Basado en 1 Samuel 1:1-20 / Salmo 55:22
El peso más difícil no está en los hombros, sino en el alma.
Ese peso que no se ve, pero roba el sueño, la sonrisa y hasta las fuerzas para orar. Ana conocía bien esa carga: la esterilidad la hacía sentir incompleta y señalada. Día tras día escuchaba burlas y comparaciones que herían su corazón. Sonreía hacia fuera, pero dentro de ella había un vacío que nadie podía llenar.
En lugar de seguir callando, Ana volcó todo lo que llevaba en el alma delante del Señor. No llevó un discurso bonito, llevó sus lágrimas. No ocultó su dolor, lo dejó a los pies del Señor. Así vivió lo que el salmista escribió: “Echa sobre Jehová tu carga, y Él te sustentará” (Salmo 55:22).
La respuesta de Dios no comenzó con el milagro, sino con un cambio en el corazón de Ana. Después de orar, se levantó con determinación, volvió a comer y decidió no seguir cargando tristeza (1 Samuel 1:18). El peso ya no estaba sobre ella, estaba en manos de Dios. Ese fue su primer milagro: recuperar la paz antes de recibir a Samuel. Y luego, en el tiempo perfecto, el Señor cumplió y le dio al hijo que sería profeta y juez en Israel.
Nosotras también guardamos pesos ocultos: un matrimonio quebrado, deudas que ahogan, enfermedades que cansan, o hijos que duelen. Pero ninguna de esas cargas está diseñada para que las lleves sola. Solo Dios puede sustentarte de verdad.
“Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará.” —Salmo 55:22
Mujer, no intentes resolverlo todo en tus fuerzas. Haz como Ana: derrama tu alma delante del Señor. Él no solo escucha, también sostiene, transforma y da propósito. Recuerda que en sus manos, tu carga se vuelve liviana y tu corazón halla descanso.
“Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.” —Mateo 11:30
Tomando Mi Nación Mujer 🇸🇻
Emma de Cuéllar