Por el Pastor: Pai Otoniel Alvarado|
Iglesia: Lirios del Valle Central
Ese horror llamado fratricidio
Ellos eran hermanos de sangre. Hijos amados de sus padres. Enseñados y discipulados para ofrecerle los mejores holocaustos de adoración a Dios. Hasta que un día, el corazón de uno, se oscureció de envidia contra su hermano.
Los dos ofrecieron sacrificio a Dios el mismo día, y el mismo día fueron comparados y calificados por el omnipotente. Uno fue felicitado y el otro reprobado y señalado por Dios como un mal ofrendante.
Para Caín, el aire comenzó a volverse pesado y denso. Cada vez que miraba a su hermano menor, su alma se amargaba tanto, hasta el punto de desearle la muerte.
Al ver sonreír a Abel, sus entrañas ardían al rojo vivo. Al saludarlo por la mañana, sentía como volvía a sangrar la grieta que se abrió en su alma, en ese culto de sacrificios.
Así que comenzó a planificar su asesinato. El primer asesinato de la historia en la humanidad. Caín creyó que,solo desapareciendo a su pequeño hermano, podría volver a conciliar el sueño, y tener “paz” en su oscuro corazón.
“ ¡Mátalo…mátalo con tus propias manos!” así le decía la voz, que a diario escuchaba en su interior.
Hasta el día en que consumó su plan, mediante una emboscada engañosa, diseñada con frialdad bien calculada. Así que, por medio de mentiras, guio a su hermano Abel, al lugar de su muerte. Allí donde lo hizo agonizar, mientras observaba como su sangre era absorbida en la tierra y “desaparecía de su vista”.
Su engañoso corazón ahora estaba más confundido que nunca. El alivio que esperaba jamás llegó; sino que envuelto en sombras de culpa y auto-condena, corrió en dirección opuesta de su hermano inmóvil. Sin el másmínimo deseo de auxiliarlo.
Quizá pensó, que ahora ya poder tener el primer lugar en el culto. Quizá imagino recibir las felicitaciones y los aplausos que antes le dieron al difunto. Pero lo extraño era, que mientras su sangre se enfriaba, la herida de su alma sangraba más. Sentía que todo el universo lo miraba y lo señalaba como culpable.
A penas era el primer día de pena moral, y ya no se aguantaba así mismo. Era tanto el peso de su fratricidio, que su rostro le cambio, y Dios fue el primero en decírselo.
Caín manchó su historia para siempre, con la sangre de su propio hermano. No importaba a donde fuera o hullera. Porque a pesar que el mismo Dios lo exilió, la sangre de Abel clamaba desde la tierra. [Genesis 4: 1-16]
Ahora bien; difamar, calumniar, desear mal, envidiar, criticar y aborrecer a nuestros hermanos en Cristo; también se cuenta como pecado de fratricidio. El fratricidio no se limita a matar a un hermano de forma física, sino a propinarle todo tipo de daño, que le cause dolor, traición y difamación.
“No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.
Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.”
1 Juan 3: 12 y 15
Hoy en día, en medio de nuestras congregaciones, los fratricidas abrazan, besan y saludan a los mismos hermanos, que más tarde critican, y traicionan.
Quizá por envidia de algún privilegio o bendición. Quizá por ser amado de todos, o porque simplemente dejaron anidar en sus corazones, la interminable amargura de ver feliz y exitoso a su vecino de asiento en la iglesia.
Mientras los Abeles se gozan y se deleitan en Dios, los Caines se amargan y rechinan sus dientes para ver mal a sus hermanos.
El amor es la primera evidencia de la madurez. La paz es la marca de los salvos, y el perdón es el ADN de los verdaderos hijos de Dios.
Así que, para ser sanos, y maduros.
Debemos de desarrollar nuestra identidad de hijos: Los hijos con identidad no se comparan, no compiten, ni envidian a sus hermanos. Ellos saben quiénes son en Dios y en el cuerpo de Cristo.
Por lo tanto, no le demos lugar al diablo, ni a las personas usadas por el diablo encargadas de sembrar discordias, divisiones y hostilidades en contra de los nuestros hermanos.
“Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros.
Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.”
Gálatas 5:15; 1 Juan 4:20, 21
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