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domingo, noviembre 24, 2024

CASADO, ¿CON QUIEN?

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“Pastor, voy a abandonar a mi esposo…” fue la frase de introducción de una esposa desesperada hace unos años. Ambos esposos estaban sentados en los sillones de mi oficina en la Iglesia atendiendo a su solicitud de un consejo para tratar de salvar su matrimonio.

Cuando empezamos a ahondar en el problema que les estaba afectando a tal punto de querer la esposa abandonar el nido, me explicaron el problema:

El esposo, un pastor apasionado por su congregación como muchos en el gremio, había empezado a pasar una mala racha financiera por falta de participación del pueblo en las ofrendas para sufragar los gastos que su edificio exigía.

¿Què hizo el pastor ante tal situación? Empezó a tomar el dinero que le correspondía a su familia para cancelar los gastos del edificio donde “adoraban al Señor”.  Es decir, en vez de pagar la luz de su casa, pagaba la luz del templo. En lugar de cancelar el colegio de sus hijos, cancelaba los recibos de la Iglesia.

Esto había empezado meses atrás, hasta que la esposa, hastiada ante tal situación, empezó a manifestar el problema con malestar en su interior. Hablaron, pelearon, se amenazaron y se dijeron un montón de improperios y no habían llegado a ninguna solución hasta que apareció el fantasma de la separación. Entonces, solo hasta entonces, el pastor pidió ayuda.

Lógicamente, el pastor, un hombre “muy espiritual y entregado a su ministerio”, acusaba a su esposa de no apoyarlo en su llamado. La llamaba carnal y otras cosas porque ella no se sacrificaba en aras de que èl, el pastor, tuviera la Iglesia en orden. Aún a costa de tener su casa en un total desorden.

Cuando le pregunté al pastor quien le había enseñado a hacer tal cosa, me dijo algo que yo ya imaginaba. Le habían enseñado en el seminario bíblico donde había sacado su cartón de pastor “deje todo, varón, menos su ministerio”. Y ese “todo” incluía su hogar, su familia y sus hijos.

Craso error. El pastor no fue bien enseñado según la Palabra de Dios. Fue enseñado, claro, en las enseñanzas de sus maestros o mentores, pero no basados en la enseñanzas de Cristo. A este querido hermano pastor le habían enseñado que por sobre todas las cosas estaba su llamado a servir a su Iglesia. A costa de cualquier otra cosa. Su prioridad era su ministerio. Lo demás estaba en segundo lugar. A partir de allí, todo era caos a la máxima expresión.

Eso me llevó a estudiar con más detenimiento este fenómeno religioso. Cuantas esposas de pastores andan deambulando en las calles prestando dinero para comprar un poco de leche. Cuantos pastores andan buscando quien les ayude a mantener su Iglesia al dìa en sus pagos cuando en lugar de enseñarle a sus miembros la Verdadera Palabra de Dios, les enseñan que èl es el esclavo de ellos. Lamentablemente abundan esa clase de hombres de Dios. Es cierto, aman al Señor. Tratan de servirlo con todo su corazón pero una gran mayoría lo hace a costa de dejar abandonada a su esposa y sus hijos por andar “ganando almas” fuera de sus cuatro paredes.

Cuánto daño hacen esos maestros que con tal de mantener sus estadísticas de filiales bajo su cobertura obligan a sus asociados a ocupar un lugar dentro de su congregación que no les pertenece. Son hombres que usurpan el lugar que solo le pertenece al Esposo de la Iglesia quien es Jesus. Son los pastores que se han casado con la Iglesia de Cristo.

¿Acaso no fue eso lo que dijo Juan el bautista? “El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo…” (Juan 3:29). Nosotros solo somos amigos del Esposo. Con esto está dejando claro la Escritura que el Esposo de la Iglesia no somos nosotros, es Jesus. ¿Acaso alguno de nosotros fue a la Cruz a cancelar el precio? ¿Alguno de nosotros derramó sangre por ella? ¿Alguno de nosotros fue abofeteado, insultado y coronado con espinas para pagar el precio? Ese es el error en el que están cayendo muchos pastores honestos, obedientes a sus maestros y apasionados por mantener en pie su llamado.

