Basado en Génesis 18:10-14; 21:1-2
¿Cuántas veces te han prometido algo y al final no lo han cumplido?
Palabras que parecían firmes, pero se deshicieron como hojas llevadas por el viento. Muchas veces cargamos esas decepciones y pensamos que con Dios pasará igual. Pero no es así. Las promesas de los hombres fallan, pero las de Dios son roca firme: reales, verdaderas y eternas. El problema es que a menudo las tratamos como palabras comunes, cuando en la Biblia hay promesas vivas, capaces de sostener y transformar la vida.
Sara lo vivió en carne propia. Dios le había prometido un hijo, pero los años pasaban y nada sucedía. Su vientre estéril y su vejez parecían un muro imposible de derribar. Cuando escuchó que tendría un hijo, se rió, convencida de que ya era demasiado tarde. Pero Dios le respondió: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Génesis 18:14).
La promesa no dependía de Sara, sino de la fidelidad de Dios. Y cuando llegó el tiempo señalado, ella concibió y dio a luz a Isaac. Lo que parecía imposible se cumplió, porque Dios nunca falla.
Aquí está la clave: no te llenes de argumentos humanos ni de razonamientos limitados que apagan la fe, queriendo que Dios actúe conforme a lo que tú piensas. Las promesas no se sostienen en las circunstancias, sino en la fidelidad de Dios. Sus promesas son verdaderas, pero necesitan de tu fe y confianza para florecer en tu vida.
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.” —Hebreos 10:23
Dios ya habló, ya prometió y ya trazó el camino. No retrases lo eterno por mirar lo temporal. Su promesa es semilla viva: florecerá en su tiempo perfecto. Cree en lo que Él ha dicho y confía en Su fidelidad.
Tomando Mi Nación Mujer
Emma de Cuéllar