Siempre que vemos a un pastor que se esmera en presentar un buen mensaje de la Palabra de Dios nos admiramos y hay quienes tratan de imitarlo. Claro, eso no es pecado. De alguna manera los pastores nos convertimos en paradigmas para otros hombres o mujeres que anhelan servir al Señor predicando o llevando el Mensaje de Salvación a otras personas.
Yo mismo soy fruto de un mentor que me enseño lo que es la Palabra de Dios. Llevo más de cuarenta años en el servicio al Dios que me salvó y gracias a las enseñanzas de mi maestro que desde su púlpito hizo lo que debía hacer: discípulos. Yo soy un testimonio de su labor.
Pero ahora que estoy en la trinchera las cosas ya no las veo como al principio. Toda la parafernalia pastoral que yo tenía en mente se ha venido a pique cuando veo la realidad del llamado a pastorear ovejas.
Para empezar, estoy hablando con personas sinceras. Con pastores que anhelan ser francos y genuinos ante la responsabilidad que significa guiar a un pueblo al Paraíso de Dios. No quiero tener nada que ver con los arrieros. Porque no es un secreto que hay dos clases de líderes: Los pastores que van adelante del rebaño, que usan callado y conocen a sus ovejas por nombre como nos enseño nuestro Pastor el Señor Jesucristo. La otra clase son los arrieros. Los que ponen apodos al rebaño. Los que chiflan e insultan. Los que abusan de su autoridad. Ellos no llevan callado, ellos llevan látigos o lazos para empujar su rebaño que no son ovejas. Se rodean de perros que ladren y asusten a quienes tratan de llevar a donde quieren ellos, no donde necesitan ir que es a la Presencia del Dios que los ha puesto bajo el cuidado nuestro.
Pues bien, los verdaderamente pastores son una clase de hombres que llevan cicatrices en el alma por los momentos de soledad que viven. Son esos hombres que como las águilas, vuelan solas o en pareja. Y su pareja sufre con ellos las vicisitudes de su ministerio. Esto es algo que ignoran la mayoría de personas que se congregan bajo el púlpito de esa clase de servidores que desean hacer bien las cosas. A cualquier costo. Incluso, si tienen que dejar a sus esposas enfermas en cama mientras ellos cumplen con su deber pastoral.
Por ejemplo, queridos lectores: ¿Se han preguntado ustedes cuantas veces su pastor ha dejado a su esposa e hijos sin saber si al regreso de la iglesia habrá para el almuerzo? ¿Cuantas veces han criticado al pastor porque no llevó a su esposa e hijos al culto, sin saber que seguramente no tenían para todos los pasajes del bus? ¿Saben ustedes que muchas veces su pastor llega con el estómago vacío y no porque esté en ayuno sino porque prefirió que el poco pan y leche que había se lo dieran a sus hijos?
Son las cosas ocultas que viven muchos pastores y que los miembros de su congregación ignoran. O quizá deba decir, quieren ignorar. El egoísmo del hombre nos ha llevado a una situación de vergüenza para muchos pastores. Lo digo porque yo mismo he ministrado a muchos de ellos que no tienen ni un centavo que llevar a su casa porque su congregación no les ofrenda ni les diezma para velar por ellos y sus familias.
Muchas veces las v/ctimas de todo esto son los hijos. Es la esposa que llora en silencio la ingratitud de las ovejas que exigen a su pastor que ore por ellas, que las visite y que esté pendiente de sus necesidades, cuando eso también aplica a su pastor.
¿Cuántas veces una congregación le pregunta a su pastor si tiene para pagar la luz de su casa? ¿O el colegio de sus hijos? ¿Acaso se dan cuenta, hermanos, que a veces su pastor tiene que andar mendigando medias becas para que sus hijos puedan estudiar porque no le alcanza lo que “gana” en su ministerio? ¿Cuantas veces la pastora ha tenido que ir a un hospital público desde la madrugada y ser atendida hasta la tarde por un dolor interno que no es físico sino emocional? Todo para que le den un puñado de pastillas de color rosado que en realidad es placebo porque el médico sabe que su dolor es del alma y no del cuerpo… ¿Saben ustedes eso?
A la iglesia del Señor le hace falta una buena dosis de amor y ternura. Hay una orden que Dios le dio a su pueblo: “No pondrás bozal al buey que trilla”. Y Pablo lo termina de explicar: ¿Lo dice por los bueyes o por nosotros? Ciertamente, dice el Apóstol, lo dice por nosotros…
La iglesia hace fiestas cada domingo. Y eso es bueno. Adorar al Señor es nuestro deber como cristianos. Pero también es cierto que velar por los pastores es parte de ese deber. ¿Cuando fue la última vez que le preguntaron a su pastor si le celebró su cumpleaños a su esposa? ¿O a sus hijos? ¿Acaso los hijos del pastor no son humanos como el resto?
Esas preguntas necesitan una respuesta. Y es la congregación la que tiene el deber de responderlas.
Muchas veces los pastores tienen demasiado orgullo o humildad como para hacerle saber a su congregación que èl es un hombre de carne y hueso como los demás. Que tiene a su cargo una casa con una familia que piden ropa, pan y estudios. Muy pocos pastores se atreven a mostrar su lado oscuro y no hablo de pecado. Ese lado oscuro es el dolor de ver a sus hijos que ya no tienen zapatos. Es el dolor y la angustia de ver que su esposa ya no tiene ropa què ponerse y que hay que esperar que el sol seque lo que lavó anoche para llegar limpia y ordenada al culto. Son las lágrimas silenciosas y secretas del hombre que se siente impotente porque la ingratitud de su rebaño no se ocupa de èl. Es ese dolor que aflige su alma secretamente cuando escucha a veces decir a su esposa que mejor se busque otro trabajo. Que se dedique a otra cosa porque las finanzas están por los suelos. Que la hija está desarrollando y necesita otro tipo de ropa interior. Que el muchacho ya creció y los pantalones no le quedan…
Sin embargo ese gigante de la fe llega puntualmente a su congregación muchas veces a hacer lo que los diáconos deben hacer. Llega con una sonrisa y con un rostro disfrazado de alegría cuando en realidad como Garrick, en su interior hay una tristeza profunda y dolorosa porque no solo tiene vacío el corazón, pero también tiene vacía la billetera… Y nadie se ha dado cuenta.
Las vìctimas del ministerio pastoral son los que lloran en silencio y esperan que Jesus venga pronto pero no solo porque se lleve a su Iglesia al Cielo, sino porque ya no soportan la carga de la humillación, pobreza y miseria en la que sus congregaciones los tiene viviendo.
¿Alguien quiere ser pastor, caballeros? ¿Alguien se quiere casar con un pastor, queridas damas…?
Muy cierto Pastor