Basado en Rut 1:1-22
¿Qué haces cuando la vida te golpea tan fuerte que piensas que ya no podrás levantarte? Noemí lo vivió: vio morir a su esposo, luego a sus hijos, y con ellos se le fue la esperanza. Volvió a Belén con el corazón hecho pedazos y con una confesión dolorosa: “No me llamen Noemí, llámenme Mara, porque el Todopoderoso me ha llenado de amargura” (Rut 1:20). Sus palabras eran un grito del alma: “Ya no soy la misma, el dolor me cambió”.
Tal vez tú también has sentido que tu historia quedó marcada por pérdidas, traiciones o silencios. Que ya no hay fuerzas para seguir, y que la única salida es rendirse. Pero esa voz de desesperanza no viene de Dios. La Palabra afirma que somos templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19). Tu vida tiene un valor eterno y un propósito que no se cancela, aunque hoy no lo veas.
Lo hermoso es que Dios no dejó sola a Noemí. Le dio a Rut, una mujer leal que caminó a su lado y le dijo: “Donde tú vayas, yo iré”. Fue ese amor y esa compañía lo que la sostuvo en medio de la tormenta. Y detrás de esa historia de lágrimas, Dios ya estaba preparando redención: de la descendencia de Rut y Booz vendría el linaje de David, y de allí, Cristo mismo. El dolor de Noemí no fue el final, sino la antesala de un milagro mayor.
Hoy quiero hablarte a ti que sientes que ya no hay salida: sí la hay, y se llama Cristo. Él recoge tus lágrimas, restaura tu identidad y abre futuro cuando todo parece cerrado.
“Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” —Juan 10:10
Mujer, no entregues tu vida al dolor. Entrégasela a Cristo. Él es quien convierte la amargura en esperanza y el quebranto en propósito.
Tomando Mi Nación Mujer
Emma de Cuéllar