Lucas 10:38-42
Vivimos en un tiempo donde la prisa se ha normalizado.
Corremos, resolvemos, atendemos, servimos… y aun así sentimos que nuestro corazón sigue inquieto.
El afán se disfraza de responsabilidad, de compromiso, de “hacer todo bien”, pero en silencio va desgastando el alma.
Así estaba Marta: amaba a Jesús, servía a Jesús, recibía a Jesús…
pero estaba afanada.
Su corazón estaba repartido entre hacer y escuchar, entre correr y detenerse.
La Biblia dice:
> “Marta, Marta, afanada y turbada estás…” — Lucas 10:41
El afán no solo cansa: te ahoga, te carga y te enferma.
Roba la paz, apaga el gozo y te desconecta de Dios sin que te des cuenta.
Puedes estar sirviendo afanada.
Puedes estar orando afanada.
Puedes cumplir todos tus deberes… y aun así llevar un corazón agotado.
El afán no siempre viene de lo externo; muchas veces nace de dentro:
de querer controlar lo que no puedes,
de no soltar,
de no confiar,
de no detenerte.
María, en cambio, escogió algo que parecía improductivo:
sentarse a los pies de Jesús.
Allí encontró descanso, dirección y vida.
No fue que María no sirviera; fue que entendió el orden divino:
Primero la presencia, luego las tareas.
Primero el corazón, luego la agenda.
Primero Jesús, luego todo lo demás.
Jesús no reprendió el servicio de Marta… reprendió su afán.
Y hoy su voz sigue siendo clara para nosotras:
“Mujer, es tiempo de soltar la prisa y escuchar a Jesús de nuevo.”
Porque cuando el afán domina, ya no escuchas.
Cuando la prisa gobierna, ya no disciernes.
Cuando el corazón vive cargado, se vuelve más vulnerable a la enfermedad emocional, espiritual… y aun física.
Mujer, Jesús quiere que vuelvas al lugar donde tu alma respira:
a Sus pies.
Allí Él habla, ordena, calma, sana y restaura.