor, la humildad y el gozo la restauran.
“Y Mical… lo menospreció en su corazón.”
— 2 Samuel 6:16
Emma de Cuéllar
Tomando Mi Nación Mujer