Me duele ver hijos de pastores con los zapatos rotos. Me duele ver a muchas esposas de pastores haciendo tortillas y pupusas para llevar el pan de sus hijos a casa mientras su flamante esposo se reúne con sus compañeros de ministerio a hablar del cielo mientras en la tierra de su casa falta el pan, el colegio, ropa, amor y cuidado. Me duele ver en los mercados a esposas de “ministros del Señor” vendiendo sus frutas y mercaderías para ganar un poco de sustento mientras su esposo, el siervo del Señor se ocupa de visitar otros hogares para mantener contentas a las ovejas de su iglesia, pero no visita su casa durante la semana.

Pero, lectores queridos, pongan atención a lo que escribo: “a las ovejas de su iglesia”. Porque cuando un pastor abandona a los suyos por dedicarse a proteger, cuidar, orar y visitar a sus miembros en vez de hacer eso con su familia, el señor de esa iglesia no es Cristo. Es èl. El esposo no es el Señor, es èl. Y, vergonzosamente, si apenas puede suplir las necesidades de su propia familia ¿como pretende suplir las necesidades de la Iglesia del Señor? Eso se llama usurpación de funciones. Y no hemos sido llamados a eso.

¡Ah! pero debe haber un letrado en teología que me diga en este momento: Pero Pablo dijo que se había gastado todos sus bienes en beneficio de la Iglesia. Es cierto, pero queridos, Pablo no tenía esposa ni hijos que mantener en ese momento.

Es doloroso ver familias pastorales abandonadas a la pobreza y muchas veces a la mendicidad por culpa de la mala enseñanza de algunos maestros teológicos que inducen a esos pobres hombres a proteger ovejas ajenas en lugar de proteger a los que están bajo su tutela paternal.

Cuando le explique todo esto al pastor que estaba en mi oficina, tuvo el valor cristiano de reconocer su error. Había ocupado el lugar de Cristo en la Iglesia y eso le estaba saliendo muy caro. El Espíritu Santo le redarguyò en su corazón y volvió a ocupar el sitio que le corresponde. Pidió perdón a su esposa, se salvó un matrimonio y la Iglesia siguió su curso sin el sacrificio humano de su pastor. Jesus ocupó su lugar y empezó a proveer para su Esposa. ¿No dice la Escritura que el que no provee para su casa es peor que un infiel? Eso estaba haciendo el pastor en cuestión. No solo no estaba permitiendo que el Verdadero Esposo de la Iglesia cumpliera su obligación sino también estaba siendo un infiel por no proveer èl mismo para los suyos.

Hay pastores que tienen dos esposas: La Iglesia de Cristo y su propia esposa. Eso es infidelidad al Señor. Debemos permitir que sea el Señor quien provea tanto para su Amada Esposa la Iglesia como para nosotros mismos.

Es cierto, amados amigos, es cierto, debemos cuidar el rebaño del Señor. Èl nos ha llamado y equipado para cumplir nuestro trabajo, pero no a costa de dejar abandonada nuestra familia que es quien tiene prioridad por sobre otro compromiso.

Así que en este punto surge la pregunta del millón: ¿Está usted, pastor, casado? ¿Con quien? ¿A quien ven sus hijos en su casa? ¿Aman sus hijos a su iglesia? ¿No serà que para ellos esa “Dama” les ha quitado a su padre? ¿No serà que para sus hijos y esposa la Iglesia les está quitando lo que les pertenece? ¿Tienen sus hijos el mismo derecho que los otros niños de ir un dìa a disfrutar un poco de mar, arena y sol como lo hacen los hijos de esa otra “mujer” que es su iglesia? ¿A tenido su esposa su cena de aniversario? ¿O su regalo de cumpleaños?

¡Buenas preguntas! ¿No le parece…?

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